Ester Ramiro, la joven española de 34 años cuyo testimonio se escuchó este viernes en el Vía Crucis presidido por el Papa Francisco en Lisboa, ha manifestado que quería comunicar a los jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que Dios vino a buscarla. “Nunca es tarde para empezar de nuevo”, asegura. De joven, a los 24 años, Ester tuvo una lesión de médula. Vivía alejada de Dios y, en una fiesta, la pasaron un trozo de un pastel con sustancias alucinógenas y, drogada, se tiró por la ventana, a raíz de lo cual quedó lesionada de por vida.
Ester trasmitió su mensaje, grabado, en el Vía Crucis que congregó ayer a 800.000 personas, según el Vaticano, en el Parque Eduardo VII de Lisboa. “Todavía no me lo creo. Quería contar un poco de mi historia, porque estuve lejos del Señor, luego me perdí y fue todo horrible y una vez que conocí a Dios mi vida cambió. Ahora soy mucho más feliz”, relata.
“Me enfadé con Dios. Tenía la mentalidad de que, si haces cosas buenas, te pasan cosas buenas; si haces cosas malas, lo pasas mal. Pero a mí me engañaron y me dieron ese pastel y me ocurrió eso. Era una injusticia”. No obstante, como explicaba en el video del Vía Crucis, con la lesión su vida da un primer giro: “Fue un regalo. Me cambió la mirada”. Empezó a hacer deporte, y a quejarse menos. “Estoy más agradecida a quienes me rodean, empezando por mi familia, y a preocuparme menos para el futuro”, afirma.
A los dos años del accidente, Ester conoce a su actual marido, Nacho. Se van a vivir juntos, se queda embarazada y deciden abortar. En esas circunstancias, Ester, realiza un curso de inteligencia emocional, sin ninguna relación con algo religioso. “Me encuentro con el gran amor de Dios. Se me despierta la conciencia de que estaba cerca de mí”, cuenta.
“Dios vino a buscarme completamente como el buen pastor que va a buscar la oveja perdida. Me vino a buscar y me sanó. A partir de ahí me acerco a Él y vuelvo a la fe”, explica. Al acabar el curso, necesito confesarse. Entra en la primera parroquia que encuentra, adaptada a silla de ruedas. Ella no había llorado nunca, pues le costaba expresar sus sentimientos, pero rompe a llorar al acabar.
“A partir de entonces, la pena y la tristeza se me quitó de golpe. El sentimiento de culpa tarda más en borrarse. Me costaba mucho perdonarme a mí misma, más que incluso a quienes me dieron el pastel que provocó mi accidente”, comenta Esther que tiene una hija llamada Elizabeth y se casó con su pareja por la Iglesia.
*De José María Navalpotro, enviado especial de Europa Press
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