El supuesto testaferro de Maduro encara la extradición en medio de una glorificación del chavismo, que pretende evitar que llegue a manos de la justicia de Estados Unidos
Juan Diego Quesada | Florantonia Singer | El País
Su silueta en forma de graffiti, como el de los grandes personajes de la humanidad, inunda estos días las calles de Caracas, pero hasta hace bien poco Álex Saab era un auténtico desconocido. La única vez que se le vio en público fue el 28 de noviembre de 2011, cuando todavía existían relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela. Ese día, Juan Manuel Santos y un Hugo Chávez ya sin cabello sometido a los rigores de la quimioterapia, firmaron un acuerdo bilateral para construir viviendas sociales. Saab, embutido en un traje holgado, el pelo recogido en una cola de caballo, un tanto pasado de peso, entró en escena como el empresario colombiano que iba a recibir 530 millones de dólares para iniciar la construcción de las casas. Su paso era decidido, enérgico. No parecía un principiante intimidado por los reflectores. Santos contó más tarde que en ese momento le susurró al oído a la canciller colombiana: “¿Este señor quién es?”
Ese fue el primer contrato con el que Saab se convirtió en operador de la revolución bolivariana, de la que ha recibido cientos de millones de dólares. Un experto un esquivar los embargos económicos de Washington que se había encargado de llevar oro en lingotes a Turquía, hacer de enlace con el ayatolá Ali Jameneí, y de paso ganar una fortuna evadiendo el control cambiario y vendiendo leche falsa para niños hambrientos. Un comerciante que llegó arruinado a Caracas y salió en jet privado. Actuaba en la sombra, pero su poder era inmenso. Su opinión tenía más peso que la de algunos ministros. El Departamento del Tesoro está convencido de que es el principal testaferro del presidente Nicolás Maduro.
Un error de cálculo, sin embargo, acabó hace un año con su vida de asesor astuto, sacado de un tratado de Maquiavelo. Camino a Irán se quedó sin gasolina y paró a repostar su avión en una de las islas de Cabo Verde, un archipiélago volcánico frente a las costas de África. Allí fue detenido y, esta semana, después de más de un año de maniobras legales el máximo tribunal de ese país acaba de autorizar su extradición a Estados Unidos, donde le espera un juicio por lavado de dinero. Saab parece no tener escapatoria.
La historia de su ascenso hasta el cuarto privado de Chávez y, después de Maduro, comienza en la ciudad portuaria de Barranquilla. Su padre, un libanés que escogió Colombia en el mapa convencido de que era un país por hacer, llegó allí en la década de los cincuenta. Se casó con una local de familia palestina con la que montó una fábrica de vaqueros, según el libro Alex Saab, la verdad, del investigador Gerardo Reyes. Más tarde abrieron una pequeña maquila de toallas que llegó a contar con 3.000 trabajadores. La política de apertura económica del presidente liberal César Gaviria (1990-1994), cuenta Reyes, inundó de paños chinos el mercado y mandó a la quiebra el negocio que hasta ese momento había sido uno de los emblemas de Barranquilla.
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