Venezuela vive una prolongada crisis política y socioeconómica en medio del derrumbe de su economía, una hiperinflación sin parangón y millones de personas que han huido del país en los últimos años.
Ante esto, una venezolana contó la peligrosa travesía que vivió junto a su pequeña hija de casi 3 años para llegar a los Estados Unidos, la cual le dejó un trauma al igual que su pequeña cuando reviven el momento en que atravesaron Río Grande.
La venezolana, le hizo creer a su hija que la traumática experiencia que vivieron al cruzar la frontera entre México y Estados Unidos era «una aventura», reconociendo que de haber sabido que sería tan desmesurado no lo habría hecho, reseñó el portal web Maduradas.
«Yo pensaba que cuando la gente salía diciendo que era peligroso lo hacía porque, claro, nadie te va a recomendar que cometas un delito, pero es verdad, es un peligro, no es un pase dorado, no es el sueño americano, tu vida literalmente pende de un hilo».
«No lo volvería a hacer y no le diría a nadie que lo hiciera. De hecho, le dije a una amiga que lo estaba considerando que ni lo intentara».
La migrante venezolana reconoció que gente muy cercana la alertó sobre los riesgos, pero se dejó guiar por otros que tuvieron «buenas experiencias», y luego de vivir varios años en un país sudamericano, pero cuando empezaba a tener estabilidad, se desató la pandemia y perdió su empleo y decidió emprender el viaje.
«Pensaba: si a tanta gente le ha ido bien, si me lo pintan tan bien, tan chévere, ¿por qué me habría de ir mal a mí?».
La mujer a quien llamaremos Lorena, regresó a su país junto a su hija y un familiar a quien llamaremos Pablo para proteger su identidad.
«Se oía que Venezuela se estaba arreglando, pero cuando llegamos la realidad era otra, Venezuela no se estaba arreglando».
«Hay burbujas de gente que está medianamente bien, pero la mayoría lo que está es tratando de sobrevivir».
La idea de irse volvió a fijarse en su mente, descartando Latinoamérica y con Pablo, comenzó a pensar en destinos y Estados Unidos se posicionó primero en la lista.
«Nos dijimos: ¿y si contactamos a alguien que ya lo hubiese hecho? Es que escuchaba de buenas experiencias, es decir, llevadas a cabo con éxito».
Y así, entre «contactos», «el amigo del amigo», «el primo de», textos, llamadas, «había averiguado por lo menos unos seis coyotes», recordando que entre ellos había venezolanos y mexicanos.
A Pablo no le gustaba ninguno. «Me decía que no les daban confianza. Le recomendaron una señora y se sintió más tranquilo con el hecho de que fuese una mujer».
Esa persona se encargaría de coordinar el viaje y de orientarlos sobre qué hacer y qué decir en cada etapa del proceso, de Venezuela, tomaron un avión hacía un país centroamericano y, allí, tomaron otro a Ciudad de México, al llegar al aeropuerto, presentaron una carta de invitación de un residente mexicano y una reservación de hotel pagada.
«Cuando salimos del aeropuerto estaba un muchacho con nuestra foto, nos la mostró y nos dijo que venía de parte de la señora (la coyote). ‘Los voy a llevar al hotel’, nos dijo. Y nos fuimos con él».
«Es como una red que subcontrata a estos carteles que están en la frontera y que son los que realmente se encargan de pasarte».
La persona que salió a su encuentro en México les vendió un chip o tarjeta SIM para que se pudieran comunicar con ellos durante su estadía en México. Al llegar al hotel los abordó un hombre que le dijo a Pablo que la dejara a ella y a la niña en la habitación y que él lo acompañará.Pablo se fue a conocer a la coyote para que le explicara los pasos siguientes y a pagarle, además le explico que no hablara con nadie.
Al día siguiente, se enrumbaron a una ciudad fronteriza con Estados Unidos. Al llegar, tomaron un taxi para llegar a un hotel donde les dijeron que se tenían que quedar.
El sujeto les indicó que fueran a un lugar al que les explicó cómo llegar a pie. Se encontraron con un hombre:
«Esperen por aquí, coman algo, no hablen con nadie».
La llamó otra persona que les dijo: «Párense en la parada de autobús. No hablen con nadie».
Volvieron a recibir otro mensaje: «Súbanse en el autobús. No hablen con nadie».
«Empieza a oscurecer, a pegar el frío, la bebé está muy inquieta, yo estoy cansada, pero muy alerta».
«Por WhatsApp nos van dando las indicaciones».
«No podíamos hablar, no se podían dar cuenta de nuestro acento venezolano. La niña quería jugar».
Se bajaron donde les señalaron a través del celular y había un mexicano esperándolos. «Van a cruzar un río bajito», les avisó.
Pablo no quería, él les había dicho desde el principio que querían caminar, «no ríos, por favor», pero en ese momento les precisó que «si no había otra opción y nos iban a pasar por un río, que buscarán una lancha, una balsa». Y por eso tuvieron que pagar mucho más.Tuvieron que esperar un rato hasta que llegó «la supuesta balsa, que parecía más un juguete que otra cosa».
«Cuando nos montamos, se hundía, nos llenamos de agua y como pude, salté con la bebé y caímos en el lodo».
«Este tipo se da cuenta de que estábamos podridos del miedo, nos asusta con que viene la migra mexicana y nos dice que hay que esconderse, pero después supimos que era mentira».
«Nos metimos en el monte, no podíamos hablar. Imagínate explicarle a una niña de 2 años que no podía hablar, que estábamos en una aventura, que todo iba a pasar, que nos teníamos que quedar callados y esconder».
«Veo que pasa una hora y digo: ‘nos dejaron abandonados’. Estaba completamente oscuro y no podías prender ni una linterna».
Pensaron en caminar y buscar algún lugar donde pasar la noche, pero decidieron esperar. A la media hora, llegó otro sujeto, también mexicano, con una balsa.
«La niña no quería volver a montar. Me decía: ‘Ese barco no mamá, ese barco se hunde, no quiero ese barco, no me quiero montar ahí».
«Y yo le decía: ‘No mi amor, este no se va a hundir».
Se montaron las dos, pero cuando se subió Pablo, se empezó a llenar de agua otra vez, aun así, el sujeto les dijo que tenían que subirse como fuese, que no había tiempo que perder.
«La bebé iba hablando y yo rezando. Y el hombre que conducía la balsa me decía: ‘Calla la morrita (niña), cállala’».
«Yo le decía a mi niña: ‘todo va a estar bien, el señor lo está haciendo muy bien, tienes que hacer silencio’».
«Él tenía una pala y cuando remaba, entraba agua a la balsa, y el agua estaba muy fría».
«Cuando estábamos cerca de llegar, la corriente traía de regreso la balsa».
«El hombre que estaba muy alterado nos decía: ‘Agárrense de los carrizos’, que son unas matas pegadas al lodo, pero cuando te agarrabas, con la fuerza, la mata se devolvía».
«Yo me decía: ‘Dios mío, yo no estaba tan mal, no había necesidad de esto’. Y me repetía una y otra vez que si hubiese sabido que eso era lo que tenía que hacer, no lo hubiese hecho».
«Todo el trayecto pensé que nos íbamos a morir: o nos mata el frío o nos mata el río, nos ahogamos, no vamos a poder nadar, íbamos engripadas, hicimos todo ese trayecto teniendo covid».
«Fue muy espeluznante porque es literalmente estar entre la vida y la muerte».
La venezolana contó que le decía a su hija: «Shhh, estamos en una aventura, recuerda que no podemos hablar».
«Se callaba y al rato me decía: ‘Tranquila mamá, no llores que el señor sabe lo que hace, ya vamos a llegar, recuerda que esta es una aventura».
México posee tres cuencas transfronterizas en el norte: el río Bravo, el río Colorado y el río Tijuana.
En medio de la oscuridad, Lorena dice que no lograba ver el muro, «es una parte muy peligrosa». El guía los dejó y se fue de inmediato.
«Cuando tocamos la arena, no podía creer que lo hubiésemos logrado».
«Mi hija fue muy noble, cuando llegamos se puso a jugar con la tierra, con las piedras, estaba feliz. Me decía: ‘Mami, viste que lo logramos, que el señor sí pudo, todo va a estar bien’. Ella me daba ánimo a mí».
«Es una experiencia horrible».
Del otro lado, estaban completamente mojados, vio una patrulla y pensó que era «la migra mexicana» y que los iban a devolver, pero se trataba de una unidad del otro lado de la frontera; ya habían llegado a Estados Unidos.
«Yo no paraba de llorar. La única que estaba tranquila era mi hija, que me decía: ‘Mamá tranquila, ya se terminó la aventura’».
«Les explicamos que nos habían dejado abandonados en un monte y que un hombre nos había traído».
«Esos funcionarios nos trataron muy bien. Nos llevaron a un refugio, donde nos recibieron con mucha amabilidad. Te ofrecen comida, te dan todo».
Junto a su hija, la llevaron a una sección donde había otras mujeres con niños y a Pablo lo trasladaron al área para hombres de ese centro de acogida de inmigrantes.
«Mi hija les contaba a las otras señoras: ‘Estuvimos en una aventura, estuvimos en un río y casi nos ahogamos’».
Todos los gastos de la travesía, desde que salieron de Venezuela, incluyendo vuelos, el pago a los coyotes y otras «cuotas» que asegura fueron surgiendo a lo largo del recorrido, superaron los US$10.000 por los tres.
«Yo llegué al refugio hecha un mar de lágrimas, pero ahí te encuentras con historias peores que la tuya, hay cosas que no se dicen, hay un cruce por la selva, hay gente que viene desde Panamá, en carretera, en autobuses».
«Conocí el caso de una señora que cruzó y le mataron al esposo en la selva y vio violaciones de mujeres. Todo eso lo pasó ella».
«Hay cosas que nadie te cuenta, escuchas casos terribles, algunos llegan sin uñas porque las dejan agarrando los arbustos, la tierra».
«Gracias a Dios, esto fue una segunda oportunidad de vida».
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