Dos décadas de polarización, persecuciones, cárceles, exilios, insultos, venganzas, miedos, mentiras y sectarismo promovidos por la retórica chavista, y que sus sucesivos adversarios no han podido (o no han querido) desmontar, han abierto un abismo de desconfianzas mutuas de tales dimensiones que impide que aun en una situación límite como la que se encuentra Venezuela cualquier posibilidad de acuerdo político sea posible.
Pedro Benítez / ALnavío
En ciertos círculos políticos y de opinión venezolanos se ha despertado en las últimas horas la esperanza de que el devastador impacto que la pandemia del coronavirus puede tener en el país sea la oportunidad de algún acuerdo político entre el chavismo y el antichavismo. Entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó.
Pero por lo visto esa es una opción imposible hoy. Condicionado por un Maduro que ni aun en las presentes circunstancias le da tregua, el liderazgo del campo democrático que encarna Guaidó tiene muy poco margen de maniobra para intentar construir un puente hacia el otro país.
Una Venezuela frente a la otra. Visto así, un acuerdo político es la necesaria salida que indica el sentido común. El mecanismo para destrabar la crisis venezolana. Pero ocurre que el liderazgo chavista no lo ve así.
En los últimos días Guaidó ha jugado el rol del liderazgo responsable. Suspendió actividades de calle, designó un comité de altísimo nivel con varios de los profesionales de la salud más prestigiosos del país, ha llamado a que se acate la cuarentena y puso a la disposición del público una página web con la información respectiva. La respuesta del otro lado ha sido bloquear el acceso a ese sitio web y detener en las últimas horas a médicos, e incluso pacientes, que denuncian el estado calamitoso de la salud publica en Venezuela.
Ni siquiera ha habido un gesto hacia los 387 presos políticos recluidos en las distintas cárceles. Por el contrario, la persecución política no se ha detenido. Todas las semanas alguien relacionado con la oposición es apresado o debe asilarse en una embajada.
Maduro sigue en su estrategia de neutralizar cualquier disidencia, reforzando su control militar y policial sobre el país y aprovechando cualquier crisis para tapar otra con el propósito nada disimulado de desviar la atención pública. Es lo que está haciendo con la llegada de la pandemia a Venezuela. La ve como una oportunidad para intentar romper su aislamiento internacional.
Esto sin importarle la gravedad de la situación venezolana, que aun cuando el impacto del coronavirus fuera mucho menos de grave de lo que se espera, no podría escaparse al colapso de los precios mundiales del petróleo, secuela de la crisis económica que las medidas contra la pandemia están provocando.
Las finanzas de Maduro para seguir importando cajas de CLAP y gasolina se agotaron. Incluso antes de la actual coyuntura se le había acabado el dinero. Por eso la presión para cambiar la directiva de la Asamblea Nacional (AN) en enero pasado a fin de que la ayuda financiera rusa se concretara. Ahora se vino esta crisis global sin caja. Eso es lo que hay detrás de su extraña carta al Fondo Monetario Internacional (FMI) donde se traga 20 años de discursos anticapitalistas del chavismo. Por eso va a insistir. Necesita dólares.
Por supuesto, tiene una vía más práctica para conseguirlos; pero esa vía es la opción negada por él y por Diosdado Cabello: reconocer a la AN. Cualquier cosa (que es lo que estamos viendo) menos eso.
Porque la situación de Venezuela es paradójica. Por un lado tenemos a Maduro que cuenta con el respaldo de la Fuerza Armada Nacional (FAN) y el control del país. Control precario, pero control al fin y al cabo. Pero al mismo tiempo no tiene acceso a recursos de financiamiento externo por su falta de reconocimiento internacional. Y tampoco con los recursos humanos para gestionar adecuadamente el país, mucho menos en una crisis como la presente.
Del otro lado de la acera tenemos a Juan Guaidó que no cuenta con el respaldo de la FAN, pero tiene la llave que necesita Maduro. Tiene el reconocimiento internacional. Esta al frente de la única institución que puede legalmente aprobar esos recursos y de paso tiene el capital humano del que carece el chavismo.
Una Venezuela frente a la otra
Visto así, un acuerdo político es la necesaria salida que indica el sentido común. El mecanismo para destrabar la crisis venezolana. Pero ocurre que el liderazgo chavista no lo ve así. Su estrategia desde 2012 tiene el solo objetivo, la obsesión, de aferrarse al poder a cualquier costo y ven en cualquier concesión a los adversarios el riesgo de perder el monopolio de ese poder.
Incluso hasta el año pasado Maduro veía en la más mínima modificación de las absurdas políticas económicas del régimen un signo intolerable de debilidad y traición. Sólo el catastrófico choque contra la realidad ha llevado a algo de pragmatismo.
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