El gobierno de Estados Unidos ha vuelto a poner en el tapete aquello que los representantes de Nicolás Maduro y del presidente Juan Guaidó habían discutido, bajo el patrocinio de los noruegos y con el apoyo de la comunidad internacional, tanto en Oslo como en Barbados, esto es, un acuerdo que facilitara la realización de unas elecciones presidenciales competitivas, sin Maduro y sin Guaidó. Cuando esto fue planteado, como parte de la negociación, el régimen de Maduro decidió bloquear cualquier acuerdo, lanzándose nuevamente por el tobogán de intransigencia que nos tiene a todos atrapados en una pesadilla. Henos aquí, muchos meses después, ¿qué ha cambiado?
Ysrrael Camero / ALnavío
Todos hemos perdido mucho más que tiempo desde aquella ocasión. Todas las fuerzas internas nos hemos debilitado, y la sociedad venezolana no sólo se ha empobrecido a niveles decimonónicos, sino que se encuentra absolutamente vulnerable, a la intemperie, ante una pandemia global.
El régimen de Nicolás Maduro ha perdido acceso a recursos externos, convirtiéndose sus líderes en parias globales, percibidos como criminales y quedándose en compañía de otros autoritarios, quienes usan a Maduro como incómoda barajita intercambiable en su propio tablero geopolítico. La perspectiva no es halagüeña.
Pero no se puede negar que también las fuerzas democráticas se han visto afectadas. Conservando la legitimidad derivada de los votos, la legalidad derivada de la Constitución y el apoyo de la comunidad internacional democrática, ha mermado en su capacidad de movilización masiva. La dilatación en el tiempo de una crisis sin resolución reta a la mayoría democrática en la Asamblea Nacional, y a la Presidencia encargada de Juan Guaidó. El almanaque se acorta y el año 2020 entra en su segundo trimestre. La sombra del 5 de enero de 2021 se proyecta sobre cada decisión.
La pandemia global del coronavirus es el último elemento en la emergencia humanitaria que conmueve a los venezolanos, impulsando el aislamiento social y la individualización de la experiencia crítica. Sin sistema sanitario, sin servicios públicos, sin acceso a alimentos regulares, mucho menos a medicinas, el fantasma de lo que ocurre en Guayaquil planea sobre las ciudades venezolanas.
Somos actores agotados en una lucha cuyo guión se repite, una y otra vez, una y otra vez, mientras envejecemos, y se difumina nuestra capacidad de percibir un horizonte distinto al eterno retorno de la represión, los resentimientos, las rabias y los deseos de venganza. Todos hemos perdido mucho más que el tiempo desde que Maduro decidió bloquear los acuerdos en Barbados.
En este contexto llega el último movimiento de la administración Trump hacia Venezuela. Con el incentivo de la recompensa que pesa sobre Maduro y sus amigos se abre la opción de hacer posible una salida electoral pactada. La comunidad internacional democrática ha vuelto a realinearse, alrededor de una solución negociada a la crisis, que pase por un gobierno unitario de emergencia y unas elecciones competitivas. Por ejemplo, importante es el apoyo del gobierno portugués, fruto de una coalición progresista de izquierda, que puede funcionar como puente entre las partes.
Sin embargo, más allá de la presión externa la resolución depende finalmente de los actores internos. Ante la llegada de la pandemia global el presidente Juan Guaidó coloca la iniciativa de creación de un gobierno de emergencia, que sea expresión de una nueva unidad nacional, que permita a los venezolanos enfrentar la emergencia y avanzar en la reconstrucción de una convivencia social en libertad y seguridad, es decir, la vida democrática, y la reactivación de las fuerzas productivas venezolanas, destruidas por dos décadas.
La unidad necesaria a pesar de la desconfianza
Una legítima desconfianza se proyecta sobre la idea de un gobierno unitario que supere las fronteras de la oposición. Pero la construcción de una unidad transversal es un imperativo, político e histórico, para volver a darle viabilidad al proyecto nacional republicano venezolano. La destrucción sistemática de las redes comunitarias, que ha demolido la convivencia cotidiana, de las fuerzas productivas, que nos ha hecho dependientes exclusivos de los flujos externos, y la desaparición de un Estado que sólo sobrevive como fuerza represiva, donde lo hace, ha puesto en duda al proyecto nacional.
¿Quién tiene la solución?
Se corre el riesgo de que el centro de gravedad de la resolución de la crisis venezolana pase a los actores externos, colocando el tema de Venezuela en manos de un entramado geopolítico que se torna cada día más caótico.
Las conversaciones entre Vladímir Putin y Donald Trump, la movilización de las fuerzas antinarcóticos en el Caribe, la dependencia del régimen de Maduro para con las élites de Beijing, La Habana y Moscú, muestran una nueva escalada en la presión internacional. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea, así como el Grupo de Lima, presionan para que la resolución sea interna y negociada.
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