La cuarentena necesaria para contener la propagación de la COVID-19 afecta de forma desproporcionada a los estratos sociales más bajos y a los grupos ya vulnerables. Los niños, niñas y adolescentes pertenecen a ese grupo, especialmente por la ruptura de la rutina, la dinámica familiar que se llevaba antes de la pandemia, el colapso de los servicios públicos, y la crisis económica.
Por Laura Clisánchez / Correo del Caroní
Especialistas como Carlos Trapani, coordinador general de Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap), sostienen que “la infancia ha sido la gran invisibilizada durante la cuarentena”. “Para los niños representa un cambio brusco donde cesaron sus actividades escolares, deportivas, extracurriculares, su contacto con los amigos. En tanto el adulto tenga ansiedad, preocupación y procese su cuarentena de una forma también lo procesará el niño”, puntualizó.
En un panorama en el que las familias no tienen acceso completo a servicios básicos como alimentación balanceada, agua potable, higiene, saneamiento y recreación, el confinamiento puede exacerbar episodios de ansiedad, tristeza y pánico, situaciones potencialmente peligrosas para los niños, su proceso de aprendizaje a distancia y salud emocional y psicológica.
Milton González tiene 12 años, estudia segundo grado en el colegio Don Bosco, en Puerto Ordaz y vive en Toro Muerto. Lo que más extraña para esta sexta semana de cuarentena en el país, es ir a la escuela. “Él ama estar en su salón, el bochinche y el ruido. A él no le perturba estar con los compañeros”, dijo su madre, Nitzia Hernández.
Milton padece de autismo, y el encierro desencadena en él episodios de estrés, hiperactividad, irritabilidad e insomnio, como explica su madre. “Su vía de escape es el colegio pues, ahí es donde juega e interactúa y vive experiencias distintas a las que vive en la casa”, expresó.
La psicóloga y directora del Centro de Asesoramiento y Desarrollo Humano (CADH) de la Universidad Católica Andrés Bello, Sandra Cáceres, informó que en el caso de los niños autistas es fundamental buscar canales para que ellos puedan expresarse y así atenuar la frustración y demás alteraciones de conducta generadas, en este caso, por el encierro y cambio de rutina. “Como su proceso de comunicación está comprometido, la frustración puede ser más difícil de manejar”, indicó.
La madre de Milton se las ingenia para implementar una rutina en la que pueda adaptarse mientras pase el proceso de la cuarentena. “En un principio tuve que decirle que la maestra estaba enferma”, contó mientras Milton corría de un lado al otro dentro de la casa, y a ratos, se sentaba con ambos pies encima de la silla. “Ha sido frustrante trabajar el encierro con él”, dijo.
El reto de Nitzia es poder disminuir los efectos de la cuarentena en su hijo, pues debido a la precariedad económica de la familia, ella no puede cumplir a cabalidad la dieta especial que Milton requiere. El incumplimiento de la dieta para niños autistas como Milton se traduce directamente en alteración conductual, esto tomando en cuenta una situación de encierro prolongado y sin internet para cumplir con el proceso de aprendizaje.
“Lo que hay es lo que se come”, comentó. Y es que, en esta, como en muchas familias venezolanas, solo se puede comer lo que alcance con los bonos alimenticios del Gobierno, como el bono Quédate en Casa (300.000 bolívares), al comerciante informal (450.000 bolívares), a estudiantes (100.000 bolívares), o lo que venga en las cajas del CLAP, que a esa zona llegan mensualmente.
Cuando esto sucede, Nitzia acude a la Risperidona, un tratamiento que se utiliza para controlar problemas de conducta como agresividad, autolesiones y cambios repentinos de estado de ánimo en niños con autismo. Sin embargo sus reservas se están agotando. “Ahorita empecé otra vez con los guarapos de chita con guanábana para oxigenarle el cerebro y desintoxicarlo un poco”.
La hermana de Milton, Natalia, de 13 años, se refugió en el baile para evadir el tedio y la sensación de encierro de los días de aislamiento social. “Desde chiquita me ha gustado bailar ballet y aproveché para buscar en YouTube clases de ballet y consejos”, expresó.
La educación en casa nunca podrá igualar a la educación regular, sobre todo en la parte del asesoramiento pedagógico de los profesionales de la docencia. “Lo que extraño del colegio es que los profesores me explicaban y entendía mucho mejor, aquí tengo que ver videos para entender las clases que me están dando”, expresó la niña.
La licenciada en educación especial y especialista en procesos de aprendizaje, Yaritza Carvajal, explicó que algunos estudiantes presentan síntomas de depresión y estrés producidos por las dudas que generan la falta de contacto directo con el maestro y la cantidad de asignaciones en algunos casos. “Muchas veces los niños se ven muy afectados emocionalmente en su comportamiento”, explicó. Todo esto unido a los retos del entorno familiar.
Salud emocional
“Comienzan con sus dudas y temores, por qué ya no tenemos el plato de comida diario completo. Los niños preguntan, ¿por qué nos tenemos que comer una arepa sola con mantequilla y no con queso, ¿cuándo va a pasar eso?”, manifestó Shirly Africano, madre de dos niños, Archi, de 6 años y Antonella, de 8 años.
En esta familia la caja del CLAP llega cada tres meses, y el esposo de Shirly tuvo que vender todas sus herramientas de trabajo para comprar la comida que necesitan durante el período de aislamiento social. “Hemos vendido esmeril, carrucha, máquina de soldar, taladro, dos palas… para poder sobrevivir al tiempo de coronavirus”.
Antonella, la niña de 8 años no está ajena a la situación. “Porque si cocinamos, no tenemos comida, y si tenemos comida, no hay gas, hay fogón, pero nos quemamos, si es sembrar matas nos ensuciamos con tierra”, dijo frustrada.
Contó que con su hermano jugaba a la búsqueda del tesoro, enterraba algo, y Archi debía encontrarlo. “Ya no podemos hacer eso… ¡porque no hay agua!”, expresó. “Ayer comimos arepas y se nos aflojaron los dientes porque era arepa con arroz”, además.
El terapeuta familiar y fundador de Cecodap Oscar Misle reiteró que la salud emocional de los niños en esta situación está comprometida y debe ser visibilizada. “Lo que estamos viviendo es un clima de salud mental afectada, por más que haya la voluntad, muchas veces no hay las condiciones para enfrentarlo, los detonantes son graves, reales y complejos”, subrayó el experto, refiriéndose a las precariedades económicas que amenazan el entorno familiar.
“¡A mí no me gusta la cuarentena, no he hecho nada!”, expresó con rechazo Luis Castillo, un niño de 6 años que acompaña a su madre, Génesis Castillo, a buscar comida o una oportunidad de empleo que le permita alimentar a sus hijos a diario, entre las calles de su residencia, en Mini Fincas, Puerto Ordaz.
Génesis es madre soltera, tiene tres hijos, y no tiene trabajo fijo. Durante la cuarentena no hay quien la emplee en su vecindario. Ella ha logrado alimentar a sus hijos gracias a la solidaridad de sus vecinos, y pese a eso, hay días en los que ninguno de los cuatro logra comer en el día otra cosa que no sea mango. “Cuando hay comemos una o dos veces al día”, lo que la imposibilita para cumplir la dieta especial que requiere su hija Camila, de cuatro años, pues tiene diabetes tipo A.
Responsabilidad estatal
Carlos Trapani explicó que, en estos casos, el rol del Estado es fundamental para poder generar condiciones mínimas para disminuir potenciales niveles de tensión en la familia. “Que aquellas familias que tengan dificultades puedan acceder a servicios básicos, agua, gas, internet, comunicaciones”, indicó. El experto señaló que es fundamental que el Estado no se presente solo como controlador social, sino como apoyo, con políticas públicas que partan desde una perspectiva de derechos humanos.
Pues sin esto, familias como la de Génesis tienen cada vez menos opciones para sortear la cuarentena. “Yo limpio casas, lo que me toque hacer, si es botar basura, cortar monte, lo que sea yo lo hago. Ahora la gente tiene miedo -y con razón- de abrirle la puerta a los demás”, expresó. La organización Cepaz ha advertido que la necesidad de aislamiento como medida de prevención ha causado un impacto en la economía del mundo, que afecta diferenciadamente a las mujeres como Génesis que son cabeza de hogar, y en consecuencia a sus hijos.
Luis y Camila están acostumbrados a no ir a la escuela, incluso antes de la cuarentena. “Yo dejé de llevarlos, no tenía desayuno, no tenían zapatos, ya ellos estaban acostumbrados a hacer tareas en casa, a leer”, dijo su madre. Es al hambre a lo que nadie puede -ni debe- acostumbrarse. “Hay veces en las que voy a donde los vecinos, los ayudo a fregar o cualquier cosa para poder conseguirles comida”.
Pese a esto, ella espera volver a llevar a los niños al próximo período escolar, luego de la cuarentena, pues tampoco tendría forma de aplicar el método de educación a distancia online por falta de conexión a internet.
Para tratar de entretenerlos, en un intento para que no se abrumen por la situación, Génesis los lleva al manantial que hay cerca de la comunidad donde viven. “Luis se frustra porque no pasan comiquitas en los canales nacionales que tenemos disponibles, eso ha estado llorando, quiere irse a la calle, quiere volar papagayo, llora porque quiere salir y no puede”, contó su mamá.
Sin embargo, es ese niño de 6 años su mayor apoyo aun cuando no hay nada que comer. “A veces me dice bueno mamá, hay que esperar, y yo le digo que no podemos esperar que todo esto pase para buscar la comida, tenemos que salir a buscarla, y él se va conmigo, va conmigo para donde sea”, afirmó Génesis.
Esto no le ha impedido a Luis ser un niño feliz, “puro en la calle, lo que hago es jugar, divertirme, ir para el pozo a bañarme, dibujar”, dijo el niño, “carros, motos, casas, jardines, matas… una casa feliz, pues, y la gente feliz. Yo soy Luis Alejandro Castillo, el hombre de la casa”.
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