La difícil relación entre Didalco Bolívar, alto cargo chavista, y Manuela, su hija opositora, refleja la polarización del país.
La honda crisis política de Venezuela no solo se vive en las instituciones, sino que alcanza a las familias. Así sucede con la de Didalco Bolívar, de 65 años, veterano político de la jerarquía chavista y nuevo vicepresidente de la Asamblea Nacional elegida tras las controvertidas elecciones de diciembre, en las que no participó la oposición ni fueron reconocidas como legítimas por la Unión Europea.
Cercano a Nicolás Maduro, Bolívar trabaja para estabilizar el Gobierno y forma parte de un Parlamento que ha anunciado que abrirá investigaciones contra la oposición. La misma a la que pertenece Manuela Bolívar, de 37 años, dirigente de Voluntad Popular, miembro de la generación estudiantil de 2007, igual que el exjefe del Parlamento Juan Guaidó, quien se proclamó en 2019 presidente interino del país al no reconocer la legitimidad del régimen chavista.
Cercana a Leopoldo López, el líder de Voluntad Popular que ahora vive en Madrid, Manuela trabaja por lograr la renuncia de Maduro. Enfrentados en posturas casi antitéticas, padre e hija tienen que lidiar con una difícil relación personal escasa de momentos de normalidad, y sobre la que gravita un espeso silencio. El complicado vínculo entre ambos retrata parte de la vida cotidiana del país: padres e hijos, familias enteras, con relaciones muy quebrantadas o rotas a causa de la política.
Públicamente, el enfrentamiento político lo asumen ambos con clara incomodidad y rara vez, por no decir nunca, lo comentan. En privado, al menos fuera del entorno familiar, el hermetismo es incluso mayor. La relación entre Didalco y Manuela Bolívar, según las fuentes consultadas, es intermitente y apenas formal.
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