Obe, es un joven venezolano de 22 años que tiene un peso de un niño de nueve, tan sólo 25 kilogramos. Su vida es el reflejo de miles de hogares que viven en pobreza extrema en Venezuela, un sector que ocupa el 79,3% de la población, según la Encuesta Condiciones de Vida (ENCOVI). Al igual que muchas familias su alimentación se basa en unos pocos alimentos, casi todos carbohidratos y granos y en cantidades tan reducidas que no le aportan a su organismo los nutrientes requeridos para mantenerse saludable.
Ana Uzcátegui | La Prensa de Lara
Roberson Abel López Marín es su nombre real, su familia lo llama «Obe». Presenta desde hace un mes síntomas graves por su condición de desnutrición crónica. Dejó de tener fuerza para caminar, ha perdido la consciencia y se mantiene encorvado boca abajo en una cama día y noche, delirando. Su columna vertebral se le marca entre la piel, y su cara, brazos y piernas se asemejan a las imágenes de la población africana más pobre que sufre por el hambre.
Su madre Margarita Marín lo asea, le da de comer, lo carga y le reza al oído. Contó que «Obe», fue diagnosticado con déficit cognitivo cuando era un niño, y es paciente epiléptico. En los últimos meses las convulsiones han sido cada vez más seguidas y aunque lo han trasladado a ambulatorios y hospitales para que lo estabilicen, sus padres aseguran que en ningún centro de salud le dan ingreso. La excusa es la pandemia, la falta de especialistas, escasez de medicamentos o alimentos.
«Lo que más nos preocupa es que todo lo que come lo defeca al instante, porque tiene una diarrea que no se le quita. Los médicos cuando lo ven no le brindan atención, algunos nos dicen que un paciente que necesite proteínas no puede ser hospitalizado, porque los centros de salud no la están dando», contó Roberto López, su padre, un comerciante informal de 49 años, que quedó desempleado hace tres años.
Relató que trabajaba como gandolero en la Procter And Gamble, y que desde que lo liquidaron los ingresos los obtiene vendiendo orégano en los mercados populares de Caracas, que cultiva en el patio de su casa. Afirma que sobrevive con menos de 30 dólares al mes, aunque según el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cenda), en octubre se requerían 165 dólares para adquirir la canasta alimentaria.
«Trato de viajar una vez al mes, y por la escasez de gasolina es cada vez más difícil. Pido cola y con lo que vendo, puedo comprar algo de harina, pasta, arroz y frijol chino», comenta. A su cargo no solamente está su hijo que es paciente crónico, también una adolescente de 11 años, un nieto de 4 años, y su esposa de 46. Todos están en inseguridad alimentaria, y presentan malnutrición.
Afirmó que ha cargado al muchacho hasta el Hospital Luis Gómez López, el Hospital Central y el Pastor Oropeza, sin lograr que lo internen. En un Barrio Adentro de Tamaca, las dos doctoras que lo atendieron le fueron claras: «Su hijo necesita es tratamiento y comer carne, verduras y frutas para estabilizarse», comentó. Una dieta imposible de pagar para una familia con tanta necesidad.
Los López Marín viven en el sector Bachaquero, en Carorita Abajo, al norte de Barquisimeto, Margarita relató con lágrimas en los ojos que se ha quitado el pan de la boca para que su hijo coma mejor. «Cuando podemos compramos hígado y molleja, o paticas de pollo. Le hago consomé, eso es lo que tiene vitamina. A Él no se le ha quitado el hambre, si tú le das tres arepas se las come, pero no retiene los alimentos. Yo sé que él entiende, porque a veces me mira y me pide perdón, me dice que es un enfermo y que no le gustaría estar así», confesó
Obe requiere un tratamiento médico basado en Risperidona, Valpron y Tegretol. Hace seis meses estuvo hospitalizado en el Pastor Oropeza, y ahí le dijeron a su familia que le dieran suplemento vitamínico.
Su madre, con la mano señala un portarretrato colgado en la pared de su vivienda, aparece un adolescente de 11 años, alto y moreno, vestido con toga y birrete recibiendo su título de sexto grado. «Así era Obe, un niño que caminaba, jugaba fútbol y era alegre. Su maestra me dijo que no podía estudiar más porque nunca aprendió a leer, pero con todo y eso lo promovió de primaria», expresó Marín. Comentó que han ido hasta el Hospital Psiquiátrico El Pampero, en busca de ayuda, pero sólo han encontrado las puertas cerradas.
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