El tiempo que pasaron en la cárcel fue el peor de sus vidas.
Así lo reseña BBC.
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Y, sin embargo, allí encontraron también lo mejor de sus días, un amor del que esperan que dure para siempre.
Es la paradójica y asombrosa historia de Angelis y Jhosman, Jhosman y Angelis, dos jóvenes venezolanos a los que la vida les cambió el día que el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) los encerró en su centro de detención conocido como el Helicoide, uno de los de peor fama de toda Venezuela.
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Ahora, con 29 años ella y 26 él, echan la vista atrás en el salón de su cálido apartamento a una hora escasa de Caracas y recuerdan las difíciles circunstancias en las que nació su relación.
Su memoria de pareja quedará para siempre ligada al Helicoide, el lugar al que las autoridades chavistas envían habitualmente a los que consideran los presos más peligrosos.
Según las denuncias de presos, familiares, y asociaciones pro derechos humanos, allí son frecuentes los malos tratos, hasta el punto de que se ha convertido en uno de los lugares más temidos del país.
El reciente informe sobre Venezuela emitido por la alta comisionada de las Naciones Unidas para los de Derechos Humanos, Michelle Bachelet, lo incluyó entre los centros de detención en los que se cometen abusos, y afirmó que allí algunos de los guardias presionan a las mujeres presas aprovechándose de su cautiverio para que se presten a mantener relaciones sexuales.
Nicolás Maduro, negó el contenido del informe de Bachelet y le envió una carta en la que exigía una “inmediata rectificación” de sus “graves errores” y “falsas acusaciones”.
El Ministerio de Comunicación de Venezuela no respondió a una petición de información de BBC Mundo.
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¿Cómo acabaron ellos entre sus rejas?
Jhosman Paredes era en 2014 uno de los estudiantes más activos en las protestas que se llevaban a cabo de la Universidad Nacional Experimental del Táchira, en San Cristóbal.
Venezuela vivía una de las olas de manifestaciones en las que la oposición ha exigido la renuncia de Maduro en los últimos años, pero Jhosman se desmarca de aquello.
“Nosotros estábamos protestando desde mucho antes, por todos los problemas que tenía la universidad”, recuerda.
El 18 de septiembre, dice, empezó su calvario.
“Entre seis y ocho personas me metieron a golpes en una camioneta. Dentro de la camioneta me dieron más golpes y choques eléctricos”
“Me llevaron a un lugar en el que me colgaron de las manos de una barra de metal. Apenas me alcanzaban los pies al suelo. Allí guindando, me dieron patadas en las costillas”, cuenta.
Sus captores tardaron en identificarse como funcionarios del Sebin. Cuando lo hicieron lo subieron a una avioneta rumbo a Caracas.
“Volé con los ojos vendados y tirado boca abajo en el piso”.
En el aeropuerto militar en el que aterrizó se le presentó a la fiscal que después lo acusaría de conspiración para la rebelión y lo llevaron directo al Helicoide.
“Nunca pudieron probar nada”, dice él.
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Ni ella ni los otros funcionarios a los que dijo haber sido golpeado hicieron caso de sus denuncias.
Los primeros treinta días los pasó solo en una celda sin ventanas iluminada por un tubo fluorescente siempre encendido.
“No sabía qué hora del día era y tenía una cucaracha como mascota”, relata.
Después de un mes lo trasladaron a una celda con otros cinco presos y le permitieron empezar a recibir visitas.
Pero pasarían hasta siete meses hasta que pudo salir al patio a caminar y ver la luz del sol.
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