Biblia en mano, Nicolás Maduro compareció en televisión para insultar a los jóvenes que clamaron el lunes en 200 lugares distintos de Venezuela contra uno de los mayores fraudes de la historia de América Latina. Terroristas de extrema derecha, drogadictos y delincuentes, les definió, pese a que habían bajado desde los barrios populares de la capital y de otras zonas en el país para reclamar lo que consideran su triunfo. La misma gente que su revolución asegura defender.
El Mundo
En ese momento ya estaba en marcha el contraataque chavista. Tal y como ya ha sucedido en otros momentos, como en 2014, 2017 o 2019, se activó el «plan terror», con papel destacado para los colectivos revolucionarios. Los paramilitares de Maduro, con la connivencia de los guardias nacionales y de los policías desplegados, salieron al paso de las miles de personas que se habían rebelado contra su destino. Tocaron cacerolas con toda su fuerza, después marcharon por las calles de todo el país y «celebraron» con un día de retraso el 70 aniversario de Hugo Chávez con el derribo de seis estatuas del «comandante supremo» y la quema y destrucción de cientos de cartelones electorales de Maduro.
La respuesta fue salvaje: 12 jóvenes y un sargento perdieron la vida en la represión y en los enfrentamientos. Uno de ellos apenas tenía 15 años. Casi 800 personas también fueron detenidas, algunas de ellas con parecida brutalidad a la empleada en otros ciclos de protestas.
Última oportunidad
Todos esos jóvenes de los barrios populares y de la Venezuela profunda están convencidos de que ésta es su última oportunidad y de que si se confirma el fraude deberán emigrar siguiendo la senda de los nueve millones que ya se han repartido por medio mundo.
La verdad hace más fuertes a todos ellos. María Corina Machado dio a conocer ayer que la oposiciónha recuperado el 85% de las actas de votación, con parecidos datos a los hechos públicos el lunes con la victoria avasalladora de Edmundo González Urrutia. Casi cuatro millones de votos de diferencia a favor del diplomático frente a Maduro.
«A las fuerzas de seguridad y a nuestras fuerzas armadas los instamos a respetar la voluntad de los venezolanos y detener la represión de manifestaciones pacíficas. Ustedes saben lo que pasó el domingo, cumplan con su juramento. La Constitución está por encima de todos. Los venezolanos queremos paz y respeto a la voluntad popular. La verdad es el camino a la paz», exhortó el «presidente electo» de Venezuela.
Junto a María Corina Machado, Edmundo se reunió ayer en asambleas ciudadanas con miles de seguidores en lo que parecía el día después de una batalla. Caracas estaba desierta antes de comenzar la concentración, muchos comercios cerrados, sin transporte.
El chavismo intentó enseñar músculo con una concentración, que ya sólo consiguen llenar acarreando a la gente de siempre.
En el grupo de dirigentes de la oposición faltaba Freddy Superlano, el líder de Voluntad Popular, partido del ex prisionero político Leopoldo López, detenido con violencia horas antes por agentes chavistas, junto a dos acompañantes. Era la confirmación de que el gobierno está dispuesto a profundizar la persecución de los factores demócratas. Horas antes cayó en las redes policiales Rafael Sivira, dirigente juvenil de La Causa R. Los agentes de Maduro también hostigaban a dirigentes universitarios y sindicalistas.
Nada se sabe tampoco de los 23 estudiantes de policía que fueron detenidos el domingo por negarse a votar por Maduro. Y tampoco se sabe si la Fiscalía, siempre tan obediente, cumplirá las órdenes de Jorge Rodríguez, hermano de Delcy y presidente del Parlamento, quien ayer exigió la detención inmediata de Machado y de González Urrutia. «María Corina Machado tiene que ir presa… Y (también) Edmundo González Urrutia, porque él es el jefe de la conspiración fascista que están intentando imponer en Venezuela. Esa es la verdad», arengó Rodríguez, que acusó a los dos líderes y a los miembros del Comando Con Venezuela de «intentar sembrar una guerra civil en Venezuela. Eso fue lo que intentaron ayer».
A las barricadas
La realidad es que las protestas del lunes, que ya forman parte de la Historia contemporánea de Venezuela, nacieron de forma espontánea en el seno de los barrios populares. Las cacerolas de los primeros minutos animaron a los jóvenes, que se lanzaron a las calles sin saber a dónde iban.
En menor medida, pero en distintos puntos del país, la gente volvió ayer a la calle, mientras los paramilitares atemorizaban con su licencia para matar. El general Vladimir Padrino López, ministro de Defensa y cabecilla del generalato chavista, acusó a la oposición de orquestar un golpe de Estado y dejó muy claro a todo el que le escuchaba que la élite más favorecida con los negocios revolucionarios no va a respetar el resultado electoral.
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