Ana Rosario Contreras, presidenta del Colegio de Enfermería del Distrito Capital, dice que con el reciente incremento salarial el gremio quedó más empobrecido.
Jenniffer Silva se lo está pensando muy bien: quiere cambiar su pasión por la enfermería para convertirse en una emigrante venezolana más. Después de muchos años de ejercer su profesión con vocación, amor y sacrificio, hoy considera que la única manera de salir adelante es fuera de nuestras fronteras.
Desde hace años ejerce como profesional de la salud en el hospital Oncológico Luis Razetti, ubicado en Cotiza, en el centro de Caracas. Pero llegar a su sitio de trabajo se ha convertido en toda una travesía pues vive con su pequeña hija en el litoral central.
«Sigo viniendo al hospital por la satisfacción que me da llegar a mi casa y pensar, que después de un día agotador, pude ayudar a un paciente oncológico, que tiene problemas más grandes que cualquiera de las dificultades que yo pueda tener», dice la joven, quien día con día lucha por seguir ejerciendo en una Venezuela en crisis.
Cada 12 de mayo se celebra el día internacional de la Enfermera, esto en conmemoración del nacimiento de Florence Nightingale, madre de la enfermería moderna, quien en 1860 sentó las bases de profesionalización de su labor con el establecimiento de su escuela de enfermería en el hospital Saint Thomas de Londres, convirtiéndola en la primera escuela laica de enfermería en el mundo.
Sin embargo, como muchos profesionales en Venezuela, este gremio hace años que no tiene nada que celebrar en su día. Por el contrario, acumula un sinfín de peticiones y exigencias que siguen sin recibir respuestas.
Forzada por la realidad, Jenniffer Silva todos los días piensa en la posibilidad de irse del país: cada vez le resulta más difícil sobrevivir anclada a un salario que no le alcanza ni siquiera para costear dos días de pasaje, mucho menos para comer, vestir o satisfacer cualquier otra necesidad que como madre debe cumplir.
Es tal su situación y su compromiso con su labor, que esta joven enfermera se ha visto en la necesidad de pedir ayuda a sus compañeros para llegar a su lugar de trabajo. «Una doctora amiga me ayuda y me colabora para el pasaje, incluso, hasta ellos mismos (los pacientes) me han dado para el pasaje, todo para que yo no deje de subir a trabajar».
Cuando se graduó como profesional de la salud jamás pensó que le tocara pasar por esto. «Llego al hospital y no tengo agua para lavarme las manos, ni unos baños dignos para poder ir al baño, debo aguantar horas, a veces hasta debo esperar llegar a la casa», esto es parte de lo que vive como personal del Oncológico Luis Razetti.
Además de las carencias que la afectan personalmente, están aquellas que la afectan como profesional, «en el hospital no hay insumos, de una u otra cosa, lo que hace más cuesta arriba brindar una atención de calidad a los pacientes».
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