En medio del dolor por la pérdida de un ser querido, habitantes de 4 Esquinas, en la parroquia Carlos Quevedo del municipio Francisco Javier Pulgar del estado Zulia, desafiaron las restricciones sanitarias de la pandemia por el COVID-19 y se unieron al dolor de la familia de Ricardo Araujo Parra, de 24 años, para acompañarlos este viernes 9 de octubre en el breve funeral y sepultura del migrante asesinado hace 13 días en Santiago de Chile.
Por El Pitazo
Los restos de Araujo Parra no podían ser trasladados hasta su pueblo natal por una orden del alcalde de Colón, Blagdimir Labrador, desde la noche de este jueves 8 de octubre, pero luego de varias conversaciones con «personas influyentes», les permitieron velarlo, algo que según las autoridades está restringido por los casos de coronavirus en Venezuela.
Pero los vecinos y familiares, en su afán de cumplir con los actos velatorios y hacer los rezos antes de la siembra del joven, acudieron a la entrada del poblado platanero a recibir los restos mortales del emprendedor venezolano que viajaron en un vuelo desde Chile hasta Bogotá y finalmente llegó a Venezuela por las trochas que lindan con Colombia por el estado Táchira.
Juan Carlos Araujo, tío de Ricardo, contó que a pesar de las negativas les concedieron la movilización. Para sorpresa de quienes se dirigían en caravana al velatorio, antes de llegar al poblado del Sur del Lago y justo en la bifurcación hacia el cementerio, en horas del mediodía de este viernes otras dos patrullas policiales del municipio Francisco Javier Pulgar también intentaron impedir el arribo del féretro.
«Fue la comunidad que se volcó a recibirlo, si no es por los pobladores el cuerpo no pasa. Estamos agradecidos por esta muestra de solidaridad. También gracias a un productor cercano al alcalde de Pulgar, Luis Urbina, nos permitieron llevarlo hasta la que fue su casa de crianza», dijo vía telefónica a El Pitazo.
A Ricardo lo velaron en un galpón a 50 metros de la escuela Nicolás Arámbulo en la vía que conduce desde 4 Esquinas hasta Guayabones, en la denominada calle El Milagro. Allí los lugareños se aglomeraron junto a familiares y amigos del zuliano que migró hace más de dos años a Chile y fue asesinado en defensa de uno de sus empleados.
Fueron sólo tres horas las que el ataúd estuvo presente entre la muchedumbre. Muchos con tapabocas, algunos sin tenerlo puesto, pero todos estuvieron expectantes. Oraron, escucharon la misa por el eterno descanso y cargaron el difunto. Unos pocos sólo iban a mirar y se retiraban. Los padres y hermanos de Ricardo, visiblemente afectados, recibían abrazos y palabras de solidaridad en medio de la tragedia familiar.
A las 4.00 pm el ataúd fue movido del centro del recinto y, en procesión, fue llevado por algunas calles del poblado donde Ricardo correteó, creció y se familiarizó con los coterráneos. Cientos de pobladores se volcaron a su despedida sin importar las limitantes de una pandemia que ha enlutado miles de hogares en el mundo.
En la vía hacia el cementerio de Caño Muerto, en la parroquia Urribarrí del vecino municipio Colón, el más cercano para los habitantes de ese poblado zuliano, se encontraron con otra alcabala integrada por efectivos policiales, bomberos de Colón y de Protección Civil. La orden dada a los funcionarios era desinfectar cada vehículo y motocicleta proveniente de la jurisdicción vecina para poder seguir con el cuerpo sin vida camino a la cristiana sepultura. Desde su deceso hasta la despedida de sus restos el camino fue tortuoso y lleno de obstáculos que se sumaban al amargo episodio de un asesinato que sigue sin culpables, sumado a una separación por la migración y a las imposibilidades de un reencuentro.
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