EL TUKUKO, Venezuela — Los choques constantes del reverendo Nelson Sandoval con los funcionarios socialistas, los rebeldes marxistas y los jefes tribales le han conseguido seguidores leales y enemigos resentidos en un pueblo indígena remoto y abandonado que se encuentra en la selva occidental de Venezuela.
Por Anatoly Kurmanaev | THE NEW YORK TIMES
Para algunos de los 3.500 residentes de la comunidad, es “el diablo”. En cambio, sus seguidores lo conocen como un “segundo padre”.
Los últimos quince años, Sandoval ha trabajado para llevar educación y atención médica al pueblo, El Tukuko.
Sus aliados aseguran que esto lo ha vuelto el principal salvavidas que mantiene a flote El Tukuko en medio de una crisis económica sin precedentes que azota Venezuela, lo cual enfatiza cómo en un país en desintegración la fortuna de comunidades enteras puede depender de individuos particulares.
Sin embargo, sus detractores “me dicen que iré al infierno”, comentó Sandoval, un jovial fraile capuchino de 49 años de edad con una afición por decir groserías. “Les digo que ya estoy viviendo en el infierno”.
Como la mayoría de la Venezuela rural, los siete años de crisis económica han devastado El Tukuko. La electricidad y las conexiones telefónicas son esporádicas. Abunda la desnutrición y la clínica estatal local no tiene medicamentos.
Debido a la ausencia de policías y militares, la circundante Serranía del Perijá, la cual se extiende hasta el país cercano de Colombia, ha quedado a cargo de los ladrones de ganado, los narcotraficantes y los rebeldes transfronterizos.
Sandoval culpa directamente al gobierno socialista de Venezuela (que lleva muchos años en el poder) de las condiciones nefastas del pueblo.
“Son una maldición que ha caído sobre nosotros”, opinó sobre el gobierno del presidente Nicolás Maduro. “Ellos viven como reyes mientras el pueblo come basura. Como cristiano, no puedo aceptar esa incongruencia”.
Durante el auge petrolero de la década de 2000, el gobierno central de Venezuela intentó debilitar el control que tenía la Iglesia católica romana sobre comunidades indígenas como esta, ofreciendo viviendas gratuitas y donativos en efectivo.
No obstante, a medida que el gobierno se ha retirado tras el colapso económico del país, la misión de Los Ángeles del Tukuko que supervisa Sandoval de nueva cuenta está asumiendo algunas de las funciones básicas del Estado.
Su inmenso papel recuerda el poder secular —y un legado contradictorio, sin duda— de la Iglesia en la época colonial latinoamericana, cuando el proselitismo propagó gérmenes mortales junto con la educación. Además, aunque la Iglesia evitó que los colonizadores españoles esclavizaran formalmente a las poblaciones indígenas, a menudo participó en su brutal explotación.
“Hay quienes dicen que la Iglesia es un parásito que se alimenta de las tierras indígenas”, comentó Sandoval en una entrevista que otorgó en la misión. “No tienen ni idea de todo lo que hemos hecho por estas personas”.
En diciembre, durante la visita de un reportero al pueblo, cuando Sandoval se paseaba por las calles sin pavimentar de El Tukuko, decoradas con varios nacimientos de paja y arcilla hechos en casa, lo detenía cualquier persona con la que se cruzara. Sin dinero para comprar decoraciones en una tienda, la mayoría de las familias fabrica árboles de Navidad improvisados con palos y tiras de envolturas de caramelos y de bolsas de plástico.
Cuando Sandoval se paseaba por el pueblo, con su grueso hábito color café, su abundante cabellera cana, la coronilla calva y un morral mediano, parecía un fraile Tuck de alguna adaptación de “Robin Hood”.
“¡Capuchino patume!”, le dijo al monje Luisa Pique, una jubilada, cuando pasó por ahí: “los capuchinos son buenos” en la lengua local yukpa. Como la mayoría de la gente del pueblo, Pique había estudiado y trabajado en la misión.
Aunque la mayoría del pueblo lo admira, las denuncias incesantes y apocalípticas de Sandoval en contra de Maduro —“Quienes se dedican a hacer daño son malos”, mencionó— han generado algunas duras críticas entre las eminencias locales.
Algunos jefes yukpa resienten su interferencia en asuntos que según ellos solo atañen a los indígenas; otros creen que su politización de los problemas del pueblo perjudica sus oportunidades para obtener recursos públicos.
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