La agenda política detrás de la producción es innegable. Sin necesidad alguna, en varias ocasiones muestran al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, como si éste fuese cómplice del criminal, y en cambio, Bill Clinton, que posee múltiples registros de sus viajes, en el “Lolita Express”, a la isla del pederasta, el documental apenas lo menciona y cuando lo hace (porque sería un descaro no hacerlo) se pretende limpiar su imagen, haciéndolo ver como inocente.
Así mismo, el documental no tiene miramientos para exponer al abogado Alan M. Dershowitz y destruirle su reputación, con acusaciones sin ninguna base y poniéndole a la defensiva, simplemente por haber cumplido con su deber como jurista. Dershowitz es uno de los grandes abogados de la historia del Derecho. De orígenes humildes, a punta de genio y todavía veinteañero fue la persona más joven en obtener la titularidad de una cátedra de Derecho en Harvard, y su carrera y obra literaria marcan un hito que sirve de inspiración y ejemplo a miles de personas.
El otro punto que debo resaltar es el de las víctimas del pederasta. Un documental sobre un caso tan grave, que resalta uno de los crímenes más aberrantes que puede cometer un ser humano, debe cuidar los detalles con precisión quirúrgica.
Soy opuesto a la pena de muerte en prácticamente cualquier caso. No obstante, considero, y así lo he dejado por escrito durante toda mi trayectoria profesional, que la pederastia es una de sus excepciones.
No existe crimen más monstruoso que la destrucción de la vida de una persona totalmente inocente e incapaz de defensa alguna, con todas las implicaciones psicológicas y morales que este crimen supone para la víctima y familiares y la misma sociedad, que debe lidiar con una máquina de maldad que se nutre de este tipo de casos.
Por esta razón, el documental tenía que procurar el cuidado de todas las formas y colocar víctimas que generasen una absoluta empatía en el espectador, y no conflictos en su apreciación de la gravedad del crimen.
Epstein produjo una red muy amplia, con capacidad de infligir un daño incuantificable a un universo vasto de víctimas reales y potenciales. En consecuencia, era fundamental que los testimonios que se utilizaran fueran capaces de producir en el espectador una empatía a prueba de cualquier reflexión ambivalente. Y no fue así.
Algunos de los casos que se utilizaron, de hecho, el principal de los seleccionados, fue el de una muchacha (Virginia Roberts) que se empleó voluntariamente como masajista, viniendo de ser empleada en el resort de Donald Trump (Qué “casualidad” que sea precisamente este el caso – de las decenas que existen – el que se resalta con mayor énfasis).
La muchacha, por voluntad propia y en pleno uso de sus facultades mentales se mantuvo como empleada de Epstein durante años. Recibía un sueldo, y comisiones adicionales por cada niña que reclutara para Epstein. Viajaba a la isla del pederasta y comentaba lo bien que lo pasaba. Aceptó regalos y toda clase de beneficios materiales, reclutó a su hermanita menor y la introdujo en ese mundo, y finalmente aceptó una beca de estudios, totalmente pagada por Epstein, para viajar a otro continente y cursar estudios como masajista profesional. Allí conoció a un hombre y decidió casarse, y fue entonces cuando “entendió” que más que empleada de Epstein, era su víctima. Allí emprendió una campaña para exponer la red de pederastia y llevar a Epstein a los tribunales.
No soy quién para juzgar a nadie (Nadie realmente lo es). Pero me pareció que, si querían generar una genuina empatía en el espectador con respecto al daño causado por Epstein, quizás esa no fuera la mejor selección de víctima. Es imposible analizar ese caso –el de esta muchacha en particular- y no sentir internamente una sensación ambivalente respecto a los genuinos motivos de esta mujer para irse contra el depredador. Después de tantos años beneficiándose personalmente de su relación con aquel criminal, es cuando contrae matrimonio, y comienzan los problemas económicos a sentirse, que decide demandarlo. No me pareció un personaje capaz de generar la empatía suficiente para despertar la repulsión que se tiene que sentir cuando uno analiza estos casos.
Así las cosas, hace unos días, una mujer publicó en Twitter un comentario sobre el documental. Al leerlo, coloqué una nota expresando que me había parecido una producción deficiente. La mujer me expresó que ella había sufrido abusos sexuales y que era importante que estos temas se hicieran públicos. Entonces comencé un amable intercambio con ella, donde le decía lo que me había parecido malo del documental.
Malísima esta miniserie. https://t.co/Idk9PwQXGo
— Juan Carlos Sosa Azpúrua (@jcsosazpurua) June 5, 2020
En uno de los comentarios, hice alusión al caso de la empleada de Epstein y otras como ella, y afirmé que el documental de Netflix debía haber tocado con mayor profundidad el tema de las responsabilidades implícitas, para así neutralizar la ambivalencia que generaba en el espectador esos ejemplos de víctimas que producen sentimientos encontrados.
Las "sobrevivientes" no generan empatía (sabían muy bien lo que hacían), no dan detalles de la dinámica de la Isla y sus visitantes, perfil psicológico de Epstein parece hecho por un niño, no desarrollan futuro de sus activos, tampoco lo sucedido en la cárcel, producción floja. https://t.co/v4UQL4rYQL
— Juan Carlos Sosa Azpúrua (@jcsosazpurua) June 5, 2020
No he dicho que el sujeto no sea un depravado. Sencillamente no me gustó la miniserie. Eso no me convierte en pasajero del Lolita Express. https://t.co/Wya418MT2X
— Juan Carlos Sosa Azpúrua (@jcsosazpurua) June 6, 2020
Afirmé que, tratando un tema tan complejo frívolamente, se les hacía un flaco favor a víctimas mucho más evidentes.
Es muy floja… no hay intelecto en su producción. https://t.co/BJSuXC82wk
— Juan Carlos Sosa Azpúrua (@jcsosazpurua) June 6, 2020
Flaco servicio a esas niñas se les hace producir un documental malo, usando como testigos a mujeres que no causan la más mínima empatía, ya que no eran unas niñas cuando fueron a casa de Epstein, aceptaron sus invitaciones a viajes y metieron a sus hermanitas en el juego. https://t.co/9torBAhGYX
— Juan Carlos Sosa Azpúrua (@jcsosazpurua) June 6, 2020
Eso es terrible, y lo siento muchísimo. Pero el documental está muy mal desarrollado.Las "víctimas" ya eran adolescentes, no niñas, y fueron a casa de Epstein sabiendo lo que encontrarían. Y volvieron muchas veces, metiendo a sus hermanas en el juego. El espejo es su respuesta. https://t.co/nypk5mRelZ
— Juan Carlos Sosa Azpúrua (@jcsosazpurua) June 6, 2020
Y entonces escribí el famoso tuit:
A los 14 años NO eres niña. De hecho, en el judaísmo ya se es formalmente mujer. Esas muchachas sabían lo que hacían y metieron a sus hermanas en el juego, sabiendo lo que hacían. Es fácil buscar chivos expiatorios. Epstein fue un depravado, pero esas mujeres no son inocentes. https://t.co/79UmoVlo6H
— Juan Carlos Sosa Azpúrua (@jcsosazpurua) June 6, 2020
Al decir “esas mujeres”, me estoy refiriendo a las mujeres adultas que demandaron antes los tribunales (en este momento de mi línea argumentativa son las mujeres, y no las adolescentes, las que tengo en mente) y así es como aparecen en el documental:
Explicaba que a los catorce años una persona, desde el punto de vista de la biología, el Derecho y la cultura no es considerada “niña”, y que, de hecho, existen culturas donde ya a esa edad las personas del sexo femenino son consideradas mujeres.
Claro que fue crimen, y nada excusa. Lo que irrita es que el tipo no le puso un revólver a esas jóvenes para que fueran una y otra vez a su casa a realizarle masajes, y aceptaran todos sus regalos, viajes y dinero, involucrando a sus hermanas, y luego salen como las pobrecitas. https://t.co/UR7l5eOAf0
— Juan Carlos Sosa Azpúrua (@jcsosazpurua) June 6, 2020
Si quieres recibir en tu celular esta y otras informaciones descarga Telegram, ingresa al link https://t.me/albertorodnews y dale click a +Unirme.