El confinamiento forma parte de todo este proceso que se vive en el mundo como prevención ante el contagio de la Covid-19. Sin embargo, a los venezolanos se les hace más difícil cumplirlo debido a la coyuntura económica-social en la que se encuentra el país.
Por María Gabriela Flores | Radio Fe y Alegría Noticias
Así lo comprueba el testimonio de Dionicia Carucí, quien es ama de casa, vive con su esposo y sus tres hijos en Pavia abajo, sector La Virgen 2, ubicado en la Parroquia Juan de Villegas de Barquisimeto.
Su esposo es albañil y desde que inició en confinamiento dejó de percibir ingresos para abastecerse de alimentos.
“Mi esposo no está trabajado porque no tiene cómo trasladarse. Tenemos dos carros pero uno está varado porque no quiso prender más y el otro por falta de gasolina”, cuenta. La otra opción para movilizarse es una moto y tampoco tiene combustible.
La semana pasada su hijo mayor la sacó a ver si lograba surtir y pasadas las 2:00 de la tarde, en el intento fallido, fue retenido por funcionarios policiales debido a que estaba violentado el decreto regional número 04039 que en su momento permitía circular hasta esa hora.
El funcionario de seguridad le pidió que le diera un jabón líquido para lavar y así lo dejaba ir. “Tuve que gastar los últimos 100 mil bolívares que tenía. Ni para mi casa he podido comprar un jabón de lavar, toda mi ropa la tengo sucia”, relata el joven.
Para Dionisia y su familia de cinco integrantes no existe horario de comida, pues muchas veces les ha tocado acostarse con el estómago vacío.
“La semana pasada duramos dos días sin comer. Mi esposo y mi hijo se me desmayaron. Mi esposo en las noches suda frío y se pone pálido. Es fuerte que el hijo de uno le diga, ‘mamá nos vamos acostar y no hemos comido’”, acota.
Dionisia es una mujer de 38 años de edad, padece de gastritis crónica y tiene principio de ulcera. La última vez que fue a consulta le dijeron que no podía dejar de comer por su condición de salud.
“Esta enfermedad me está matando y más cuando no como. Cuando no como el dolor es insoportable, pareciera que se destroza el estómago por dentro”, relata.
Al decretarse la cuarentena, el ejecutivo nacional aseguró que todas las familias venezolanas tendrían su caja de alimentos por medio del Comité Local de Abastecimiento (CLAP), sin embargo, la familia Mujica Carucí no ha recibido la bolsa y tampoco la caja.
“Ya no tengo comida. Ni la caja, ni la bolsa las han traído, eso brilla por su ausencia. Vivo rogándole a mi Dios que no nos desampare, me siento a ver de un lado para otro pensando qué voy hacer para darle de comer a mis hijos”, confiesa.
A veces, para saciar un poco el hambre, va al comedor de la escuela en su sector. “Gracias a Dios hoy mi hijo fue al comedor de la escuela y le dieron dos envases de caraotas con pasta que estaban bien sabrosas, pero aquí somos 5 y comimos lo que pudimos. A mí me importa que coman mis hijos”.
Tareas desde la casa
Sus tres hijos estudian en la Unidad Educativa Fe y Alegría Ana Soto. Víctor tiene 17 años y estudia 4to año de técnico medio en Informática, Julio, de 13 años, está en 2do año de bachillerato y Juliany, de 11 años, cursa 5to grado de básica.
Dionisia Carucí cuenta que tiene tres veces más trabajo, pues tiene que apoyar a sus hijos a la hora de realizar las actividades.
“Es fuerte porque tengo que ayudar a mis tres hijos para las tareas. Mis hijos ven 14 materias y de cada una son hasta 7 preguntas que son difíciles de responder; para mí es fuerte. Está bien que la Zona Educativa mande tareas para la casa, pero convertirme yo en maestra de mis hijos es fuerte, más que todo por mi problema de gastritis y principio de ulcera”, comenta.
Los materiales para realizar las actividades asignadas se han convertido en otra preocupación. Dionisia, con mucho orgullo, cuenta que sus hijos son buenos estudiantes pero que se les ha hecho cuesta arriba avanzar en la realización de sus trabajos, principalmente por falta de la buena alimentación. Dos de sus hijos están fallos de peso.
“A VECES HEMOS ESTUDIADO HASTA LAS 3:00 DE LA MADRUGADA. LA OTRA VEZ, UNO DE MIS HIJOS SE ME DESMAYÓ PORQUE NO HABÍA COMIDO. NO SE PUEDE ESTUDIAR CON HAMBRE”.
También les afecta la falta de materiales para hacer las tareas. “Mis hijos son muy buenos estudiantes pero ya no tienen materiales para trabajar en sus tareas de la escuela”, dice.
Muchas madres en este confinamiento han utilizado el Internet como principal herramienta al momento de realizar las actividades asignadas para la casa. Sin embargo, para Dionisia eso forma parte de la preocupación de su día a día.
“Aquí mis hijos trabajan con el único teléfono que hay y el Internet no funciona para que ellos hagan sus actividades. Ruego a Dios que todo vuelva a la normalidad para que mis hijos regresen a la escuela, porque yo no puedo. Siento que es demasiado para mi sola”, lamenta.
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