A las siete de la noche del martes 26 de noviembre, los habitantes de la parte alta de El Palotal estaban todos reunidos en la cancha de ese sector fronterizo, que está situado entre San Antonio del Táchira y Pedro María Ureña (Venezuela).
Llegaron puntuales. La cita era obligatoria. Se encontrarían con miembros del Ejército de Liberación Nacional (Eln) para llevar a cabo una asamblea nocturna.
Si alguien llegaba a faltar, pagaría una multa que sería cobrada en pesos, porque allá, aunque es Venezuela, ya no reciben un bolívar más.
Los líderes de los consejos comunales fueron los que los citaron; la orden les había llegado días antes a ellos.
En una esquina de la cancha estaban mujeres, hombres y uno que otro niño. Todos estaban ansiosos por ese encuentro inesperado.
La espera duró 40 minutos.
Nadie sabe en qué llegaron ni cómo lo hicieron, pero aparecieron caminando. Eran ocho hombres, la mayoría vestidos de negro. Los murmullos en la multitud mermaron y la tensión de tenerlos con ellos, los silenció.
Cuatro hombres pasaron al frente, cuatro más se esparcieron por los alrededores de la cancha. Dos eran jóvenes, había una adolescente, los otros cuatro eran adultos y uno de ellos era de tez oscura.
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