El populismo de este siglo en América Latina no ha hecho más que reforzar uno de los mayores impedimentos para que la integración avance en la región: el sentido patrimonialista del poder, que lleva al apalancamiento en el gobierno y a la reticencia a cualquier traspaso de soberanía hacia entes supranacionales compartidos. La retórica de Hugo Chávez hizo creer a sus partidarios que su alianza estratégica con los líderes de Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Brasil o Argentina era el comienzo del cumplimiento del sueño de Bolívar de un continente unido. En realidad, ese periodo de bolivarianismo «sui generis» ha sido un obstáculo para la convergencia efectiva de los países latinoamericanos.
Así lo constata Carlos Malamud, historiador e investigador del Instituto Elcano, en su reciente libro «El sueño de Bolívar y la manipulación bolivariana» (Alianza Editorial). La obra, que lleva por subtítulo «Falsificación de la historia e integración regional en América Latina», desautoriza la apropiación que el chavismo ha hecho del pensamiento de Bolívar y el hecho de que se pretenda fundamentar en su figura histórica todo proceso de integración regional actual.
Quienes actúan en esas dos direcciones, concluye Malamud, «le hacen un flaco favor a la integración latinoamericana, que para avanzar a paso firme necesitaría sacudirse definitivamente la retórica altisonante y del nacionalismo soberanista que la acompañan y que se han convertido en un serio obstáculo para su consolidación». Ciertamente cada vez hay mayor comercio entre los países americanos y contactos políticos más frecuentes entre sus gobiernos; sin embargo, dada la proximidad cultural e histórica y la lengua común de la mayor parte de sus naciones, cabría esperar instituciones regionales más fuertes.
El chavismo, con su bolivarianismo tergiversado, según Malamud, echa las culpas de la falta histórica de convergencia de las repúblicas americanas al imperialismo yanqui, al intento de injerencia de potencias europeas y al pacto de las oligarquías locales con el gran capital y las multinacionales, pero ha sido justamente con Chávez y sus alianzas cuando más en evidencia ha quedado la ineficacia de un sentimentalismo vano articulado por la ideología.
«La idea predominante en los tiempos de mayor esplendor del ALBA de que la sintonía política e ideológica de buena parte de los mandatarios latinoamericanos impulsaría la integración regional terminó mostrando sus limitaciones y concluyó en un soberano fracaso», dice Malamud. Así, ha sido en esta era de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, ahora ya en declive, «cuando estalló el mayor número de conflictos bilaterales que no respondían a la vieja dinámica de los diferendos limítrofes. De repente se observó la emergencia de serias contradicciones debidas a causas económicas, o incluso políticas, algo bastante desconocido en el pasado latinoamericano». Las iniciativas regionales alimentadas con ese mismo espíritu en lo que va de siglo –ALBA, Unasur, CELAC– han languidecido finalmente luego de haber abierto una brecha ideológica entre gobiernos.
Bolívar no es el precursor
No obstante, diríase que lo que motiva el libro de Malamud, más que confrontar al chavismo, es el deseo del historiador de impedir que falsedades históricas acaben quedando en los anales a fuerza de su repetición. Y aquí, las «falsas noticias» corregidas son básicamente dos: el llamado «sueño de Bolívar» poco tiene que ver con el bolivarianismo chavista, y Bolívar no es «el» precursor de la integración regional, al menos no según el concepto que hoy tenemos de ella.
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