Enfermeras que preparan y venden yogur, estudiantes de Derecho que ofrecen insumos médicos y jóvenes con una licorería en su sala de estar.
Por Herminia Fernández – BBC
El conjunto Residencial El DanalMM, ubicado en el noroeste de la capital venezolana, lo componen dos torres con un total de 180 apartamentos. De ellos, en 123 se venden alimentos, detergentes, licores, postres, insumos médicos…
Rut Hernández, estudiante del último año de Derecho, baja cada semana desde el piso 19 hasta el 12 de su edificio para comprar el yogur griego que prepara Jasmín Castillo, una ex enfermera.
«Las torres se volvieron un mercado árabe donde se vende de todo. Tenemos un chat (en whatsapp) del condominio del edificio y por allí recibo cientos de publicaciones diarias de lo que está disponible para comprar», dice Castillo a BBC Mundo.
En el chat hay mensajes de todo tipo de productos. Por ejemplo, fotos de helados con diferentes sabores con ofertas de varias paletas por US$1 o US$1,5. Depende del gusto y la cremosidad.
En Venezuela, los pequeños negocios dentro de las casas son comunes en los pueblos y en las barriadas populares, pero en grandes condominios o urbanizaciones de clase media son un fenómeno nuevo.
La mayoría de vecinos de este edificio son médicos, abogados, políticos, miembros de una clase media golpeada que ha tenido que reinventarse con las ventas para subsistir a la debacle económica presente en Venezuela desde el año 2015 y agudizada ahora con la pandemia.
Jasmin comenzó su negocio de yogurt durante el período de aislamiento por covid-19.
Dar este paso no debe haber sido fácil para este grupo de la sociedad venezolana que, culturalmente, siempre ha escondido sus momentos de dificultad económica.
Desde mediados de marzo, cuando comenzó la cuarentena en Venezuela, Jasmín y otros vecinos han transformado las torres en un hipermercado vertical muy bien organizado que permite a los vecinos ganar un poco de dinero y evitar salir a la calle para no desafiar la cuarentena de Caracas, muy estricta durante meses.
La mayoría no cuenta con un gran stock de artículos, sino lo suficiente para ir vendiendo, sacar ganancia y reponer inventario. Basta un espacio en la nevera o unas cajas en algún rincón de la sala.
Quirófano por yogur
Jasmín, que trabajó en terapia intensiva del sector salud durante 13 años, comenzó su negocio de yogur durante el período de aislamiento por la pandemia en marzo. Aunque admite que las ventas no son su especialidad confiesa que la situación económica no le dejó más opción.
«En 2018 dejé mi puesto de enfermera por lo bajo que era el sueldo. Me dio tristeza, me gustaba el trabajo. Jamás pensé en ser vendedora. Lo mío es un quirófano, mis pacientes, mis cirugías. Ese era mi mundo, pero no son muchas las opciones que tenemos aquí», dice.
«La crisis económica que estamos viviendo los venezolanos, y que se ha hecho crónica, está afectando a la clase media. Hay gente que no está viviendo, está sobreviviendo. Algunos de mis vecinos ya no pueden ni pagar la cuota mensual del condominio, mucho menos tienen para comprar comida», sostiene.
En la comunidad existe un código de respeto y solidaridad. Cada quien vende un producto distinto y se hacen compras entre ellos mismos. Jasmín confiesa que ella lo que más adquiere son los postres.
Rut, que le compra yogur a Jasmín, vende insumos médicos. Sus artículos estrella son las mascarillas, guantes, alcohol en gel, y protectores faciales, muy solicitados ahora. Está contenta con las ventas.
Rut no sólo vende a sus vecinos, sino también por Instagram a compradores de otras partes de la ciudad.
Con apenas 22 años y sin haber culminado los estudios de abogada decidió registrar su empresa en enero. Pero fue en marzo cuando estuvo más clara sobre en qué iba a invertir su dinero.
Su idea inicial siempre fue vender insumos médicos al detalle, luego que el año pasado pasó por una cirugía de aneurisma y no conseguía el material necesario para la operación.
En los hospitales de Venezuela es habitual la carencia de insumos, por lo que el propio paciente tiene que suministrarlos al centro.
«Cuando estuve buscando lo que necesitaba solo lo vendían al mayor, así que decidí tener mi propio negocio contactando a mayoristas nacionales y yo vendo por unidades, tal cual como lo necesita la gente cuando va a pasar por una cirugía», relata.
Hernández cuenta que para el momento de su operación no conseguía dónde comprar algo tan sencillo como una sutura. Ahora está contenta de poder ayudar a otros desde su casa.
La hegemonía del dólar
Todos los negocios en el conjunto residencial se comercian con precios en dólares, aunque la moneda oficial en el país es el bolívar. El dólar ha circulado desde hace más de un año de manera común entre las manos de los venezolanos, y la mayoría los prefieren para evitar que su dinero pierda valor a diario por la devaluación.
Los métodos de pago son en efectivo, transferencias internacionales o en bolívares al cambio del día emitido por el Banco Central de Venezuela.
Los precios de los yogures de Jasmín son de US$1 y US$3,5. Sus ventas semanales varían de acuerdo a lo caro que esté el precio de la moneda estadounidense.
«Cuando el precio del dólar sube, mis ventas caen; pero inmediatamente que baja aparecen los compradores. Es difícil manejar un negocio así», afirma.
En el penthouse de la torre B vive José González, un marino mercante de 39 años. Su rubro son los lácteos, específicamente los quesos traídos desde la zona de los llanos venezolanos (oeste). Quiere ser más flexible y aunque pone la referencia de pago en dólares, como todos, el 90% de lo que recibe por ventas es en bolívares.
«Trato de ser lo más justo posible. El dólar no es nuestra moneda. Busco la flexibilidad para el cliente pensando como un cliente. También doy la oportunidad de que la gente se lleve el artículo y lo pague cuando pueda», explica.
González se vio obligado a vender quesos luego de que empezara a ver cómo mermaban sus ahorros. No trabaja desde hace más de un año, cuando se le venció el último contrato con una empresa trasnacional.
La compañía donde trabajaba tenía nueve buques a disposición de Petróleos de Venezuela (PDVSA) pero debido al retraso de pagos y a las sanciones impuestas por Estados Unidos a la estatal petrolera, la trasnacional se vio obligada a terminar contrato y a suspender relaciones.
Está esperando que el mundo retome la normalidad y se estabilice el mercado petrolero para salir de nuevo a buscar trabajo.
Por ahora no gana suficiente con los quesos. Acaba de entrar al mercado de su comunidad. Está sorprendido cómo en tan pocos meses ha aumentado la cantidad de apartamentos con ventas. Se arriesga a decir que se han convertido todos en unos «bachaqueros», término conocido en Venezuela para las personas que revenden productos.
«Nos vemos forzados a hacerlo. No hay otra salida. Creo que la situación ha afectado por lo menos a un 80% de las familias del edificio. Ha sido el resultado de una mezcla entre pandemia y el problema país», reflexiona.
«Existen dos clases en el país: un grupo pequeño con un poder adquisitivo muy grande, que tiene mucho dinero, y otra parte que es clase baja. Allí entra la clase media, nos volvimos clase baja», indica.
Nuevo horizonte para los jóvenes
Rut, como José, ve el negocio de las ventas como la solución para subsistir en Venezuela en estos momentos, ya que la falta de empleo y los bajos salarios impiden el camino laboral a los jóvenes en el país.
Fue visionaria para no correr con el mismo futuro de algunos amigos recién graduados en su profesión que trabajan en supermercados porque no han conseguido oportunidades para ingresar al mercado de trabajo.
Igual de entusiasta se muestra Cristian Roa, de 19 años.
Desde el piso 16 maneja el único el despacho de licores de todo el edificio. Es estudiante de Administración de Empresas, pero en un afán de producir dinero para ayudar a las finanzas de su casa, se aventuró en la cuarentena en el negocio al detalle de ron, whisky, refrescos y bebidas energéticas. Tiene una variedad de 15 productos.
Comenzó con una caja de ron, luego contactó un amigo que trabaja en la industria ronera y a través de él ha conseguido precios atractivos para entrar y mantenerse en el negocio.
Cristian es el más satisfecho con las ventas desde casa. Sus vecinos lo han recomendado y también hace entregas por toda Caracas.
«Me ha ido muy bien. Vendo botellas en las dos torres. Me llaman a la una o dos de la mañana y voy a hacer repartos. También vienen a mi apartamento», relata.
Este joven tiene a disposición las botellas de ron desde US$4 en adelante. Cada semana entre jueves y domingo vende US$120.
Nunca se imaginó que el negocio prosperaría. Luego de haber entendido la dinámica de la economía del país aconseja que quien pueda se aventure en el mundo de las ventas independientes desde la comodidad de su hogar.
«Las personas que quieren vender algo lo pueden lograr, a pesar que el país está difícil. Aquí lo que quieras vender lo vendes».
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