El obispo Mario Moronta dijo que en Venezuela la gente lo que está es preguntándose: «¿Cómo sobrevivir sin que tengamos que morir en el intento? Las ilusiones y las esperanzas de la gente sencilla y que, de verdad, sufre, se estrellan ante el muro de la indiferencia de quienes están en el poder, o de quienes negocian con el poder para no perder sus cuotas e intereses particulares».
Por Sebastiana Barráez / Infobae
A juicio del Monseñor, nuestras ciudades están sedientas de justicia, libertad y de lo necesario para poder vivir. «La inmensa mayoría del pueblo sí está de duelo. Hay un profundo dolor debido a que no se tiene lo que se requiere para vivir dignamente. Además del hambre real con sus serias consecuencias, ya se va disminuyendo la capacidad de adquisición de los venezolanos, pues los sueldos no alcanzan para nada».
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Recordó que muchos han emigrado en busca de mejores condiciones de vida para conseguirse con las penurias que supone el abandonar todo para aventurarse en tierras extranjeras. «Crece el contrabando, la especulación, la trata de personas, la captación de jóvenes para la prostitución, la indefensión de la mayoría», dijo el prelado.
Destacó que en Venezuela los ricos se han enriquecido y embriagado con el poder y que son quienes «han hecho realidad la ‘nueva sequía’ que ha dejado a nuestro país en la debacle. ¿Acaso no son ellos los que han destruido la industria petrolera?». Hizo alusión a la escasez, las largas colas para conseguir alimentos y medicinas, gasolina u otros insumos necesarios. «¿Dónde van a parar el oro y los otros minerales que son explotados irracionalmente?».
Reveló que «los pobres han aumentado. No son sólo quienes no reciben el sueldo necesario. También lo son los numerosos niños y ancianos maltratados por la desnutrición; los jóvenes a quienes se les cercena el futuro y a miles de familias que ven partir a sus hijos lejos del calor amoroso de sus hogares. Son también los golpeados continuamente por la crisis, por la falta de una salud necesaria sin hospitales o sin atención médica».
Se pregunta para qué están las autoridades militares en el país. «¿No es para defender los derechos humanos de cada ciudadano y hacer respetar su dignidad? Si esto fuera verdad, ¿por qué se persigue al disidente? ¿Por qué en los denominados ‘puntos de control’ bajan a la gente del pueblo para revisarles y quitarles lo que llevan en sus maletines o morrales? ¿Por qué no se dedican a erradicar ‘todos’ los grupos irregulares que controlan ya gran parte del país?».
¿Podremos reaccionar?
Asegura que la Iglesia ha levantado su voz «pero pareciera no haber sido escuchada ni apreciada». Destaca que quienes detentan el poder y los que se acobijan a él, cuando «se les denuncia lo que están haciendo mal, entonces reaccionan con virulencia. Así sucedió con el Informe Bachelet sobre la situación de los Derechos Humanos en nuestra nación».
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Ya no se puede ocultar -dice Moronta- la tortura como método propio en los lugares de reclusión de civiles y militares. «No sólo se ha denunciado. Hay expresiones duras que comprueban su práctica en nuestro país. ¿Podremos olvidar la muerte del Concejal Albán y la del Capitán Acosta? ¿Cómo no dejar de tener presente el rostro sin vista de Rufo Chacón a causa de los perdigonazos disparados a mansalva por un policía?»
«En muchos países, con un gobierno decente, el Ministro de la Defensa y las autoridades correspondientes hubieran ya renunciado para facilitar las investigaciones y para mostrar algo de vergüenza. Y los directores de los organismos responsables ya estuvieran no sólo investigados sino invitados a asumir sus responsabilidades».
«Las reacciones se sienten: el silencio y el miedo de quienes están en funciones de servicio para la ‘seguridad’ del país. Hay cacería de brujas, pues nadie quiere hablar; todos se sienten perseguidos o vigilados… y lo peor del caso, junto a connacionales hay extranjeros que lo hacen también».
Sobre la movilización de tropas hacia la frontera «se presenta como excusa la necesidad de ‘ejercicios militares’ para estar preparados por si acaso se da una invasión extranjera. La presencia de militares de otros países es colocada como de asesoramiento y de apoyo».
Reflexionó en que «no hay dinero para dotar de medicinas a los centros hospitalarios ni para surtir adecuada y económicamente a los expendios de alimentos pero sí los hay para comprar uniformes y armamentos. Nos presentaron camiones lanza misiles, misiles y otras cosas más. ¿Para asustar al pueblo? ¿Para amedrentar? ¿Para hacer ver que se tiene un poder destructivo?»
«La reacción de la gente ha sido clara: lo ha sentido como un irrespeto más a la inteligencia del pueblo venezolano. Y para quienes les gusta las proyecciones internacionales de esto, una prueba más de que las grandes potencias no piensan en Venezuela, sino como una ficha geopolítica».
Consideró que el colmo es el acuerdo del Ejecutivo «con representantes minoritarios de una facción de la oposición. Han negociado cosas, nuevamente, que favorecen al gobierno para permanecer en el poder y así poder acceder a cuotas de ese poder y seguridad de propios intereses».
Dijo Moronta que, con los mencionados eventos, «particularmente el último, se ha faltado el respeto a todo el pueblo de Venezuela. Quienes estén en desacuerdo serán acusados de ‘golpistas’, desestabilizadores, ‘vende patria’ y pare de contar».
Fijó posición como obispo. «Como pastores, repudiamos todo lo que sea atentar contra la vida humana, la tortura, el empobrecimiento de la gente. Como pastores de una Iglesia sin fronteras, no podemos aceptar que quienes debieran construir puentes de encuentro e integración, se burlen de los esfuerzos solidarios presentes en la frontera mostrando una fuerza irracional y amenazante».
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Rechazó «las negociaciones de grupos políticos y el gobierno, que pretenden hacer creer la existencia de un diálogo fructífero». Lo consideró «maquillaje de la mentira», cuando lo que se requiere de manera «urgente y necesaria es que se den elecciones presidenciales y quien detenta el poder ejecutivo se retire».
«Con gente que ha optado por la dictadura y tiranía no se puede negociar», enfatizó Monseñor Moronta, quien considera que «si hubiera diálogo auténtico, la primera actitud debería ser la de la escucha del otro. En este caso, el mismo pueblo que no es atendido en sus clamores».
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