Un vendedor de San Antonio revela cómo ha ido aumentando la oferta de gasolina colombiana en el comercio informal, ante la mirada –y participación– de autoridades nacionales, regionales y del país vecino
La venta de gasolina en San Antonio del Táchira dejó de ser clandestina. A toda hora, y en las principales vías del fronterizo municipio Bolívar, los conductores se topan con puestos de venta de combustible.
Ver a una persona con un embudo en la mano es la señal que indica de qué va su tarantín, así como las botellas de dos y de un litro que exhiben sobre una silla o en la acera.
En el tramo que va desde El Surtidor y hasta la Redoma del Cementerio, que comprende parte de la avenida Venezuela, habían más de 20 vendedores de gasolina, este jueves 21 de abril, en horas del mediodía.
Doblegados por la necesidad
Jairo, como quiso identificarse, vende gasolina en uno de los barrios céntricos del casco central de la jurisdicción fronteriza. «Tengo apenas cuatro meses en esto», subrayó quien siempre fue «enemigo de este tipo de ventas».
«Yo siempre lo vi mal y mire las vueltas que da la vida; me tocó dedicarme ahora a esto», contó el hombre de 50 años, quien, ante las pocas alternativas que hay en la frontera, no tuvo «más opción».
Comienza la venta a las 7:00 am y culmina a las 7:00 pm. 12 horas de jornada: mientras más litros del carburante venda, más ganancias logra en la semana.
«Al día me dejan 40 litros de gasolina, pero solo se alcanzan a vender de 20 a 25 litros», apuntó.
Cuando el puente internacional Simón Bolívar estuvo cerrado, solía vender los 40 litros, a veces más, recordó Jairo. «Hubo días buenos, en los que, en un ratico, llegué a vender 120 litros para un camión; pero eso no es lo común», aclaró, mientras añadía que solo comerciaba carburante colombiano.
También en la carrera 8 de San Antonio
En la céntrica carrera 8 de San Antonio del Táchira hay venta de combustible. Durante el recorrido realizado por el equipo reporteril de La Nación contó ocho vendedores de gasolina. En este oficio, muchos son «migrantes internos» (personas que se han establecido en la zona tras dejar otras regiones de Venezuela), y otros son hijos de la frontera.
«Yo soy mecánico y trabajo además para una institución que, en la actualidad, está paralizada. No me puedo quedar de brazos cruzados, tengo que llevar la comida a la casa», explicó Jairo.
Jairo vive con su esposa y un hijo, aún menor de edad. «La venta de gasolina no la veo como un rebusque, es mi empleo actual, con el que llevo el sustento a mi casa», precisó.
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