A un país en emergencia humanitaria compleja se le suman la crisis de la covid-19 y la escasez de gasolina. Atraem calcula que 7 millones de venezolanos trabajan por su cuenta, y muchos viven al día. Por lo tanto les resulta difícil, si no imposible, acatar el confinamiento.
Por Vanessa Davies – Contrapunto
Una maestra de inglés renuncia al trabajo en un colegio privado de Caracas. Dice que no tiene ni cómo pagar un pasaje y, mucho menos, las herramientas para terminar el año escolar a distancia. Lo anuncia el mismo día en que murió asesinado -presuntamente a manos de cuerpos de seguridad- un manifestante en Upata, y en que hubo protestas por hambre en Punta de Mata, en Río Caribe, en Barinas.
Esto ocurre en el día 39 de la cuarentena decretada por el gobierno del mandatario Nicolás Maduro para contener el coronavirus SARS-CoV-2. Cuarentena que dirigentes como el diputado Ángel Alvarado califican como una cuarentena política y la atribuyen, entre otras razones, a la escasez de gasolina.
Los venezolanos han asumido el confinamiento en hogares en los que hay fallas en servicios como agua y de electricidad, con una economía en hiperinflación y un salario mínimo de menos de tres dólares al día. Durante la cuarentena se han reportado manifestaciones por alimentos y servicios públicos, pero esta semana se multiplicaron. A medida que la gasolina se ausenta y el tipo de cambio se dispara, aumenta el malestar colectivo en un país en el que habitualmente ocurren más de 10 protestas al día, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social.
Las advertencias de los analistas se hicieron realidad. Alfredo Padilla, director de Atraem, calcula que hay 7 millones de personas que trabajan por su cuenta. Es decir, que si no laboran un día, no comen. El confinamiento y la falta de gasolina han dejado en casa a quienes asean los hogares de otros; a los mototaxistas y peluqueras; a los vendedores ambulantes.
La crisis del coronavirus se monta sobre la emergencia humanitaria compleja en la que está sumergida Venezuela, y en un escenario que el profesor y economista José Miguel Uzcátegui define como de mundialización de la recesión. Es decir, a una población ya golpeada, en una nación que suma seis años en retroceso económico, le caen encima otros males.
Para Naciones Unidas Venezuela es uno de los países que hay que seguir de cerca y apoyar a fin de afrontar la COVID-19, y así lo ha ratificado con el envío de ayuda humanitaria. Organizaciones de la sociedad civil y dirigentes políticos están pidiendo acuerdos por la gente, lo que implica una congestión de la crisis por parte del chavismo y la oposición. Feliciano Reyna, presidente de Acción Solidaria, calcula que en 48 horas el Programa Mundial de Alimentos podría iniciar la ayuda masiva. Pero en lo inmediato, con las dificultades para alimentarse y para cumplir con la básica medida de higiene de lavarse las manos, es previsible que los venezolanos continúen protestando.
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