No hay en la sala de Rafael Araujo, el Señor del Papagayo, ninguna referencia a su trabajo como activista. Ha creado miles de papagayos en defensa de la libertad —ya perdió la cuenta— pero no guarda ninguno. Lo que ha colgado son decenas de cuadros de su autoría entre los que destaca una tendencia por la naturaleza. Girasoles, guacamayas, matas de mango, pavos reales. Nada político.
Por El Nacional
Sobre una repisa, uno detrás de otro, unos barquitos de madera, también creados por él, miran hacia la misma dirección. Dos de ellos están pintados con los colores de la bandera de Venezuela, uno de verde y amarillo y otro de azul y naranja. Un poco más allá, para que quede claro que es diferente, un transatlántico de colores azul, amarillo, blanco y naranja.
El Señor del Papagayo, si bien es muy consciente del significado de su trabajo, es un hombre modesto consigo mismo. Pero así como es un activista que ha registrado con sus papagayos la Venezuela de hoy, es un artista que trabaja a diario con una perseverancia que atribuye al cariño de la gente.
Con sus papagayos ha estado en las situaciones más extremas del país, como en las protestas de 2017 o las de 2019, pero también se le puede encontrar sentado, en silencio, en la plaza Bolívar de Chacao con alguna de sus frases que llaman a la reflexión o levantan la voz contra la opresión. O las sube en sus cuentas en Instagram y X, donde la gente las comparte o dejan sus comentarios. Uno de esos comentarios, a mediados de octubre, vino de la líder María Corina Machado, que respondió a un papagayo que le expresaba apoyo y cariño: “Y yo te quiero a ti, Rafael. Eres la conciencia andante de Venezuela”.
Palabras como esas son la motivación de Araujo, nacido en Timotes, estado Mérida, en 1953. “Estoy en la calle y me lanzan un cornetazo, una sonrisa. El poder de esas cosas es un empuje para seguir y ser mejor”. Para él, la situación actual, luego del 28 de julio, no se diferencia mucho en cuanto al sistema político que hay, el problema es que las detenciones y persecuciones aumentaron.
“No debería ser eso de que a una persona la dañen en un país por decir una opinión. Cuando la persona lo sufre, lo sufre la familia. Hay que ponerse en el lugar de esa persona, porque podría ser cualquiera”, afirma el activista de 71 años de edad.
Su amor por el arte comenzó cuando era niño. Tuvo un profesor en la Escuela Cristóbal Rojas que le decía que una persona no debería sentirse artista sino que tiene que esperar a que los demás lo digan. Esa aprobación la sintió cuando una señora famosa por sus manualidades miró con asombro un papagayo que creó en forma de trompo. “Recuerdo su expresión. Fue una calificación solo con la mirada. Se quedó impresionada y sin que me lo dijera directamente sabía que me estaba diciendo que era un buen trabajo”, rememora el activista, que en ese momento vivía en Carapita.
En otra oportunidad, un hombre muy mayor le dijo en la calle: “Eso es una obra de arte”. Palabras así lo motivaron a seguir.
El primer papagayo de protesta lo creó hace más de 15 años durante una manifestación cerca de la avenida Libertador liderada por el político Óscar Pérez, dirigente del partido Alianza Bravo Pueblo, exiliado en 2009. Hizo uno muy grande, de unos tres metros, con la bandera de Venezuela pero la brisa lo rompió; entonces improvisó e hizo otro con la palabra libertad. “Ese fue el primero y entonces seguí participando porque a la gente le gustó”.
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