«¿Cuál es su profesión», le preguntaron esta semana a Emilio Álvarez, de origen gallego, quien acudió a una aseguradora de Valencia (tercera ciudad de Venezuela) dispuesto a dejarse los ahorros en un seguro privado para protegerse como sea del derrumbe de la sanidad pública. «¡Superviviente!», respondió al instante el pequeño empresario, como si al criollo sólo le quedara su exuberante sentido del humor para rebelarse contra la tragedia de todos los días.
Por Daniel Lozano / EL MUNDO
En el año de la «recuperación económica» ordenada por Nicolás Maduro, la megacrisis venezolana sigue igual. O peor. El nuevo salario mínimo mensual equivale a 3 dólares, cuando en Haití, el país más pobre de América Latina destruido hace una década por un terremoto salvaje, es de 66 dólares. Para adquirir la canasta alimentaria de un mes se necesitaría dedicar tres años de salario íntegro. Si lo que quiere es tramitar el pasaporte, respire hondo: deberá ahorrar su salario mínimo entero durante cuatro años y medio.
El vía crucis de todos los días no engaña a nadie, después de una Navidad entre las espectaculares luces del río Guaire y los bodegones rebosantes de productos llegados desde el Imperio. En Caracas, ciudad privilegiada por el Gobierno hasta convertirla en una burbuja, apagones y cortes de agua se multiplican en «solidaridad» con el resto del país, para dejar muy claro que 2020 será el séptimo año consecutivo de una recesión agotadora.
Un ejemplo: en El Hatillo, municipio en el sureste del Gran Caracas, ya han padecido un centenar de fallas eléctricas en lo que va de año. Y si falla la luz, caen por simpatía los servicios del agua, teléfono, móviles e Internet. Todo eso sin olvidar que los caraqueños son unos «privilegiados» por orden presidencial. Un recorrido de cabo a rabo por Venezuela confirma que el mensaje optimista del ‘hijo de Chávez’ para 2020 es sólo un párrafo más de la propaganda bolivariana, tan alejada de la realidad como de costumbre.
«Estamos como en la película ‘Mad Max’ antes del exterminio, sobreviviendo con lo mínimo», detalla a EL MUNDO el mensajero Héctor García, de 56 años y vecino del caraqueño Petare, la mayor favela de América Latina. «Los servicios aquí son terribles, siempre intermitentes. El agua nos llega una vez a la semana, pero si tienes mucha suerte, pues dos veces cada siete días. Llega cinco o seis horas en ese día y uno aprovecha para lavar la ropa y para hacer los oficios (limpieza). En casa también guardamos el agua en pipotes (recipientes plásticos). Ahorrar, ahorrar, uno sobrevive ahorrando lo mínimo de agua. Y cuando se va la luz prendo mi ‘plantita’ (generador eléctrico) para resolver en la noche», describe García, quien también se queja de la basura que se acumula sin perdón en sus calles y de la «dictadura» del dólar: la mayoría de los alimentos se venden en billetes verdes americanos.
«Ya estamos igual, como el año pasado. Sin luz, sin agua, sin el maldito teléfono. Otro año preguntándome hasta cuándo», se queja Neylis Marcano, de 25 años, madre de dos niños pequeños que residen en El Valle, el barrio de crianza de Maduro.
En la isla de Margarita, en el sureste del Caribe, hasta la belleza del mar se esconde ante la niebla de la realidad. «Aquí los servicios son intermitentes: un día bien, otro mal. Pero cuando se dañan cae todo, hasta los teléfonos. Es como si viviéramos al lado del paraíso, como Adán y Eva, porque hemos retrocedido a otra época. ¡La gente incluso usa ahora las cocinas de queroseno!», describe el agente de viajes Ronny Fernández, quien en sus reflexiones encuentra ciertos parecidos de los venezolanos con los superhéroes ordinarios tan de moda en series y películas.
Apagón en un supermercado de Maracaibo. REUTERS
«Realmente en este 2020 ya creo que somos los últimos héroes, que luchamos contra la inflación (la mayor del planeta), contra la escasez, contra la falta de luz y agua y contra la delincuencia (el país más violento del mundo), aunque ahora muchos ‘malandros’ (delincuentes) también se fueron. Eso sí, la violencia todavía vive entre nosotros disfrazada de colectivos (paramilitares chavistas)», redondea Fernández.
«En San Cristóbal (cerca de la frontera con Colombia), nos estamos acostumbrando a que no haya luz. Vivimos siempre incomunicados, rara vez hay señal o Internet. ¡Hay días que ni una llamada, ni un WhatsApp! Hoy cumplo cinco días sin hablar con nadie de mi familia porque ellos no tienen señal. La luz se va en la mañana y en la noche, la electricidad sólo aguanta entre 6 y 8 horas. El mismo ciclo una y otra vez, dependiendo de dónde vivas, pero sin horario exacto. En la noche, esto parece un pueblo fantasma. A partir de las seis no queda nadie en la calle, sólo la gente que hace cola en las ‘bombas’ (gasolineras)», describe Luzsandra Cely, esteticista de 26 años.
En la Venezuela de la crisis interminable se repiten capítulos parecidos a los ya vividos en el Periodo Especial cubano, pero con una gran diferencia: el país sudamericano llegó a ser el más rico de la región. Hasta el lenguaje se ha adaptado a la situación: el ‘rebuscar’ venezolano se ha igualado al famoso ‘resolver’ cubano.
Colas de coche para echar gasolina en Caracas. REUTERS
Como el tío de Luzsandra, quien para obtener el agua que le faltaba a la familia desde hacía semanas «hizo unas marañas con una tubería que viene de los filtros de la montaña. Así estamos agarrando agua, rebuscando nosotros. Y gas no hay, pagamos por una bombona chiquita 20 dólares. Y la comida, pues toca comprarla toda en Colombia, porque si no, nada de nada, hasta el pan está extremadamente caro».
Al oeste del país, el mismo calvario. En Bolívar, territorio inmensamente rico gracias a su oro, no hay gasolina desde hace seis meses. En los pueblos cerca de Carúpano (Estado Sucre), famoso por su ron, «el agua llega cada dos semanas, las colas son de varios días para llenar el depósito de gasolina y las fallas de luz son constantes cada día», descubre Santa Ruiz, de 29 años.
De nada le sirve a Sucre para su día a día ser un Estado bajo control del narcotráfico. Por lo menos con Pablo Escobar se vivía mejor, bromean en la tierra caliente.
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