Las esperanzas por la vida están llenas de fe. Esperan que no se repita la historia de la enfermera Hilda Lameda, quien murió a principio de octubre a falta de la aplicación del suero antiofídico. Así está Alexander Arrieche junto a otros 3 pacientes recluidos en el Hospital Central Antonio María Pineda.
Guiomar López | La Prensa de Lara
Su esposa Karina Marchán andaba a las carreras y con un récipe en mano. Corre desesperada desde el domingo 18 de octubre por la noche, cuando fue internado y aún no le consiguen el suero. Ella señala que en las mismas condiciones se encuentran otros 3 pacientes, provenientes del municipio Morán.
El trajín les empezó cuando Arrieche estaba caminando junto a su sobrino de 4 años. Fue en el caserío Usera en la carretera vía Falcón, por Bobare, cuando a las 6:50 de la tarde fue mordido por una mapanare que lo embistió desde un matorral. Agradeció que esa suerte no fue para el pequeño, si no, no hubiese soportado.
La desesperación cundió en la familia cuando ni contaban con una moto para poder llevarlo a un centro asistencial. «Es todo un sacrificio, gracias a Dios nos conseguimos con un señor que venía a hacer la cola para la gasolina», exclamó Marchán. La cuota era alta, porque debían pagarle con 35 litros de combustible, cosa que aún tienen pendiente, al solo entregarle 22.
Cuando casi eran las 9:00 de la noche lo ingresan a este principal centro de salud. Fueron radicales, al advertirles que no cuentan con suero antiofídico. «No tienen antídoto y los valores de mi esposo siguen siendo altos», señala preocupada de las consecuencias que pueda tener.
La herida le ha cambiado de varios colores y la inflamación es constante. Su lista de medicamentos está encabezada por la vitamina K para estimular la coagulación. Un ir y venir para conseguir ese tratamiento que lo mantiene bajo observación constante.
«Necesitamos el suero antiofídico porque estamos muy preocupados y más aún, cuando vemos que están otros pacientes en las mismas condiciones», implora esta señora, cuya dedicación ha sido exclusiva, al estar pendiente de cuanto medicamento necesite su esposo.
Se siente confiada y apuesta a la pronta mejoría, al considerar que es todo un sacrificio salir de ese caserío tan lejano. La resignación es descartada y confía que lo más pronto posible puedan aplicar el antídoto. «La vida en el campo es fuerte y tiene sus riesgos. Las culebras son parte de nuestro día a día en el campo, pero el colmo, cuando somos sus víctimas y la medicina está en: veremos», rezongó en tono de molestia.
Marchán está fuerte ante el estrés y preocupación, sólo espera que su esposo junto a los tres pacientes puedan estar restablecidos. Pide a los organismos competentes para la dotación de este vital antídoto, esencial para quienes viven en caseríos y demás zonas foráneas de la entidad.
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