El suelo del Hotel Brisas del Norte de Maracaibo quedó repleto de vidrios y escombros hace un año. Sus paredes y techos, destrozados, tenían rastros de sangre. Dos días de marzo de 2019 bastaron para que una turba vaciara sus entrañas.
Decenas de saqueadores, muchos de ellos residentes de barrios aledaños, irrumpieron en el hotel de cuatro estrellas, la tarde del 11 de marzo del año pasado. Salían y entraban a gusto, luego de haber ahuyentado con violencia a trabajadores y huéspedes.
Arrasaron con televisores, colchones, piezas sanitarias, el cableado eléctrico, camas, topes de granito y mármol, comida, electrodomésticos, alfombras. Los delincuentes, mujeres y niños entre ellos, cargaron hasta con ‘tobos’ (baldes) del agua de la piscina.
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A la distancia, se escuchaban disparos, gritos, órdenes de los salteadores.
Era el cuarto día consecutivo del llamado Gran Apagón, que dejó sin servicio a al menos 90 por ciento de las regiones de Venezuela.
Odalis Vergara, gerente general de Brisas del Norte, recuerda el episodio desde fuera del país como si se tratase de “un sueño”.
“Vivo alterada por eso”, admite. La voz se le rompe. Describe a los saqueadores como gente “demasiado peligrosa”, que incluso pernoctó en el hotel. La policía y los cuerpos militares nunca llegaron al lugar.
Un puñado de trabajadores intentó mediar con los invasores. Toda palabra fue en vano. Reinó el caos, el bandidaje. “Todo era salvaje, incontrolable. Todos peligramos. Fue espantoso, violento, una pesadilla”, expone la gerente.
Violencia y saña
Una ola de saqueos se desató en Maracaibo entre la tarde del tercer día y la madrugada de la cuarta jornada del Gran Apagón nacional que inició el 7 de marzo de 2019.
Se extendió por el norte, oeste y el sur de la capital del estado Zulia, el estado más poblado de Venezuela y fronterizo con Colombia.
Ferreterías, supermercados, zapaterías, tiendas de ropa, farmacias, galpones de almacenamiento y prácticamente comercios de todo rubro quedaron en ruinas.
A pie, en motos, en carros o camionetas, masas de agresores invadieron zonas comerciales para robar mercancías y lo que, en su camino dentro de las tiendas, pudiera antojarse de valor.
Los gremios empresariales de la ciudad reportaron robos en 550 locales comerciales de la ciudad. Ezio Angelini, quien asumió como presidente de la Cámara de Comercio de Maracaibo dos semanas luego de los saqueos, piensa que la cifra se queda corta.
“Estoy seguro de que fueron muchísimos más. Hay locales que, simplemente, nunca más van a poder abrir. Estamos hablando de un porcentaje cercano al 20 por ciento”, es decir, aproximadamente 55 empresas que se han mantenido cerradas, indica.
Angelini comenta que hay empresas tan asoladas, un año después, que merodeadores todavía ingresan a ellas para desvalijar lo poco que aún les queda.
La Cámara de Comercio calcula que la cantidad de mercancía hurtada cabría dentro de 35.000 camiones “tipo cava”. Los saqueadores, dice, actuaron con “saña”.
No iban solo por comida
A las 7:40 de noche del lunes 11 de marzo, una turba de aproximadamente 300 personas irrumpió violentamente en el centro comercial Sambil de Maracaibo.
Usaron tubos y elementos de publicidad del lugar para romper vidrieras y protecciones de seguridad de 109 de los 270 locales del Sambil, especifica Juan Carlos Koch, su gerente general.
“No quisiera ni recordarlo. Fueron momentos muy difíciles. Hubo que buscar mucha fuerza, mucho temple”, menciona.
A Koch, le llama la atención que los saqueadores tuvieron como objetivo las ventas de calzado, vestir y electrodomésticos.
“El saqueo no era producto del deseo de lograr o ubicar algún artículo de primera necesidad, como alimentos o medicinas”, lamenta.
Centros comerciales del sur, oeste y norte de Maracaibo resultaron afectados entre la noche del 9 de marzo y la madrugada del 12.
Treinta por ciento de los locales saqueados dentro de ellos no pudieron o quisieron reponerse de los hurtos, indica Koch, tesorero de la Cámara de Comercio de la ciudad.
Pesadilla viva
El edificio de Brisas del Norte queda en pie solo como ícono de la ola de saqueos de aquellos días de marzo. Sus siete pisos, 85 habitaciones, salones de fiesta y su terraza están clausurados desde entonces.
Dos guardias de seguridad, de edad avanzada, se turnan como vigías de día, nunca de noche. Está abandonado, sin mobiliarios ni mucho menos huéspedes.
La piscina, vacía. Sus pisos y pasillos, repletos de cristales rotos, restos de tuberías plásticas y la suciedad propia del saqueo de hace un año. Lo que antes eran cuartos, hoy son espacios de ruinas sin ventanales -también se los robaron.
Los responsables del hotel conocieron de ingresos frecuentes de maleantes durante las noches, en busca de piezas o repuestos mecánicos que puedan vender.
Empresas privadas vecinas, como Pepsi Cola, Makro y el centro comercial Ferre Mall, también desvalijados enteramente por los asaltantes, tienen el mismo estatus de cierre.
De los camiones de la empresa de refrescos de soda, jugos y bebidas energizantes, los saqueadores robaron hasta las tuercas y volantes.
El gobierno local, aunque lo prometió públicamente, nunca auxilió a los dueños de Brisas del Norte con créditos para resucitar el negocio. La banca privada tampoco tiende la mano, sino a cambio de fianzas en el extranjero y otras demandas exageradas.
Muchos de sus trabajadores migraron. Otros, están a la espera de si sus dueños logran reinvertir -o si deciden del todo resurgir en el mismo lugar donde les robaron todo.
Vergara, su gerente, también aguarda por noticias. Nunca ha dejado de pensar, confiesa, en la devastación de aquellos días de furia que ocurrieron en pleno apagón.
Recorre, de vez en cuando, sus pasillos, abundantes en silencio y destrucción.
“Todavía, camino las áreas del hotel con mucho temor. Es la peor pesadilla”, dice.
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