Durante su detención de cuatro meses, el primer vicepresidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Edgar Zambrano, hizo huelga de hambre, marcó los días en la pared con un palillo de dientes, y rezó con dos generales disidentes.
En su celda de tres por tres metros, Zambrano, un veterano político opositor de 64 años, dijo que aprendió a ser más tolerante.
“Fue una situación bastante dramática”, dijo Zambrano a Reuters sobre su tiempo en la celda 12A en Fuerte Tiuna, el complejo militar y sede del Ministerio de Defensa, en el oeste de Caracas.
En una de las detenciones de más alto perfil de Venezuela en los últimos tiempos, los agentes de inteligencia interceptaron a Zambrano al caer la noche del 8 de mayo cuando salía de la sede de su partido Acción Democrática, en el este de la ciudad.
Dijo que sin estar seguro de quiénes eran aquellos hombres que en autos interceptaron su vehículo, ordenó a su chofer y otros tres acompañantes que no se bajaran del carro y todos comenzaron a destruir sus celulares doblándolos y golpeándolos.
Horas después y tras ser enganchados a una grúa y arrastrados dentro de la camioneta gris hasta una de las sede del Sebin, el servicio de inteligencia, Zambrano pensó en lo irónico del caso: había pedido muchas veces a ese organismo la liberación de detenidos.
Zambrano, casado y con dos hijas y tres nietas, había sido acusado días antes de traición a la patria por haber estado el amanecer del 30 de abril en un puente junto a un grupo de militares y Juan Guaidó, el jefe del parlamento y líder de la coalición opositora.
Aquella mañana de abril Guaidó, quien en enero invocó la constitución para asumir la presidencia interina, encabezó un fallido levantamiento de un grupo de militares, en una acción que no contó con el respaldo de altos mandos.
Imágenes de video mostraron a Zambrano abrazando a un militar disidente en la mañana del levantamiento. El Tribunal Supremo lo acusó junto a otros legisladores de conspiración, rebelión y traición, todo lo cual negó.
Tras quedar libre el 18 de septiembre, una excarcelación que atribuyó a la conjunción de varios factores como la presión internacional hasta gestiones de distintos grupos políticos y activistas locales, los cuatro hombres que iban con él el día de la captura, siguen en prisión.
“No constituyen un peligro para nadie”, dijo.
El caso de Zambrano aún está abierto y tiene que presentarse ante un juez cada 30 días y tiene prohibido salir del país.
Ya reanudó el trabajo en la Asamblea Nacional, el bastión opositor en sus esfuerzos por desalojar a Maduro del poder.
Aunque Guaidó es reconocido por docenas de naciones, incluidos Estados Unidos, Maduro, que sucedió al fallecido presidente Hugo Chávez, aún controla el aparato estatal gracias a la lealtad militar y cuenta con el apoyo de Rusia y China.
“CONTANDO LOS DÍAS”
En una larga reflexión sobre su encarcelamiento, Zambrano dijo que estaba solo en una celda, donde usó un palillo de dientes, que tenía en un bolsillo cuando lo detuvieron, para marcar los 135 días que estuvo detenido.
En reclamo de la visita de sus abogados y familia, rechazó la comida durante 11 días y dijo que salió de la prisión con 35 kilos menos.
Dijo que dormía sólo de tres a cuatro horas cada noche. “Tienes el temor, el miedo permanente cada vez que suenan los barrotes de la entrada a la celda de algo anormal (…) es imposible dormir con tranquilidad”, dijo.
“!Imaginate tu!, cómo sentirme en medio de dos protagonistas de primer nivel del desastre, de la desgracia que vive el país y estar yo allí en medio conviviendo a la derecha y a la izquierda de estos dos actores”, dijo.
“No era fácil, (yo) civil, de oposición y con esos vecinos, duro (…) pero el estado de necesidad nos obligó a todos a interactuar”, agregó.
Zambrano se hizo cercano a Rodríguez, ya que estaban en celdas contiguas, armonizando sus horarios de comida y ejercicios, e incluso rezando y leyendo pasajes de la Biblia juntos.
Irónicamente, Rodríguez solía dirigir el Sebin, el organismo que detuvo a Zambrano.
A diferencia de otros enemigos de Maduro que han denunciado torturas y malos tratos en la cárcel, Zambrano dijo que no tenía quejas sobre sus guardias, jóvenes que lo trataban con cortesía.
“Me sentía agraviado por el Estado, no por ellos”, los militares que le cuidaban, dijo en su oficina parlamentaria.
Citando a Sudáfrica y Chile como ejemplos, el ex sindicalista y abogado dijo que cree que el diálogo entre la oposición y el gobierno es la única forma de resolver la crisis de Venezuela, a pesar de que esa es una visión impopular entre los opositores de línea más dura que se oponen a negociar con la “dictadura de Maduro”.
También le han llovido críticas en las redes sociales por manifestarse contra una eventual acción militar internacional y hasta se ha insinuado que es aliado del gobierno.
Una solicitud al Ministerio de Información de Venezuela y a la Fiscalía General sobre el caso de Zambrano no fue respondida de inmediato.
Un católico devoto, Zambrano también ha hecho peregrinaciones a santuarios desde su liberación.
A fines de septiembre viajó a Maracaibo, la ciudad petrolera en el noroeste venezolano hundida en una crisis por falta de energía que la somete a extensos apagones.
Rebeca Muñoz, una maestra de 34 años de edad, vio pasar con escepticismo la caminata de Zambrano y algunos pocos hacia un templo. “No voy para esas cosas, no tenemos agua, estamos en otro apagón y pretenden que uno vaya a caminar. Ya no creo en estos políticos, todos son iguales, mentirosos que usan al pueblo y nosotros lo que necesitamos son soluciones”.
Pero Zambrano dice que esas peregrinaciones fueron una promesa.
“Ahí en el medio de la soledad, en el silencio de la noche, tras el castigo de los barrotes, tu te aferras a todo lo que tiene que ver con la fe”, dijo. “No tenía otra alternativa que fortalecer mis credos a través de mis oraciones”, agregó. Reuters
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