Francisco Tavares se persigna antes de entregar el primer pan del día, que dona a personas de bajos recursos y desamparadas que se acercan a su panadería en un barrio de clase trabajadora en Caracas.
La fila comenzó a armarse desde la madrugada en la acera de enfrente. Está un hombre que mira impaciente la reja del comercio que aún no ha abierto. Otro espera, envuelto en una cobija, la señal para pasar.
Dentro está Tavares y su familia, que ya han preparado más de 100 panes para regalar, como cada día desde hace cinco años.
“Veo que hay muchas necesidades y mi corazón me dice ‘bueno, vamos a hacerlo’”, dijo Tavares, de 66 años, a la Voz de América. “Me siento bien haciéndolo”.
Tavares comenzó entregando pan a niños que se acercaban esporádicamente a pedir alimento por las mañanas. Luego comenzaron a llegar adultos.
“Yo vi que había un momento en que había mucha gente con necesidad y pidiendo (…) Incluso, más que todo eran niños que venían en la mañana y yo les daba su pancito y eso fue creciendo y llegando las personas adultas, más que todo en la mañana, y se fue haciendo esa labor”.
Consciente de la crisis que afecta a millones en Venezuela, donde la mitad de la población está en pobreza extrema, según un estudio de noviembre de la privada Universidad Católica Andrés Bello, Tavares decidió hacer de las donaciones una rutina.
Jesús Romero tiene 73 años y está en la fila esperando por un pedazo de pan de la panadería de Tavares.
“El sueldito que uno gana no le alcanza ni para comprar un pan”, dice este hombre delgado y de rostro apagado, que hace mantenimiento de las calles en Caracas. “Ese es el problema económico, el hambre que hay”.
El salario mínimo en Venezuela es de 130 bolívares, que equivale a 9 dólares, según la más reciente actualización de la tasa oficial del Banco Central.
El pan que reciben cuesta 0,89 dólares.
“Con lo que cuesta ese pan yo compro un kilo de cambur (bananas) y como. Con eso paso el día en el trabajo porque el dinero no me alcanza para comerme otra comidita mejor”, agregó Romero.
A unos pasos de él está Néstor Hernández, de 50 años, que desde hace un mes acude regularmente a esta panadería. “Esto es una bendición de Dios, es el día a día”.
“Significa mucho porque hay personas de bajos recursos que no tenemos la manera”, agregó.
Walter Acuña, de 70 años, visita la panadería de Tavares desde que quedó desempleado hace seis meses cuando el restaurante en el que trabajaba como cocinero cerró. Y la pensión que le pasa el gobierno no le alcanza.
“A veces uno no tiene para desayunar”, dijo Acuña.
La fila comienza a moverse de manera ordenada.
Reciben uno o dos trozos de pan que algunos guardan en una bolsa, otros se lo llevan bajo el brazo. Uno comenzó a comerlo allí mismo.
Cuando se acaba la cesta, Tavares mantiene la entrega para los que llegan tarde. Le agradecen, lo bendicen.
El gobierno de Nicolás Maduro culpa de la crisis a las sanciones económicas de Estados Unidos, que ha señalado buscaron presionar sin éxito su caída.
“Con el bloqueo y las sanciones se ha profundizado la desigualdad social, que es el enemigo que tenemos a vencer”, dijo el mandatario en la televisión estatal a comienzos de diciembre.
Romero, Hernández y cientos que acuden a la panadería de Tavares cada mañana son ajenos a la guerra que el gobierno dice librar para mejorar la economía. Simplemente tienen hambre.
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