Una escuela del Táchira fue habilitada para atender a venezolanos de las regiones que se fueron a trabajar a la zona fronteriza antes de que comenzara la cuarentena y ahora esperan regresar a sus pueblos de origen porque ya se gastaron sus ahorros.
A pesar de los padecimientos del corazón y también problemas respiratorios que tiene, Valiente ha contemplado la idea de irse en una cola con los productores de plátanos de la región. Sin embargo, cuando recuerda su condición, la letalidad del virus y los 58 años que tiene su compañera de vida, la desecha inmediatamente.
«Yo he intentado irme por mis propios medios, pero no he podido resolver por dos cosas: una por el salvoconducto, otra porque están cobrando 150 dólares desde Trujillo hasta Anzoategui, y somos dos, mi esposa y yo. Estuve en la ZODI de Valera, pero no tienen ninguna forma de ayudarme», dijo Valiente, al tiempo de afirmar que lo ideal sería que le facilitaran un transporte hasta su casa, pero sin tantos pasajeros, pues eso representaría un gran riesgo de contagio de coronavirus para ambos abuelos.
La ZODI no da respuesta
Han pasado más de tres meses desde que Joe Barboza se quedó varado en el estado Zulia debido a la orden de confinamiento que dio la administración de Nicolás Maduro el pasado 14 de marzo. Para el señor de 57 años de edad, un viaje que no duraría más de un par de semanas se ha convertido en una pesadilla.
La muerte de su padre lo obligó a movilizarse desde Bolívar hasta Maracaibo. Ya han pasado tres meses desde entonces y el único deseo que tiene es el de regresar a su casa, pues aunque en estos meses ha estado viviendo con su mamá, los gastos se le han duplicado porque no ha dejado de ayudar a su esposa e hijos que están en Los Pijiguaos, al sur de Bolívar.
Después de tener más de un mes enviando 20 tweets diarios al gobernador Omar Prieto y a la ZODI sin obtener respuesta alguna, decidió ir hasta la sede que el ente militar en Maracaibo para solicitar un permiso de viaje, algo que no había hecho debido a lo complejo que es trasladarse desde donde se está hospedando hasta dicho lugar.
«Fui hasta allá, cosa que no es fácil ya aquí el transporte público por el problema de la gasolina es precario y tuve que caminar desde la casa hasta el centro, aproximadamente 20 kilómetros, para poder agarrar el único transporte que pasa por la ZODI Zulia» contó Barboza, quien tuvo que «darse ese maratón» tres veces más porque cada vez que iba le pedían un requisito nuevo.
El lunes 15 de junio, día en que logró entregar los documentos completos, le dijeron que se pondrían en contacto con él, pero hasta el momento en que se escribió este reportaje eso no había pasado, razón por la que consideró como una pérdida todo el esfuerzo y dinero que tuvo que cambiar para comprar efectivo, pagar el pasaje y sacar las fotocopias de los documentos que le pedían.
Meses antes de ir hasta la ZODI, Barboza intentó regresarse por sus propios medios, pero ya todos los terminales estaban cerrados. Los piratas eran los únicos que estaban trabajando y cobraban 200 dólares sólo hasta Barquisimeto. «Ya te podrás imaginar, y para ese entonces el cambio era de 90.000 bolívares por dólar», detalló.
Barboza dijo que durante una de las cadenas de radio de Nicolás Maduro logró anotar el número telefónico de un lugar en donde posiblemente podrían ayudarlo, pero allí sólo lo refirieron a otro lugar, y le dijeron que debía ir hasta los refugios en donde está confinados quienes regresan de otros países. Esa opción no fue viable para él, pues aunque se quisiera ir, tenía miedo a contagiarse.
Atrapado en el mismo estado
José Camacho, un trujillano que vive en Sabana de Mendoza, en la zona baja de Trujillo, fue en la semana del 10 de junio hasta Carache a buscar verduras y otros alimentos que le habían ofrecido algunos familiares que están en Miquía. Debido a la difícil situación económica que está viviendo y las tres bocas que debe alimentar, no lo pensó dos veces y se fue en una cola en los camiones de «los gochos».
Pero a varios días de haber llegado, impusieron de nuevo la cuarentena estricta en ese estado. De hecho, en el propio Carache ya habían sido reportado los primeros casos de coronavirus. Desde entonces, Camacho tiene casi un mes intentado regresar a su casa.
«Un autobús de los rojos sale lunes y viernes para Valera, es puesto por la alcaldía de aquí de Carache para trasladar a las personas que tienen enfermedades crónicas, los que se están dializando y las personas que tienen controles estrictos. Los requisitos que piden son exámenes médicos e informes recientes para constatar que de verdad van a ir al doctor», dijo el padre de familia, quien por sufrir de epilepsia cree que le podrán dar un justificativo que le sirva para viajar a casa.
Una vez llegue a Valera, espera hacer el mismo recorrido que hizo en un primer momento y el que dice hacen diariamente muchos venezolanos. Se irá por las trochas, en donde asegura no hay alcabalas ni autoridades que puedan solicitarle documento alguno.
Un refugio para migrantes internos
El pasado 19 de junio, William Gómez, alcalde del municipio Bolívar del estado Táchira, habilitó el colegio Manuelita Sáenz, ubicado en El Palotal, como Punto de Asistencia Social Integral (PASI),para atender a los venezolanos que durante los últimos meses se habían trasladado desde otros estados del país hasta la frontera, a fin de conseguir trabajo, pero que por la pandemia tuvieron que paralizarlo, disminuyendo así su actividad comerciales casi 90%.
Algunas de estos venezolanos, que en su mayoría vivían del comercio informal, mantuvieron la esperanza de que el coronavirus sería algo pasajero y se quedaron «varados» en un estado que no era el suyo. Otros jugaron vivo y picaron adelante antes de que las restricciones de movilización se lo impidieran. Tristemente no es el caso de Albert Ereú, quien contó a La Nación que junto a su esposa e hija fue desalojado de la residencia donde vivía en Ureña, debido a que no pudo pagar los 1000 pesos de alquiler que le correspondía.
Este joven vivía en territorio venezolano, pero iba todos los días a Cúcuta a trabajar en un local nocturno. Eso dejó de ser así cuando «la llegada del virus hizo que perdiera mi trabajo», comentó el oriundo de Lara, lugar al que espera regresar pronto debido a que en estos tres meses ya se gastó todo el dinero que había logrado ahorrar durante el año y medio que estuvo viviendo y trabajando en la frontera.
«Aunque allá hay muchos establecimientos cerrados, pocas horas laborales, allá está mi casa, y estaría con mis padres. Tengo un año sin verlos y ahorita que estoy regresando, la expectativa es que lleguemos sanos», acotó Ereú.
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