«Tranquilidad eso fue lo primero que nos dio Venezuela, de lo muchísimo que nos ofreció.
¿Usted sabe lo que es despertarse porque simplemente se despierta y no porque hay bombas o porque, de madrugada, las fuerzas represivas le golpean la puerta?», le cuenta a BBC Mundo Rodrigo Arocena, exrector de la Universidad de la República de Uruguay, quien se exilió en Venezuela en 1975.
Como él fueron muchas las personas que huyeron de los regímenes militares del Cono Sur y que encontraron en Venezuela un nuevo hogar.
«Mi recuerdo más querido de Venezuela es la generosidad y el inmenso cariño de algunos amigos que me acogieron, en especial la familia Torres Hecker. Ildemaro, Sonia y sus tres hijos reemplazaron a mi familia que quedó en Chile y que perdí en el exilio», le dice la escritora chilena Isabel Allende a BBC Mundo.
«Cuando ellos nos adoptaron, sentí que finalmente pertenecía plenamente en Venezuela», señala en un correo electrónico.
Pero los latinoamericanos no fueron los únicos que encontraron la puerta abierta, también hubo inmigrantes que llegaron de tierras muchísimo más lejanas.
BBC Mundo rescata cinco historias de figuras que se destacaron en la ciencia, el arte y la literatura y que experimentaron junto a sus familias «la generosidad de los venezolanos».
Los Benacerraf y el hijo que ganó el Nobel de Medicina
«Abraham y Henriette se casaron en Oran, Argelia, el 11 de septiembre de 1919 y partieron inmediatamente hacia Caracas, Venezuela, donde se establecieron en la casa grande en la que Abraham residía con sus hermanos».
«Nací en la habitación de mis padres el 29 de octubre de 1920».
Esos fragmentos fueron escritos por Baruj Benacerraf en su autobiografía: From Caracas to Stockholm: A Life in Medical Science («De Caracas a Estocolmo: Una vida en la ciencia médica»).
En 1980, el doctor ganó el Nobel de Medicina (junto a George Snell y Jean Dausset) por descubrir factores genéticos que regulan las respuestas inmunes.
«Mi abuelo siempre se apresuraba en decir que había nacido en Caracas», le indica a BBC Mundo Oliver Libby.
«Hablaba español con orgullo. Era muy consciente de su herencia y tenía un lugar especial en su corazón para Caracas. Ser el premio Nobel de Venezuela era algo que le daba gran felicidad».
Abraham, el joven inmigrante
Benacerraf era de ascendencia española y judío sefardí.
Su padre, quien nació en Tetuán (Marruecos) cuando era colonia española, tuvo ocho hermanos.
«Cuando era adolescente, mi padre me llevó a Tetuán para ver el pueblo de sus antepasados y la casa en la que nació en el gueto judío. Era una casa lamentable, sin electricidad, agua o sistema de eliminación de aguas residuales», escribió.
«Fácilmente entendí por qué a la edad de catorce años, solo y sin dinero, se fue a Caracas, donde un primo lejano, Nissim, le aseguró un empleo en su almacén de textiles».
Abraham enviaba dinero a su familia en Marruecos y ayudó a que cuatro de sus hermanos se fueran a Venezuela.
Junto a dos de ellos fundaría la compañía: Hermanos Benacerraf, mientras que en otra parte del país, otros dos de sus hermanos se dedicaron al comercio del cacao y el café.
Uno de ellos, Fortunato, fue el padre de una pionera e ícono del cine venezolano, la directora Margot Benacerraf, cuyo largometraje Araya es considerado por muchos como uno de los mejores documentales de la historia.
En su autobiografía, Baruj cuenta que cuando cumplió cinco años, sus padres decidieron mudarse a Francia, donde nacería su hermano, Paul, un destacado filósofo de las matemáticas.
Abraham dejó a sus hermanos a cargo del «exitoso negocio» de importación de productos textiles, mientras él intentaba abrir una oficina en Europa para mejorar las operaciones.
Lejos de Caracas
El inicio de la Segunda Guerra Mundial los hizo volver a Venezuela en 1939.
Aunque su padre quería que continuara con el negocio familiar, Baruj tenía otra idea para su futuro.
Estudió en Estados Unidos y se convirtió en uno de los grandes innovadores de la inmunología moderna.
«Hay muchos recuerdos que tengo de mi abuelo, desde el extraordinario orgullo que sentí al verlo hablar en conferencias médicas en todo el mundo (a menudo me llevaban a esos viajes), hasta los pequeños momentos familiares en casa», como cuando pasaban noches enteras armando modelos de barcos o cuando lo ayudaba a ponerse las medias.
«Era asombrosamente brillante, venerado por compañeros y estudiantes, sabio».
«Avanzó las fronteras del conocimiento humano y dejó su huella en el mundo para siempre; su investigación salva millones de vidas», indica Libby.
Y es que, como explica la Universidad de Harvard, en donde Benacerraf fue profesor, sus descubrimientos ayudan a explicar «procesos básicos de las enfermedades como la infección, los trastornos autoinmunes y el cáncer, y han dado forma a la investigación sobre el trasplante de órganos, el tratamiento del VIH/Sida y el desarrollo de vacunas terapéuticas contra el cáncer».
Sofía Ímber, un ícono del arte latinoamericano
Sofía Ímber nació el 8 de mayo de 1924 en Soroca, una ciudad que perteneció a la Unión Soviética y que actualmente se encuentra en Moldavia.
«Siendo judía mi familia, tuvimos que escapar de aquellos lados del mundo cuando comenzó el asedio sobre nuestra raza.
Llegué a Venezuela siendo todavía muy niña, en 1930. El sanguinario general Gómez estaba vivo, pero para nosotros, que veníamos huyendo de todos los horrores, este era un país de paz».
Esos fragmentos pertenecen al libro de Diego Arroyo Gil «La señora Ímber. Genio y figura», una biografía que nació de largas conversaciones entre el escritor y la destacada periodista.
Sofía junto a su madre y su hermana mayor Lya desembarcaron en el caluroso puerto de La Guaira.
El padre, que había pasado por Estados Unidos primero, estaba en Venezuela intentando usar su experiencia como técnico agrícola.
Aunque a su mamá le costó mucho adaptarse a las costumbres de Venezuela y, al principio, se aferraba a las rusas, «siempre les inculcó que tenían que ser agradecidas con el país que las había recibido», le cuenta Arroyo a BBC Mundo.
Sus dos hijas terminarían haciendo historia.
«Denme un garaje»
Lya se convirtió en una pionera de la pediatría en Venezuela.
«En el año 1936 obtuvo su título de médico y siempre se negó al sensacionalismo de los medios de comunicación que ansiaban documentar a la primera mujer en obtener el título de médico en nuestro país», señala una publicación de la Universidad de Carabobo.
Sofía, quien recibió la Medalla Picasso de la Unesco, se convirtió en un ícono del arte y de la cultura en la región.
En 1973, fundó el que llegó a ser el mejor museo de arte contemporáneo de América Latina, con una colección que superó las 4.000 obras.
Años antes, cuando las autoridades se le acercaron con la propuesta, había respondido: «Denme un garaje y yo hago un museo».
La intelectual estuvo al frente del centro por 28 años hasta que, en 2001, el presidente Hugo Chávez la destituyó.
«No tuve otro norte ni otra preocupación en mi vida que el museo. No me separaré de él nunca», dijo Ímber ese año.
Su país
De acuerdo con Arroyo, «Sofía nunca tuvo el dilema de si ella era venezolana o no. Jamás volvió a Rusia, ni siquiera cuando fue una persona muy famosa y la invitaron embajadores, presidentes».
«Ella decía que era absolutamente venezolana y se molestaba cuando alguien asomaba la idea de que era extranjera. Esa palabra no existía en su vocabulario».
Abandonar Venezuela era algo que no quería contemplar.
«Incluso al final, tras la muerte de su hijo menor, cuando sus hijas vivían en el exterior, le preguntaba: ‘¿Te vas a ir?’, ella respondía con una frase recurrente: ‘Es que no hay cielos como los de Caracas'».
Y añadía: «Esta es mi casa. Este es mi país», señala el escritor.
Pese a que en sus últimos años pasó temporadas de vacaciones en Miami, donde vive una de sus hijas, siempre volvía a su residencia en Caracas.
Y fue precisamente en uno de esos regresos que murió, en 2017, tras sufrir una neumonía severa.
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