Virmania Cáceres agarra de la mano a su hijo de ocho años y camina enfilada por Catia, un barrio pobre de Caracas que está a reventar de vendedores informales con todo tipo de alimentos: verduras, frutas, víveres y proteínas.
Por Nicole Kolster / vozdeamerica.com
“Es una de las zonas más económicas” para comprar, dice a la Voz de América esta mujer de 40 años, que va con regularidad y ya tiene ubicado los “puntos” con los mejores precios.
Trabaja como profesora desde hace una década en una escuela pública y recién cobró el empobrecido sueldo que le paga el gobierno de Venezuela por 15 días de trabajo: unos nueve dólares al cambio oficial. En total, 18 dólares recibe al mes.
Es casi cuatro veces el salario mínimo, diluido en una inflación crónica que en los últimos 12 meses supera el 500 %, según el Observatorio Venezolano de Finanzas, institución independiente que hace proyecciones de indicadores ante la falta de información oficial.
Así, el sueldo mínimo pasó de valer 28 dólares en marzo de 2022, cuando el gobierno decretó el último aumento de 1.700 %, a poco más de los 5 dólares de la actualidad, que no alcanzan ni para un kilo de queso blanco, según se constató.
“En realidad (el sueldo) no da”, comenta Cáceres, que ha participado en las protestas de trabajadores públicos que comenzaron desde principios de año, en las que exigían un sueldo indexado al valor de la canasta alimentaria.
En marzo, la canasta básica familiar se ubicó en 510 dólares, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM).
Cáceres tampoco llega ni de cerca a reunir esa cantidad, ni sumando el dinero de su esposo, que trabaja por su cuenta.
Analistas estiman que el 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, podría ser anunciado algún tipo de ajuste, aunque lejos del monto demandado en las manifestaciones.
“La presión salarial es muy elevada debido al empobrecimiento severo de los trabajadores. Es obvio que el gobierno está negociando opciones”, escribió el economista y presidente de la firma Datanálisis, Luis Vicente León, en Twitter.
“No queda ni para el pasaje”
De vuelta al mercado, un hombre baja una cesta con verduras de un camión que está estacionado en una fila de vehículos que obstaculizan la vía en este popular mercado a cielo abierto.
“A la orden, a la orden”, susurra otra vendedora desde un puesto de frutas con llamativos carteles con promociones.
El ambiente es hostil con la prensa en un país muy politizado. Un comerciante lanza su mano por ejemplo hacia la cámara de VOA para que no se graben los precios de los alimentos. Otro dice que no hay permiso para filmar.
Cáceres comienza el recorrido con sus nueve dólares en el bolsillo, un mercado por hacer y tres personas por alimentar. No hay posibilidad de alterar la lista de compras que ya memorizó y debe durar hasta la próxima quincena.
Primera parada, una carnicería. Hay fila, pero avanza rápido.
En una bolsa de tela Cáceres guarda la compra; 950 gramos de picadillo de pollo, un cuarto de kilo de carne para mechar, un poco de queso duro y mortadela.
“Yo compro picadillo de pollo en otro lado y te quieren meter el poco de cuadril que es puro hueso (…) aquí por lo menos yo puedo escoger y negociar con el vendedor, cuadril y otra cosa”.
En una próxima parada, pide 15 huevos, y ya no le queda más. “La quincena de un sueldo de docente da solo para eso”, muestra.
En total, gastó 10,72 dólares. “Me faltó lo del desayuno”, cuestiona.
No habrá tampoco frutas, ni vegetales, ni víveres… mucho menos productos de aseo personal o de limpieza.
“No me queda ni para los pasajes”, concluye.
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