Antes del coronavirus, el cantante salvadoreño Henry Mejía León abría conciertos de Alejandro Sanz, Juan Luis Guerra o Arjona, y raro era el mes que no juntaba 4.000 dólares cantando en bodas, restaurantes y fiestas. Después del coronavirus, vende hot-dogs a 1,25 de dólar para ganarse la vida.
Por RT
El periodismo parece tener gusto por ilustrar el impacto económico de la covid-19 con deshumanizadas cifras, porcentajes y gráficos; a veces, con historias de la pobreza acentuada de quienes ya vivían en pobreza. Pero la historia de este cantante va más allá.
A mediados de marzo, de la noche a la mañana, se terminaron los conciertos en El Salvador, país tropical. Desaparecieron de un chasquido todo tipo de eventos sociales a los que Henry Mejía le había apostado. «Tengo que hacer algo», se dijo a sí mismo. Desempolvó un carrito para hot-dogs que guardaba y empezó a freír salchichas y a enviarlas él mismo a domicilio. Marzo aún no había finalizado.
A punto de cumplir los 50 años, el cantante Henry Mejía tiene un nombre bien ganado en el panorama artístico nacional. Ha abierto los conciertos de Bosé, de Serrat, de Lucero, de Juan Gabriel, de Montaner… Entre sus recuerdos, guarda con especial cariño el concierto junto a José José y, sobre todo, el dueto junto a Franco de Vita en febrero de 2006.
«Aquella experiencia fue maravillosa», dice, «porque Franco además me presentó y se despidió de mí de una forma muy bonita».
Pero lo dicho: después del coronavirus, se gana la vida vendiendo hot-dogs a 1,25 de dólar.
Una economía por los suelos
Si nos atenemos a las cifras oficiales, El Salvador no ha sido uno de los países latinoamericanos más golpeados por la pandemia. Pero esa afirmación se circunscribe a lo estrictamente sanitario; la economía es otro cantar.
Según las estimaciones más recientes de la CEPAL, el PIB salvadoreño crecerá un -8,6 % en 2020, la caída más estrepitosa entre los países centroamericanos, y la pobreza pasará del 34 al 40 %. El Ministerio de Hacienda admite que al 31 de julio los ingresos tributarios eran ya un 19 % inferiores a sus proyecciones. La deuda pública saltará del 71 al 92 % del PIB. Y así.
«La crisis económica en El Salvador será la más grave desde el inicio de la guerra civil [1980], y la peor de la región centroamericana», advierte Ricardo Castaneda, economista del ICEFI, el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales.
Para el economista Castaneda, lo peor está por venir. Para el cantante Henry Mejía, lo peor vino en las semanas posteriores a la práctica paralización del país por la pandemia.
Todos sus ingresos relacionados con la música se cerraron al unísono y, además de tener que apoyarse en el mayor de sus hijos, tuvo que aceptar ayudas estatales diseñadas para estratos sociales menos privilegiados, como los 300 dólares que el Gobierno repartió en abril, o incluso los paquetes con alimentos de la canasta básica. «Me da pena decirlo, pero de plano lo necesitaba», dice.
En un país empobrecido y desigual como El Salvador, definir la clase media es todo un reto. «No hay consenso ni tampoco una clasificación oficial», dice Castaneda. Ante la insistencia, se anima: «Diría que la clase media la integran quienes tienen ingresos superiores a la que oficialmente se considera la línea pobreza (365 dólares al mes) pero inferiores a 85.000 dólares al mes, lo que refleja una clase media que es en extremo diversa».
En la improvisada clasificación del economista Castaneda, el cantante Henry Mejía es –¿era?– clase media-media, con ingresos mensuales entre los 1.000 y los 5.000 dólares.
Castaneda es muy pesimista sobre el impacto de esta crisis en las clases medias: «A corto plazo, buena parte de ellos caerán en pobreza e incluso algunos sufrirán hambre. A medio, podrían perder activos como autos o casas y tendrán que acudir a los servicios públicos de educación y salud, que no tienen la suficiente capacidad para absorberlos».
Tiempo para los vivos
Henry Mejía dice que aprendió a cantar antes que a hablar: «Soy de los niños a los que les costó hablar, pero mi madre siempre me dijo que desde los cuatro años yo tarareaba los comerciales que oía en la radio».
Entre 1998 y 2008 trabajó como periodista en la sección de espectáculos de La Prensa Gráfica, un diario local, pero la música siempre lo ha tratado mejor, tanto en el plano económico como en cuanto a realización personal.
El carrito de hot-dogs que tuvo que desempolvar cuando estalló la crisis era, de hecho, un servicio adicional que ofrecía a los clientes que contrataban sus conciertos en bodas, eventos familiares y fiestas empresariales. Para matar el hambre de la madrugada de los fiesteros.
Esa habilidad para generar dinero (bisneros, le dicen en El Salvador; por business) le ha ayudado al cantante Henry Mejía a amortiguar el primer y feroz impacto de la covid-19 en su diario vivir.
Empezó preparando y distribuyendo él mismo a domicilio los hot-dogs (jotois, los llama) y, apoyado en las redes sociales, en su iniciativa y en su red de contactos, el emprendimiento le ha permitido al menos mantenerse a flote. Su casa es ahora su lugar de trabajo, y incluso le alcanza para apoyarse en dos personas que lo ayudan a cocinar y a distribuir los jotois.
Con el agua al cuello, la economía salvadoreña se reactivó casi en su totalidad a partir del lunes 24 de agosto. Con más fe que certezas, el cantante Henry Mejía ha vuelto a anunciar su música para «todo tipo de evento social privado», garantizando el «cumplimiento de protocolos de higiene y protección por covid-19».
Pero, sin ser economista, sabe que el ambiente sigue enrarecido para vivir de la música y no dejará de vender jotois a 1,25 de dólar en San Salvador y alrededores. «Este emprendimiento llegó para quedarse», dice con un dejo de orgullo.
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