El Jardín del Edén representa el primer e inmenso regalo que Dios hizo al hombre y la mujer. Perdido tras la desobediencia, sigue siendo un lugar emblemático, un símbolo de la inocencia redescubierta y de la esperanza inagotable. Averigüemos más al respecto.
Por Gerardo Di Fazio / Infobae
Es en el Jardín del Edén, también llamado el Paraíso terrenal, donde Dios creó al primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva, los progenitores de toda la humanidad. El Todopoderoso les dio ese maravilloso lugar y todos los animales y plantas que lo poblaban vivían en la felicidad absoluta… Esta es una de las características del Jardín del Edén: un lugar de paz, armonía, donde todas las razas animales conviven pacíficamente, donde ninguna flor es venenosa. Se destierra el sufrimiento, y también la fatiga, la enfermedad, el dolor. La muerte no puede entrar en el Jardín del Edén, en el que el árbol de la vida, entre otros, florece y da frutos. Dios colocó este árbol milagroso justo en el medio del Jardín del Edén, junto al árbol del conocimiento del bien y del mal, y Adán y Eva pueden comer su fruto hasta saciarse. De esta forma son inmortales, inmunes al paso del tiempo, a la vejez, a la enfermedad, a la muerte y vivir en absoluta felicidad.
¿Cuál es el origen del Jardín del Edén? ¿Corresponde a una ubicación geográfica real? Y si es así, ¿dónde estaba situado?
Mientras tanto, analicemos los términos. La palabra hebrea “pardés”, cuya raíz hace referencia a “paraíso”, significa “jardín”. El término: “jardín de las delicias” (Génesis 2,8-14), se utilizó para definir tanto el paraíso terrenal como el celestial. La palabra “Edén” en cambio proviene del sumerio y significa “llanura”. Algunos estudiosos han especulado que Dios escogió un área ocupada por vegetación esteparia para construir su paraíso, su jardín de las delicias. Otra teoría conecta el Jardín del Edén con un lugar mencionado repetidamente en la Biblia llamado Edén o Edin. Era una región bajo el dominio de los asirios, situada en el Éufrates medio, también mencionada en muchas fuentes sumerias.
Cuando pensamos en el paraíso terrenal no debemos imaginar un lugar baldío y salvaje. De hecho, en la antigüedad, los jardines eran lugares cerrados en los que la vegetación se regulaba de forma racional. Así que incluso la elección de crear un jardín y dar vida al primer hombre dentro de él sería parte del plan preciso de Dios.
En cuanto a la ubicación del jardín del Edén está en el Génesis 2- 10, 14: “Del Edén salía un río que regaba el jardín y se dividía en cuatro brazos. El primero se llama Pisón, y corría rodeando toda la tierra de Evila donde había oro y oro muy fino. Allí se encuentran también aromas y piedras preciosas. El segundo río se llamaba Guijón y rodeaba la tierra de Cus. El tercer río se llamaba Tigris, y fluía al oriente de Asiria. Y el cuarto río era el Éufrates”.
Esta descripción, aparentemente muy precisa, contiene referencias, casi con seguridad, más simbólicas que geográficas. Uno pensaría, a primera vista, que el Jardín del Edén estaba ubicado en el valle de un río, en algún lugar al este, quizás en Mesopotamia, al menos según la mayoría de los eruditos. De hecho, la región, atravesada por los ríos Tigris y Éufrates, y que ocupaba el territorio donde ahora se extienden Irak, Siria, Turquía e Irán, tenía una vegetación a veces muy frondosa, gracias a las crecidas de los dos ríos, tanto que mereció el nombre de “media luna fértil”, a veces propio de las estepas, lo que nos une a la citada palabra ‘Edén’.
Otros eruditos sitúan el Paraíso Terrenal más al norte, partiendo de la suposición de que si de él salían cuatro arroyos, su nacimiento debía estar más al norte que el curso del Tigris y el Éufrates. Indicativamente podemos pensar en la parte norte de Armenia.
El profesor David Rohl, un famoso arqueólogo inglés, después de años de estudio, excavación e investigación, afirmó que el Jardín del Edén estaba situado en un valle cerca de la actual Tabriz, en el norte de Irán, en la meseta al oeste del lago de Urmia. El mismo estudioso, autor de un libro con el título explicativo “Génesis tenía razón”, sostiene que lo narrado en Génesis es muy fiable desde el punto de vista histórico y geográfico. Así también para Rohl el Jardín del Edén se encontraba en la antigua Armenia, alrededor de las cuencas del lago Van y el lago Urmia, en la misma región donde se eleva el monte Ararat, sobre el cual se posó el arca de Noé al final del Gran Diluvio. El arca aún sería visible, en la cima de la montaña, en días claros…
Aun así, hay quienes piensan que el Jardín del Edén estaba en Tierra Santa, la tierra de Israel. Según esta teoría, el río que desembocaba en el Paraíso terrenal, y luego se dividía una vez que lo abandonaba, habría sido el Jordán. Para corroborar esta hipótesis está el hecho de que indudablemente, en aquellos lejanos tiempos, el curso del río era mucho más largo. En particular, el Jardín podría haber estado ubicado al norte de Galilea, en la frontera con Samaria, al sur del lago Tiberíades. Esta zona fue una vez tan estratégicamente importante y tan fértil, gracias a las aguas del Jordán y del río Harod, que los antiguos sabios judíos solían decir: “Si el Jardín del Edén está en la tierra de Israel, entonces su puerta está beth-shean”, refiriéndose a la antigua ciudad que se encontraba en esa región.
Otros eruditos ubican el Jardín del Edén en Egipto, e identifican los cuatro ríos con el Nilo, que hacía fértil y rica esa tierra al fluir por largos tramos bajo ella, solo para emerger en algunos puntos.
Finalmente, algunas interpretaciones excluyen cualquier implicación geográfica, considerando el Jardín del Edén solo en la interpretación de la expulsión de Adán y Eva de él. El jardín representaría la Tierra Santa y el Templo de Jerusalén, de donde fue expulsado el pueblo de Israel, culpable de idolatría, perdiendo la comunión con Dios.
Independientemente de la posibilidad o no de dar una ubicación geográfica al Jardín del Edén, tal como se describe en las Sagradas Escrituras, su importancia sigue siendo una prioridad para todo creyente. Todo lo que en él aconteció, la tentación de la mujer, la caída del hombre, la expulsión de ambos, representa el inicio de la existencia de la humanidad tal como la conocemos, en clave teológica que justifica y explica el origen de todo mal. Cuando Eva y Adán eligieron desobedecer comiendo los frutos del árbol del conocimiento del bien y del mal, perdieron el derecho de comer los del árbol de la vida. En esto radica el engaño de la Serpiente, que les había prometido que, en cambio, serían iguales a Dios. El árbol de la vida se menciona en las Sagradas Escrituras, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, como símbolo de vida por excelencia. Pero, ¿realmente existe un árbol tan especial?
El valor religioso de los árboles
Los hombres siempre han atribuido un valor simbólico y religioso a ciertos árboles. Basta pensar en todas las religiones que los han colocado en el centro de su panteón.
Entender las razones de este profundo vínculo entre el hombre y los árboles no es fácil. Quizá se deba a que, desde la antigüedad, los hombres buscaban cobijo y protección en los árboles, acabando por jugarles el papel de gigantes protectores, sabios, amigos. Seguramente la forma misma del árbol, su desarrollo vertical ha contribuido a la profundización de este vínculo espiritual. El árbol une el cielo a la tierra, el mundo de los dioses al de los hombres, y al hacerlo se convierte en una divinidad misma, y como tal portadora de las respuestas a todas las preguntas, a todas las contradicciones que han dominado la vida de los hombres desde siempre: bien y mal, vida y muerte, conocimiento, transmutación, humano y divino.
Muchas religiones arcaicas hablan de un eje cósmico alrededor del cual se habría formado todo el universo, y que une el cielo, la tierra y el inframundo a través de ellos. Un eje que a menudo tiene forma de árbol.
Como quiera que la interpretemos, la mitología ligada a los árboles, en general, y al árbol de la vida en particular, es fascinante y hunde sus raíces -hay que decirlo- en los orígenes mismos de la historia humana. Gracias a sus frutos Adán y Eva fueron inmortales, inmunes al paso del tiempo, la vejez y la enfermedad. Con el pecado original, Adán y Eva perdieron el derecho a alimentarse de los frutos de este árbol milagroso. También en esta parte de la historia hay una simbología profunda: al comer los frutos del árbol del conocimiento del bien y del mal, perdieron el derecho a disfrutar de los beneficios del árbol de la vida. Su pecado fue dictado por el orgullo y la arrogancia. El conocimiento del bien y del mal les hizo perder la inocencia, los hizo conscientes de todos aquellos sentimientos y deseos que antes no sentían, por el simple hecho de que en el Jardín del Edén tenían todo lo necesario para ser felices, completos. El hombre no estaba preparado para afrontar esos sentimientos, esas emociones, esas necesidades: el odio, la mentira, la vergüenza, la envidia, el chantaje, la guerra.
Sin embargo, a pesar de la expulsión del Paraíso terrenal, el árbol de la vida permanece en los textos sagrados como promesa de salvación y esperanza de reconciliación con Dios, quien sigue prometiendo sus frutos como recompensa a quien sepa seguir el camino recto. Pero, ¿existe realmente un árbol de la vida en algún lugar del mundo? En medio del desierto de Bahrein, no lejos de Djebel Dukhan (la Montaña de Humo) ya 40 km de Manama, se encuentra un árbol milenario. Parece haber estado aquí por más de 400 años, creciendo en una tierra árida y desértica desprovista de vegetación.
Y, sin embargo, vive y prospera, y ha superado los diez metros de altura, tanto que merece la reputación de un árbol legendario y ha hecho del oasis en el que se encuentra uno de los lugares más místicos del mundo. Los habitantes de la región le han dado el nombre de Shajarat-al-Hayat, “árbol de la vida”, y creen que el árbol fue plantado aquí en 1583 para indicar el lugar donde originalmente se extendía el Paraíso Terrenal. ¡Una declaración audaz, considerando que hoy en día el área está completamente desierta! Pero algunas investigaciones habrían demostrado que, en la antigüedad, esta región era rica en agua, y había un inmenso oasis exuberante poblado por una multitud de animales de todo tipo.
El árbol en cuestión es un “Prosopis cineraria”, un arbusto capaz de sobrevivir en condiciones extremadamente hostiles, gracias a sus raíces que pueden descender hasta los 50 metros de profundidad. Esto le permite extraer su alimento incluso del suelo árido y estéril. Con su caucho de resina se elaboran velas y perfumes. Es visitado por más de 50.000 turistas cada año, tanto que fue necesario protegerlo con una verja de hierro para evitar que fuera dañado por vándalos. De hecho, muchos visitantes habían adquirido la mala costumbre de arrancar hojas y ramitas para llevárselas como amuletos o recuerdos de la buena suerte, o disfrutaban dejando su propio mensaje grabado en su secular tronco. Por ahora Shajarat-al-Hayat aparenta estar en excelente estado de salud, con grandes ramas enredadas, hojas iridiscentes que van del verde al marrón en hermosos y vivos tonos, un tronco majestuoso. Ha sido así durante más de 400 años, y esperamos que siga sintiéndose bien durante mucho tiempo.
Podríamos decir que el “Jardín del Edén” es el símbolo de nuestra inocencia perdida; es el lugar que nunca más podremos retornar y que fuimos nosotros los que lo destruimos: ¿será una profecía sobre nuestro planeta el que día a día estamos destruyendo con nuestra forma de vida? Ojalá que no, porque al ser expulsado del Jardín, Adán y Eva, poblaron la Tierra, pero nosotros ¿A dónde iríamos?.
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