Estefanía León, una joven humorista venezolana, se preguntó una vez cómo podía seguir haciendo chistes en medio de tanta tragedia.
Era 2017 y ella vivía en Caracas, la capital de Venezuela, en el peor momento de la crisis económica de su país. Las protestas convulsionaban el país, mientras la escasez de alimentos dejaba a millones de personas con hambre y la hiperinflación borraba los ahorros de la noche a la mañana.
Su padre, entonces muy enfermo, se levantaba a las tres de la mañana para hacer fila y comprar comida antes de que se agotaran las existencias. León trabajaba siete días a la semana, pero no podía darse el lujo de pagar la medicación de su padre.
Su trabajo como redactora en El Chigüire Bipolar, un popular sitio web de sátira política, le exigía hacer chistes a diario. Pero de camino a la oficina esquivaba gases lacrimógenos.
Entonces, el gobierno, controlado por un presidente cada vez más autoritario, Nicolás Maduro, aprobó una ley que ilegalizaba muchos tipos de expresión. Se preguntaba si sus chistes la llevarían a la cárcel.
La comedia, dijo, había sido su trinchera, el lugar desde el que lanzaba críticas políticas y sociales. Ahora, dijo, no había nada de qué reírse. “No hay comida, no hay dinero, dictadura, y tengo miedo”.
Salió rumbo a Ciudad de México en 2018. Al principio se enfocó en sobrevivir. Pero con el tiempo, volvió al humor.
Y hoy León desempeña un papel importante en el auge de la comedia venezolana, cuyas principales figuras trabajan y viven en su mayoría fuera de su país, ahora libres, en su mayor parte, de decir lo que quieran.
Algunos países elevan a sus novelistas o poetas a posiciones de eminencia cultural; Venezuela considera desde hace tiempo a sus cómicos como unos de sus más importantes expositores sociales.
Ahora, con casi ocho millones de venezolanos que han salido de sus hogares desde 2015, ese talento se está trasladando al extranjero.
Entre estos cómicos figuran George Harris en Estados Unidos, José Rafael Guzmán en México y Víctor Medina en Argentina. Medina, conocido por su apodo infantil Nanutria, actuó el año pasado con otros en el Luna Park, un estadio de Buenos Aires que normalmente acoge a dioses argentinos del rock como Charly García y a superestrellas internacionales como Shakira.
León, de 33 años, es una de los tres productores de El Cuartico, un proyecto semanal de sketches en video y pódcast que se difunde a través de redes sociales y plataformas de audio. En TikTok tienen más de 600.000 seguidores, lo que representa solo una parte de su base de admiradores.
Cuando El Cuartico comenzó en 2020, el grupo inició abordando temas universales —“Los secretos de OnlyFans” y “Anticonceptivos para ellos, ¡por fa!” fueron los títulos de dos de los primeros episodios—, intentando atraer a un público diverso y de habla hispana.
Pero se sintieron atraídos por temas más cercanos a la experiencia venezolana, como la migración y el autoritarismo, que pensaban que pocos humoristas en español tocaban de forma sofisticada.
Pronto, sus voces y videos llegaron a cientos de miles de personas en su búsqueda de una identidad venezolana en el extranjero. Hoy, los tres miembros de El Cuartico viven de la comedia.
En unos sketches de video recientes, León aparece en una ficticia cola de migración estadounidense, intentando encantar a un agente fronterizo llamado Larry para hacerle creer que solo viene de visita.
Observa sus pertenencias, que incluyen cuatro maletas, una freidora de aire y una plancha de arepa llamada budare, que ella se abraza al pecho como un salvavidas.
Finalmente, bajo la imponente mirada del agente Larry —experimentada por casi todos los venezolanos que han cruzado una frontera en los últimos 10 años— explota.
“¡Que, sí! ¡Me vengo a quedar!”, admite. “¡Que lo sepas tú y que lo sepa every word, que todo el mundo que me voy a quedar aquí, mi amor!”.
Otros sketches presentan a un autócrata beligerante que no se va de una cena que lleva mucho tiempo terminada, burlándose de la negativa de Maduro a abandonar el poder, y a un espía del gobierno demasiado torpe para ocultar su identidad, una burla a los esfuerzos del gobierno por vigilar a su población.
No todos los episodios son tan políticos. El mes pasado, el grupo examinó la obsesión nacional por los jeans ajustados, incluyendo un sketch en el que aparecía un hombre incapaz de quitarse sus pantalones demasiado ajustados.
Chucho Roldán, de 36 años, colega de León en El Cuartico, atribuyó su popularidad al colapso de la industria del entretenimiento venezolana en medio de la crisis política y a la casi ausencia de personajes venezolanos en el entretenimiento internacional dominante.
“No hay nada para nosotros”, dijo Roldán, “y tenemos ganas de vernos”.
Leonardo Martínez, de 38 años, que dejó Venezuela por Puerto Rico en 2014, dijo que el grupo lo había ayudado a reconectar con su identidad venezolana, que había “engavetado por toda la rabia, frustración y despecho nacional”.
“Yo no veo casi venezolanos acá”, dijo sobre su nuevo hogar, “entonces cosas como El Cuartico, pues te aferras a ellos”.
Justo antes de la reciente represión de la disidencia en el país —unas 2000 personas han sido detenidas desde las controvertidas elecciones de finales de julio—, el trío se embarcó en una arriesgada gira por cinco ciudades del interior de Venezuela. Allí fueron recibidos como celebridades y llenaron teatros, incluido un emblemático anfiteatro de la capital, Caracas.
Fuera de su país, los tres siguen utilizando una cadencia claramente venezolana (muy rápida) y un vocabulario (una muchacha no es una “chica” sino una “chama”, un amigo no es un “amigo” sino un “pana”) y han mantenido referencias venezolanas. (En el sketch de la migración, León intenta llevar su freidora de aire a Estados Unidos para poder hacer tequeños, entrañables palitos de queso cuyo consumo es prácticamente un deber patriótico).
Sin embargo, una parte importante de su audiencia procede de fuera de su patria.
“Un sketch de corrupción funciona en toda Latinoamérica”, dice Daniel Enrique Pérez, de 34 años, tercer miembro de El Cuartico. “Un sketch de dictadura funciona en toda Latinoamérica”.
Varios cómicos venezolanos empezaron sus carreras en Venezuela y luego las construyeron en el extranjero.
Pero Angelo Colina, de 30 años y oriundo de la ciudad de Maracaibo, comenzó su carrera de stand-up solo después de mudarse a Estados Unidos, aterrizando en Salt Lake City en 2018.
Ahora radicado en Nueva York, desde enero ha actuado en 31 estados y Puerto Rico, a menudo con entradas agotadas, incluida una en el Gramercy Theater de Manhattan.
A diferencia del trío de El Cuartico, gran parte de su comedia se centra en la experiencia latina en Estados Unidos, no en el país del que procede.
“Obviamente extraño mucho a mi país, a mi gente, a mi familia. Pero al mismo tiempo, los momentos más bonitos que he tenido como adulto y en mi carrera han sido afuera” de Venezuela, dijo. “Yo no sé si yo estaría haciendo comedia, mucho menos al nivel que estoy, si me hubiese quedado”.
En los últimos meses, la situación política en Venezuela ha pasado de difícil a terrible. Tras las elecciones de julio, ampliamente consideradas robadas por Maduro, sus fuerzas de seguridad han detenido a cientos de personas, muchas de ellas ciudadanos comunes.
A pesar de la represión, sigue existiendo un pequeño mundo de comedia en Venezuela, centrado en gran medida en un club de comedia de Caracas llamado Pizpa.
Alejandra Otero, de 41 años, es una artista habitual de Pizpa que ha permanecido en el país. Aunque la mayor parte de su humor no es político, lleva años perfeccionando su imitación de María Corina Machado, la líder conservadora de la oposición que se ha erigido en rival del gobierno izquierdista de Maduro.
En un popular sketch, Otero, en el papel de Machado, está sentada en un automóvil, siguiendo unas instrucciones escritas, que le indican que vaya hacia la izquierda. Pero ella se niega a hacerlo. “¡Venezuela!”, anuncia. “A la izquierda, jamás”. Al final, gira tantas veces a la derecha que nunca llega a su destino. “Otro día”, dice.
Otero lleva mucho tiempo teniendo cuidado con lo que dice y hace, y más aún en el entorno postelectoral. En la preparación de una reciente presentación en Pizpa, Otero recortó varias referencias políticas, dijo.
Cada día que pasa, añadió, hay menos espacio para la comedia en Venezuela.
“El humor obviamente es algo que le incomoda al régimen”, dijo, “porque el humor nació para eso, para incomodar y para criticar”.
Sin embargo, no tiene planes de dejar de actuar, ni de huir. Porque ahora, más que nunca, dice, “uno necesita reírse”.
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