Un grupo de madres indígenas Amorúa (como se le conoce en Colombia al pueblo Jivi) batalla a diario por llevar alimento a sus hijas e hijos. Desplazadas junto a 18 familias de la Amazonía venezolana, viven en medio de la pobreza y la mendicidad en la capital del Vichada, en la Orinoquía colombiana. Su sueño: tener tierra para sembrar.
Desde hace casi una década, la zona fronteriza entre Colombia y Venezuela, Puerto Carreño, es uno de los lugares a donde han llegado indígenas de la Amazonía venezolana en busca de mejores condiciones de vida. Las comunidades han salido desplazadas de sus territorios debido a la crisis política y humanitaria que enfrenta ese país, y la presión de los grupos armados irregulares que, en los últimos cinco años, han llegado a explotar minas.
Con 25 años, Yaritza Pulido es una de las madres indígenas que en 2014 salió desplazada de su comunidad de San Antonio, estado Bolívar (Venezuela). Actualmente vive junto con sus seis hijos en el asentamiento Bloquera Uno, creado por 18 familias Jivi, como se le conoce a su pueblo indígena en Venezuela. En Colombia se les llama Amorúa.
El asentamiento queda ubicado en un área de sabana pedregosa que carece de servicios básicos y se encuentra en una zona de riesgo de inundación. Las familias indígenas viven en unos cambuches de plástico, en forma de casa, que levantaron para protegerse de la intemperie. En la actualidad, en la capital de Vichada hay 27 asentamientos en los que habitan más de 3.000 indígenas, según registros de las autoridades de los pueblos originarios.
De acuerdo con la Defensoría del Pueblo, citando información de la entidad estatal Migración Colombia, entre 2016 y abril de 2023 a esa ciudad han llegado 10.181 migrantes de Venezuela (datos sin discriminar por grupos étnicos). En respuesta a un derecho de petición enviado por Agenda Propia y el periódico El Morichal en desarrollo de esta historia, la misma entidad en su sede Regional Vichada reportó que, en ese periodo, al departamento habían migrado 1.933 personas indígenas.
Para los Amorúa, el territorio no solo representa la esperanza de sembrar los alimentos para sus familias, el territorio significa todo en sus vidas y en su cosmovisión. “La tierra para nosotros es vida, como lo es el agua. La tierra nos da a nosotros el pan de cada día, la tierra nos da a nosotros fuerza, nos da el alimento y la salvación, nosotros vivimos en ella, el terreno para nosotros es vida”, expresa Richar Rodríguez, un líder del asentamiento Bloquera Uno.
Madres e hijos indígenas en la mendicidad
Cada mañana, los Amorúa que viven en Bloquera Uno se levantan acompañados de la voz de su lideresa, la capitana Yaritza Pulido. Ella fue elegida por su pueblo para organizarlos y ayudarlos a mantener sus costumbres, como la lengua homónima amorúa y los tejidos. Yaritza y una docena de madres luchan diariamente, en medio de la escasez, por llevarles alimento a sus hijos e hijas. Ante la imposibilidad de cultivar, las familias se ven forzadas a la mendicidad y en las calles de la capital vichadense buscan su sustento a diario.
Con voz suave y en lengua propia, Yaritza Pulido relata lo que dejó del otro lado de la frontera ribereña, en las selvas de la Amazonía venezolana (su tío Richard Rodríguez le traduce al castellano): “Ella dice que hubiera terreno como en Venezuela, ella trabajaba. Ella podría producir, sembrar yuca, plátano, todo lo que se podía sembrar allá, y que aquí no lo hace, como no tiene terreno dónde sembrar”.
De acuerdo con Yaritza, las madres indígenas se ven obligadas a conseguir los frutos de los árboles de mango para alimentar a sus descendientes, a pedir comida empaquetada en los supermercados –que muchas veces les entregan vencida– y a recibir huesos de res que les obsequian como sobras de las carnicerías, huesos sin carnes que logran llevar a sus fogones para asar en su comunidad y calmar su hambre y la de sus hijos.
Otras madres, con más suerte, venden artesanías, desconchan cebollas en los supermercados y recogen plásticos como reciclaje. Es común, sin embargo, ver por las calles de Puerto Carreño a madres, muy jóvenes, y a niñas y niños pidiendo comida y limosna.
Pese a que estas tierras pertenecen a sus antepasados, según relatan los abuelos y sabedores indígenas de los Amorúa, hoy, son tratados como extraños.
Ubicado en el oriente de Colombia, el departamento de Vichada está conformado por cuatro municipios en los que habitan 77.000 personas, según el censo poblacional de 2018 realizado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). De este número, el 57 por ciento es indígena de los pueblos Sikuani, Piaroa, Piapoco, Puinave, Amorúa y Saliva, entre otros, y habitan mayoritariamente los municipios de Cumaribo y Puerto Carreño.
Mery Medina es otra de las madres Amorúa que vive en Bloquera Uno desde enero de 2023, cuando llegó de Venezuela. A ella, junto a sus seis hijos, también les ha tocado enfrentar la cruda realidad social de Puerto Carreño. Juntos han aguantado hambre y Mery siente tristeza debido a que la calle ha sido su principal escenario de supervivencia.
“Nosotros no conseguimos trabajo, nada. Vendemos aluminio, recogemos aluminio a veces, a veces vendemos y conseguimos comidita, arroz, una libra para dárselo a los carajitos”, dice Mery y cuenta que “a veces comen, a veces no comen los carajitos, buscamos a veces manguitos, otras veces pedimos huesos de res para medio comer, asamos y comemos huesos asados”.
El hambre de los carajitos, como les llaman a las niñas y a los niños en Venezuela, muchas veces se traduce en llanto.
Niños indígenas mueren de hambre
Entre 2022 y abril de 2023, dice la capitana Yaritza, dos niños del asentamiento Bloquera Uno han fallecido a causa del hambre. Uno de esos casos fue confirmado en respuesta a un derecho de petición enviado en desarrollo de este trabajo por la Secretaría de Salud Departamental de Vichada.
“Los niños salen desnutridos porque no se halla comida y se enferman, una vez el niño que se murió lo llevamos pa’l hospital, la enfermera dijo que ese niño no tiene nada, o sea no más normal, diarrea, después vinimos (al asentamiento), después el niño lo llevamos pa’l hospital y se murió. Tenía un añito. Él no estaba comiendo bien. Cuando come, le pega diarrea todos los días. Ya dos niños se han muerto, de seis años y un añito”, manifestó la Capitana.
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