Productores en Venezuela, un país que por años ha sufrido problemas de nutrición, están dejando que se pudran cultivos en los campos o alimentando a los animales ante las dificultades para transportar bienes a los mercados por la falta de combustible y en medio de una cuarentena por coronavirus.
Esta situación amenaza el abastecimiento de alimentos en momentos en que Venezuela no sólo enfrenta una pandemia, sino también una emergencia humanitaria con más de 9 millones de venezolanos con hambre o una ingesta insuficiente de comida, según las Naciones Unidas..
“La lechuga se la echo al ganado porque esta perdida”, dijo Angel Mora, un agricultor de 55 años en La Grita, en el estado andino de Táchira en la frontera con Colombia. “Se siente nostalgia porque este es nuestro pan. Nosotros tenemos hijos y nietos por mantener”, agregó.
Antes de la cuarentena salían semanalmente de La Grita, 500 camiones, cada uno cargado con unas 10 toneladas de verduras y rumbo a los mercados, según Robert Maldonado, representante de los agricultores en el municipio Jáuregui, donde se ubican las verdes y fértiles colinas de esta localidad.
Pero ahora hay “un aproximado de 5.000 toneladas semanales de verduras y hortalizas que se están quedando en la montaña alta por falta de combustible. No hay gasolina para hacer la recolección”, agregó.
Los cultivadores de la zona de la Grita, sin suficiente dinero para pagar la mano de obra que saque de la tierra los cultivos de zanahoria, calabacín, lechuga, remolacha, repollo, entre otros, prefieren dejarlos y lo poco que saquen dárselo al ganado como alimento, regalarlo o venderlo a muy bajo precio a vecinos de la zona o entregarlo en donación a iglesias.
No hay una cifra oficial de cuántas toneladas de verduras y hortalizas se han perdido en todo el país por la falta de gasolina para los camiones. El Ministerio de Información de Venezuela no respondió un pedido de comentario.
Las dificultades para transportar los cultivos en medio de la peor escasez de combustible que sufre la nación en más de una década se notan en las estanterías de los comercios.
En algunas regiones del país, los anaqueles tienen aún productos secos como pasta y enlatados, entre otros, pero las verduras son escasas y los precios de la carne y el queso se han disparado en todo el país, que ya va en su tercer año de hiperinflación, según representantes gremiales.
“No están llegando los camiones de Táchira y por esos lados y el pueblo se alimenta de verduras” dijo Remo Di Marcantonio, director Fedecámaras en el estado Anzoátegui, en el oriente venezolano.
OTROS PROBLEMAS
En un intento por llegar a los mercados, algunos productores en Táchira y de papas en el vecino estado de Mérida han recurrido a animales, sacando de las fincas algunos pocos sacos arrastrados por burros y bueyes, según voceros gremiales.
En el estado Zulia, en el noroeste del país, los cultivadores de plátanos añaden a los problemas de combustible, la llegada de la temporada de lluvia y que ha anegado los plantíos, dejándolos sin bombas para achicarla.
Unas 50.000 toneladas de plátano sembradas en Zulia, estan en riesgo de perderse, dijo José Urdaneta, presidente de la Fundación para el Mejoramiento del Plátano (Funplaven).
Urdaneta señaló que sin un plan de contingencia para el combustible y los daños a los platanales, los “efectos se prolongarán por más de un año”.
“Son 120.000 hectáreas que dejarán de producir por año, 500 productores se quedaran sin fincas y se perderán 2.500 empleos directos”, dijo Urdaneta.
Los productores de carne y leche del Zulia, que generan 40% de esos dos rubros surtidos al mercado nacional, dicen que redujeron a la mitad la cantidad de animales sacrificados para carne, mientras los lecheros ya casi no ordeñan y lo que sacan lo dedican a la fabricación de queso.
En los estados centrales de Portuguesa y Cojedes, sembradíos de arroz se han secado porque los motores de riego están apagados por falta de combustible, dijo Celso Fantinel, vicepresidente de Fedeagro.
Los arrozales sumaban unas 225.000 hectáreas en el 2008, pero este año llegan a unas 20.000 hectáreas, dijo Fantinel.
En una pequeña parcela de tierra a 15 minutos a las afueras de La Grita, Azael Duque, de 38 años, cortaba 2.000 plantas de apio cuyas hojas se marchitaron después de demasiado tiempo en el suelo, lo que significa que los compradores no las aceptan.
Es la “primera vez que se está perdiendo la cosecha porque no tenemos gasolina para transportar en camiones”, dijo Duque, balanceando su machete contra el apio dañado.
“Estamos preocupados porque va a llegar el momento que no se va poder sembrar, ni trabajar”. Reuters
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