Acostumbrado al calor que hace crecer los higos y la vid en Damasco -llamada la ciudad del jazmín-, Bashar Asad tardará un poco en habituarse al lento discurrir del invierno, intenso en heladas, nieve y barro. El presidente sirio derrocado y varios miembros de su familia llegaron el domingo a Moscú. La capital rusa no es una ciudad desconocida para los Asad, que han sido los aliados más fieles de Moscú en Oriente Próximo. Por eso, no es extraño que las autoridades rusas les proporcionaran asilo, «basándose en consideraciones humanitarias».
El Kremlin aclaró que la decisión de conceder asilo a Asad fue tomada personalmente por Putin. El presidente ruso no tiene prevista ninguna reunión oficial con su viejo camarada sirio, quien recuerda lo que es vivir en una ciudad con clima adverso: trabajó en Londres como oftalmólogo antes de que la muerte de su hermano Bassel en 1994 lo convirtiese en el sucesor natural de su padre en la presidencia de Siria.
Moscú y Damasco son socios desde los tiempos de la URSS, pero los lazos de los Asad con la capital rusa van más allá de la geopolítica. En 2019, el Financial Times publicó una investigación que revelaba que la familia Assad posee más de dos decenas de apartamentos en el barrio Moscow City, el distrito financiero de Moscú. La publicación cree que el hijo mayor de Asad, Hafez, de 22 años, vive en uno de estos apartamentos, desde donde acudía periódicamente a la universidad de la capital. Este podría ser el nuevo domicilio de los Asad: rascacielos con bonitas vistas al río Moscova y relativamente cerca del centro. En contra, es una zona muy bulliciosa para alguien acostumbrado a vivir en un palacio. Y el lugar sufrió ataques de drones ucranianos el año pasado.
Ahora, Asad y su esposa Asma (nacida en Londres y que padece un tipo de leucemia) podrán estar más cerca de su primogénito, Hafez Asad, que se llama así en honor a su difunto abuelo, el presidente sirio que empezó esta dinastía. Hafez, el Asad moscovita, es un entusiasta de las matemáticas desde hace mucho tiempo. Participó en las olimpiadas internacionales de cálculo, se inscribió en la Facultad de Mecánica y Matemáticas de la Universidad Estatal de Moscú y completó allí su doctorado el año pasado. Hafez defendió el mes pasado su tesis doctoral en matemáticas: 98 páginas escritas en ruso y centradas en la teoría de números algebraicos y la investigación de polinomios. Su madre asistió a la ceremonia de graduación por invitación del rector de la universidad, Viktor Sadovnichiy. Ante su orgullosa madre, Hafez pronunció un intenso discurso en el que expresó su gratitud a «los mártires de su patria», particularmente a los del ejército sirio. En aquel momento no sabía que un mes después los soldados de su padre serían superados por los rebeldes en el campo de batalla.
VIDAS PARALELAS
Tras el convulso primer cuarto del siglo XXI, Rusia ya ejerce de contenedor de reciclaje de amigos autoritarios. En la ciudad de Rostov, cerca del frente ucraniano, pasa sus días Viktor Yanukovich, el líder ucraniano que huyó de Ucrania en marzo de 2014 tras las revueltas de Maidán. Yanukovich es muy distinto a Putin, a quien ha tratado con desprecio por huir demasiado pronto de Kiev.
En cambio, Vladimir y Bashar han llevado vidas paralelas, dos tipos capaces de desenfundar para mejorar su estatus o protegerlos: cuando el líder ruso lo salvó de la ira de sus rebeldes sirios armados, estaba conjurando sus propios miedos; cada vez que Asad ayudó a Putin a proyectar su influencia en la región, era también el poder del sirio el que se extendía. Tanto Putin como Asad llegaron al poder en 2000. Los dos heredaron un fuerte aparato represor. Igual que con Putin, al principio hubo esperanzas de que Asad pudiera ser diferente. Ambos vendieron al exterior una dictablanda -que fue homologada por Occidente- alejada por fin del dogma (envuelta en un supuesto laicismo en el caso de Asad, teñida de un cierto liberalismo económico en el caso de Putin), y en su otoño como autócratas reprimieron sin límite, rompiendo las ambiguas costuras del pasado.
En Moscú, pocos lo llamarán dictador. Y mucho menos su hijo. En una entrevista concedida en 2017 a una publicación brasileña durante su participación en una olimpiada de matemáticas en Río de Janeiro, ante la pregunta de cómo se siente cuando la gente llama a su padre tirano, Hafez proclamó: «Sé qué clase de hombre es mi padre. Mucha gente es ciega. Vivo y veo la pesadilla que está ocurriendo en nuestro país. Esto no es una guerra civil, es simplemente gente que nos quita nuestro hogar. ¡Esta es una guerra contra nuestro pueblo!».
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