Isabel y María Jusayú son dos hermanas de la etnia wayúu que llegaron al desértico departamento colombiano de La Guajira desde Venezuela, pensando que tendrían un futuro mejor, con trabajo y alimento para sus hijos, pero se toparon con otra realidad: falta de oportunidades, hambre, sequía y el abandono estatal que las ha llevado a vivir sin nada.
EFE
La Guajira, donde han muerto 21 niños por desnutrición en lo que va de año y el hambre «se volvió paisaje», y el Chocó, son los departamentos con más muertes por desnutrición infantil en el país, aunque el hambre es una realidad que se encuentra en cada rincón de Colombia.
«Cuando conseguimos medio kilo de arroz no nos toca comer a nosotros los mayores, dejamos de comer para que los niños se alimenten perfectamente», cuenta en una entrevista con EFE Isabel, rodeada de los hijos de ambas en una pequeña construcción donde, por las noches, duermen siete personas.
A pesar de la situación, Isabel y María, que van a comer un plato de arroz con frijoles, su único alimento del día, no se plantean volver a Venezuela porque en Colombia «los niños están estudiando», reciben una «mejor educación», a pesar de que a veces tienen que faltar a clase para ayudar a sus mamás a lavar ropa para conseguir comida.
La Guajira, territorio sin fronteras
En La Guajira, en el extremo norte del país, la situación se ha agravado en los últimos años con la llegada de wayúus que residían en Venezuela. Muchos huyeron con la profundización de la crisis. Para ellos existe un solo territorio, no hay fronteras. Por eso transitan entre Colombia y Venezuela como si fuera un mismo país.
En el municipio de Uribia centenares de wayúus que llegaron en los últimos años desde Venezuela se apoderaron de un antiguo aeropuerto que convirtieron en un asentamiento donde viven en condiciones infrahumanas.
En El Aeropuerto viven ahora casi 13.500 personas, la mayoría de ellas mujeres que han llegado solas, cuenta a EFE Antonio José Jayariyu, que denuncia la falta de atención de las instituciones, especialmente las de salud, ya que muchas de las mujeres llegan embarazadas y no se les brinda seguimiento.
Testimonios
«Estábamos acostumbradas a la luz, al agua fría y cuando invadieron aquí (El Aeropuerto) comenzamos también a meternos», cuenta Isabel, que llegó a Colombia en 2018.
«Fue muy difícil: cómo conseguir para comer, conseguir una casa. Al principio comenzamos friendo arepitas y vendiéndolas por 500 pesos colombianos (unos 12 centavos de dólar), eso nos daba para comer diario», continúa Isabel. Añadió que en ese entonces ella y su hermana estaban embarazadas «y era difícil conseguir trabajo».
Los wayúu también habitan las zonas rurales de La Guajira, donde se dedican al pastoreo y a la fabricación de artesanías, trabajos que, no obstante, no les alcanzan para sobrevivir, quedando usualmente a merced de la ayuda humanitaria que muchas veces no es suficiente.
En la enramada, el espacio comunitario de los wayúu de la comunidad de Ishamana, los niños dibujan lo que les gustaría tener: comida para perro, una cancha, un balón, una bicicleta, una casa o un jardín, mientras una nutricionista los mide para comprobar que no están sufriendo de desnutrición.
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