Al teniente Ronald Ojeda le secuestraron, ejecutaron, le introdujeron en una maleta y le enterraron a 1,40 metros bajo tierra en Santiago de Chile, a más de 5.000 kilómetros de su tierra venezolana, por cuya libertad tanto luchó. Cada detalle aportado por la Policía de Investigación de Chile (PDI) sobre la muerte del militar rebelde, secuestrado de madrugada nueve días antes en su propio hogar por un comando paramilitar, añade más misterio a un crimen macabro que ha conmovido a la sociedad democrática venezolana y que ha disparado todas las alarmas en Chile.
El militar, de 32 años, fue acusado por el chavismo de ser un conspirador en al menos dos ocasiones. Contaba con estatus de refugiado político en Chile, país en el que vivía con su pareja y con sus dos niños tras protagonizar una fuga de película en 2017, cuando era conducido desde la prisión militar de Ramo Verde a los juzgados. El mismo penal donde Leopoldo López estuvo recluido durante tres años y medio.
«Lucharemos por tu moral, por tu vida que injustamente te quitaron. Algún día caerán los que nunca tendrán moral. Descansa papi, que luchaste a cada minuto, a cada instante», se despidió su hermano Javier tras conocerse la identidad del cadáver enterrado en el asentamiento irregular de Maipú, al norte de la capital, donde malviven extranjeros.
Cuando los agentes chilenos llegaron hasta allí en la mañana del viernes se encontraron con una placa de cemento de reciente construcción. Las excavadoras tardaron horas en romper el muro horizontal y encontrar el cuerpo dentro de la maleta. El teniente fue ejecutado poco después de su secuestro. Portaba los mismos calzoncillos con los que fue sacado semidesnudo de su apartamento, tal y como reflejaron las cámaras de seguridad de su edificio. Cuatro hombres pertrechados con cascos, pasamontañas, chalecos antibalas y armados con pistolas, uno de ellos con credenciales de la PDI, se lo llevaron a la fuerza con el mismo procedimiento táctico que utilizan los cuerpos especiales de seguridad de la revolución bolivariana.
La esposa de Ojeda, que ha pedido protección a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, reconoció el acento venezolano de los cuatro uniformados.
Pese a lo evidente, el fiscal chileno que lleva el caso insiste en señalar al Tren de Aragua, el grupo transnacional venezolano que ha extendido sus métodos mafiosos por medio continente. Hasta ahora hay un solo detenido, un menor venezolano de 17 años. Cerca del lugar donde fue encontrado el cadáver de Ojeda se descubrió hace semanas un lugar que los malandros del Tren de Aragua utilizaban para torturar.
«Esta es una investigación compleja, vinculada al crimen organizado», aseguró el fiscal Héctor Barros, pese a que el modus operandi del Tren de Aragua y sus «delegados» por el continente no es tan sofisticado. Suelen matar a sus víctimas a través del sicariato. «El combate a esta criminalidad es una prioridad absoluta de nuestro gobierno», redundó la ministra de Interior, Carolina Tohá.
Entre la disidencia militar del exterior, Ojeda era reconocido como un «patriota con espíritu libertario», aseguraron fuentes a EL MUNDO. A mediados de enero, el teniente fue acusado de participar en la operación «Brazalete Blanco», la misma por la que la activista hispanovenezolana Rocío San Miguel ha sido encarcelada por terrorismo, conspiración y traición a la patria. Pese a que los mandos chavistas ya le habían expulsado del Ejército bajo la acusación de traidor y desertor, su nombre se incluyó entre los 33 degradados en un cuartel de Caracas por el generalato chavista.
«Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Vladimir Padrino (ministro de Defensa), los generales y políticos son unos payasos sin moral, tiranos de turno», mantenía Ojeda en sus redes sociales. Desde el chavismo también se le acusaba de militar en el Movimiento por la Libertad y la Democracia, aunque él se identificaba como «ex preso político» y oficial de las Fuerzas Armadas Venezolanas.
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