El senador por Florida Marco Rubio se perfila como el futuro secretario de Estado en la futura Administración de Donald Trump. De confirmarse, al frente de la política exterior de Estados Unidos se situará un halcón de gran dureza para Irán o China, un país que le mantiene sancionado desde julio de 2020. Pero Rubio también es partidario de los lazos con Europa y promovió una ley para blindar la membresía de Estados Unidos en la OTAN. Y será previsiblemente el secretario de Estado con mayor interés personal en décadas por América Latina: este hijo de inmigrantes cubanos, que habla un español fluido, se ha manifestado en términos muy contundentes sobre los regímenes autoritarios de izquierda en la región, como los de Cuba y Venezuela, contra los que defiende la aplicación de sanciones a capa y espada.
El nombramiento, avanzado por varios medios, pero que el equipo de Trump aún no ha confirmado de manera oficial, se suma al de la congresista Elise Stefanik como próxima embajadora estadounidense ante la ONU, y el del diputado Michael Waltz, veterano de guerra, al frente del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca para completar un equipo de línea dura para decidir la política exterior de la nueva era Trump 2.0.
Aunque, como recordaba el exembajador en varios países de Oriente Próximo Ryan Crocker este martes en una rueda de prensa telemática organizada por el Middle East Institute, la capacidad de influencia que cualquiera de ellos pueda ejercer en áreas como, por ejemplo, la relación con Irán, será relativamente reducida. “Las decisiones se van a tomar en la Casa Blanca. El sistema va a estar centralizado, no disperso entre varios núcleos de poder. Lo que importará serán las posiciones de Trump. Va a ser el que decida”.
Con todo, el nombramiento de Rubio, que podrá ejercer una gran influencia sobre Trump y su visión geopolítica, será bien recibido en la mayor parte de las cancillerías. El senador está muy familiarizado con las relaciones internacionales como integrante de la Comisión de Relaciones Exteriores y el republicano de mayor rango en la Comisión de Inteligencia en la Cámara alta. Durante su etapa en el Capitolio ha colaborado con legisladores de ambos partidos y ha tejido lazos con representantes de gobiernos de todo el mundo.
Rubio, que en 2016 disputó, y perdió, las primarias republicanas frente al magnate inmobiliario de manera muy áspera ―el ahora presidente electo llamaba “pequeño Marco” al senador por Florida, y el legislador se burlaba de las “manos pequeñas” de este―, heredará un mundo mucho más convulso y peligroso que el que encontró el republicano al asumir el poder por primera vez en 2017. Tendrá ante sí dos guerras, en Ucrania y Oriente Próximo, que su jefe ha prometido acabar en un solo día, en el caso de la primera, y a toda velocidad en la segunda.
A lo largo de su carrera, el senador nacido en Miami (53 años) ha sido partidario del intervencionismo estadounidense en el exterior. Pero esa tendencia parece haber cambiado a medida que sus profundas diferencias con Trump de hace ocho años han ido evolucionando primero hacia una entente cordial y después a una auténtica afinidad entre ambos. Hasta el punto de que Rubio ha sido uno de los políticos más presentes junto a Trump durante la campaña. Fue uno de los tres finalistas que el antiguo y futuro presidente consideró para el puesto de vicepresidente, aunque acabó eligiendo a J. D. Vance.
Rubio, que comenzó siendo muy crítico con el presidente ruso, Vladímir Putin, votó este año en contra de la ayuda militar y económica estadounidense a Ucrania. También ha declarado que “es necesario que esa guerra llegue a su conclusión”. Algo que coincide con la posición de su futuro jefe, que asegura que cuando regrese al Despacho Oval obligará al inquilino del Kremlin y al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, a sentarse a negociar. Una perspectiva que no favorece nada a Kiev.
En Oriente Próximo, Rubio también ha mostrado ser un halcón. Sobre la guerra en Gaza, el senador de origen cubano considera que la milicia radical palestina Hamás “tiene el 100% de culpa” del conflicto que se libra en la Franja y que ha matado a más de 42.000 palestinos, muchos de ellos mujeres y niños. Ha sido un constante crítico de Irán, y entusiasta promotor de sanciones contra el régimen islámico. Aplaudió que Trump retirase a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Teherán suscrito en el tramo final de la era de Barack Obama, y que levantaba algunas sanciones a cambio de que Teherán congelase su programa nuclear, y había criticado los intentos infructuosos de revivirlo durante el mandato de Joe Biden.
Aunque el gran interés de Rubio, y donde ha centrado sus actividades legislativas en el Senado, es la contención del auge de China, un país contra el que ha introducido numerosas medidas. Como miembro de la Comisión Ejecutiva del Congreso sobre China ha investigado los abusos contra los derechos humanos en el gigante asiático y ha sido uno de los promotores de una ley para impedir la entrada en Estados Unidos de productos chinos fabricados con mano de obra forzada de la minoría uigur.
También ha dado pasos para prohibir que los vehículos eléctricos fabricados utilizando tecnología china puedan beneficiarse de subsidios en Estados Unidos, y otra serie de medidas para reforzar la política industrial estadounidense e independizar sus cadenas de suministro del gigante asiático. Entre otras cosas, este año se declaraba partidario de imponer de nuevo aranceles del 25% al acero mexicano, para evitar que Pekín pudiera utilizar esa vía a través del Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá para introducir su aleación en los mercados estadounidenses sin penalizaciones. En las audiencias en el Congreso siempre ha sido muy incisivo sobre la influencia que el Gobierno en Pekín ejerce sobre ByteDance, la multinacional propietaria de la popular red social TikTok.
El senador también se ha mostrado muy activo en la política hacia América Latina, especialmente hacia Venezuela y Cuba. Acerca del régimen de Nicolás Maduro en Caracas, en 2019 ya aseguraba, al defender las duras sanciones estadounidenses, que “es solo cuestión de tiempo” que caiga: “lo único que no sabemos es cuánto llevará y si será (una transición) pacífica o sangrienta”. Tras las elecciones de julio en Venezuela, Rubio emitía en agosto una serie de comunicados en los que reconocía a Edmundo González Urrutia, ahora exiliado en España, como legítimo ganador de esos comicios.
Rubio fue, junto al senador demócrata Tim Kaine, el promotor de una nueva ley, aprobada en diciembre de 2023 en el Congreso, que impide a cualquier presidente retirarse de manera unilateral de la OTAN, como Trump declaró en varias ocasiones que era su intención en su primer mandato. La nueva medida establece que la salida de la Alianza solo podrá hacerse efectiva si el Senado aprueba por una mayoría de dos tercios esa voluntad presidencial o el Congreso redacta por separado y aprueba una ley de salida.
Ese paso bipartidista, indicaba entonces Kaine, “subraya hasta qué punto el Congreso está determinado a llegar para proteger la relación entre Estados Unidos y la OTAN en medio de la agresión rusa y después de años de críticas de la alianza militar durante el mandato presidencial de Trump”. Por su parte, Rubio declaraba: “El Senado debería mantener su supervisión acerca de si nuestra nación se retira o no de la OTAN. Debemos garantizar que protegemos nuestros intereses nacionales y protegemos la seguridad de nuestros aliados democráticos”.
Durante la campaña electoral, el expresidente reveló que había dicho a otro dirigente de “un país grande” que si no cumplía la meta de dedicar al menos el 2% de su PIB a Defensa, Estados Unidos no cumpliría el principio de la asistencia mutua en caso de ataque. Rubio restó importancia a esas declaraciones y apuntó que “prácticamente todos los presidentes” se han quejado de un modo u otro sobre el incumplimiento de los países de sus obligaciones en gasto militar como socios de la Alianza.
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