Venezuela divide a las Américas como ningún otro país. Durante años, Hugo Chávez trazó alianzas ideológicas y políticas para blindarse en casa y para extender fuera su socialismo del siglo XXI. Usó sin cortapisas sus petrodólares para comprar voluntades desde las calles del Harlem neoyorquino hasta los despachos de la bonaerense Casa Rosada. Inventó organizaciones internacionales, impuso a sus presidentes y las utilizó para agrandar una Patria Grande al servicio de su revolución.
Con su muerte y la llegada de Nicolás Maduro llegó el derrumbe bolivariano y el mayor éxodo en la Historia del continente: 8,8 millones de huidos, de los que más de seis millones permanecen en los países de Sudamérica, algunos de ellos al borde del colapso migratorio. Y con Colombia a la cabeza, con 2,8 millones de emigrantes venezolanos.
En semejante encrucijada llega el 28-J, «justo cuando el chavismo combina la mayor hegemonía de control de medios y de aparato político con el mayor desastre económico y migratorio. Estas elecciones pueden significar, no sólo para Venezuela, el inicio de un ciclo de redemocratización en América Latina en un momento de recesión democrática global», apunta el historiador Armando Chaguaceda.
Cuanto mayor ha sido la presión internacional, más se ha acercado Maduro al eje iliberal del planeta. Rusia, China, Irán, Turquía, Corea del Norte y Bielorrusia se sumaron a los aliados tradicionales, Cuba y Nicaragua, para ayudar a Caracas a vadear las sanciones de Estados Unidos. Vladimir Putin, en medio de la invasión de Ucrania, contaba con Caracas y La Habana para percutir directamente en el llamado patio trasero de EEUU.
El presidente pueblo también contaba en un principio con la connivencia uniforme de los países de la izquierda continental, que conforman la llamada Patria Grande y que tienen como punta de lanza al Grupo de Puebla, con José Luis Rodríguez Zapatero a la cabeza. Al expresidente del gobierno español se le espera en Caracas en las próximas horas. En los mentideros diplomáticos se le considera, junto al brasileño Celso Amorim, candidato para convertirse en mediador si en la noche del domingo estallara algún tipo de conflicto.
Pero las declaraciones previas de Lula da Silva y del expresidente argentino Alberto Fernández, así como la postura en segundo plano de Gustavo Petro, han molestado y mucho en Caracas, incluso Maduro aprovechó una de sus intervenciones para criticar las elecciones en Brasil y Colombia frente al «mejor sistema electoral del planeta».
El enfado de Maduro, cuestionado por amenazas de «guerra civil y baños de sangre», creció con el paso de las horas hasta que ayer el argentino Fernández, «con mucho pesar», hizo público que no viajará como veedor a Caracas por haber provocado, a ojos del gobierno, «una suerte de desestabilización del proceso electoral».
La Patria Grande no es tan grande como parece, aunque será tras conocerse los resultados del domingo cuando llegará la toma histórica de decisiones. El Chile del izquierdista Gabriel Boric también mantiene distancias con Caracas por la constante violación de derechos humanos, acentuadas tras el secuestro y ejecución de un militar rebelde venezolano en Santiago.
«Sin duda es un tema álgido para la región, pero hay coincidencia de que la elección debe ocurrir y el resultado debe ser respetado. Luego hay división en algunos detalles. Un grupo de países, como Argentina, Uruguay y Guatemala, están muy pendientes de las condiciones electorales. Mientras Brasil y Colombia tratan de mantenerse como posibles mediadores, de forma más cautelosa», describe para EL MUNDO el internacionalista Mariano de Alba.
Dos bloques y varios islotes se han conformado de cara a las elecciones más trascendentales del año, sólo por detrás de las de Estados Unidos. En el mayoritario figuran EEUU y Canadá en el norte y una larga lista en Centroamérica, Caribe y la subregión de la que forma parte Venezuela. Se trata de Argentina, Uruguay, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Guatemala, Ecuador, Perú y Paraguay.
Las 11 naciones coinciden en la necesidad de unas elecciones libres, aunque varias de ellas también han denunciado la represión y la persecución contra dirigentes opositores y el comando de campaña de María Corina Machado. De hecho, Argentina ha dado asilo en su embajada de Caracas a seis de los principales colaboradores de Machado, refugiados en su sede antes de caer presos.
El abanico ideológico de este bloque va desde la derecha (Argentina, Paraguay y Panamá) hasta el progresismo (Canadá, Guatemala, Costa Rica y República Dominicana), con otros cuatro moderados (EEUU, Uruguay, Ecuador y Perú).
Una diversidad ideológica inexistente en el bloque que apoya sin condiciones a Maduro. Se trata de sus hermanas revolucionarias, Cuba y Nicaragua, de la Bolivia de la revolución indígena y de Honduras, comandada por la pareja Xiomara Castro y Mel Zelaya, antiguo funcionario en el gobierno de Chávez.
México, a pesar de sus afinidades ideológicas, «no se ha pronunciado ni a favor ni en contra de Maduro. Ganas de ponerse de su lado no han faltado, pues varios integrantes prominentes del partido oficialista se definen abiertamente como bolivarianos, como el legislador Gerardo Fernández Noroña, la ex presidenta de Morena (partido de López Obrador) Yeidkol Polensky y el escritor de origen asturiano Paco Ignacio Taibo II. Este silencio, en parte, tiene su raíz en el pragmatismo político de López Obrador, quien no endosa su popularidad a conceptos con desgaste, como podría serlo el de Venezuela», precisa para EL MUNDO el analista Pablo Cícero.
Bloques enfrentados, cada uno con sus intereses para este domingo. «La región se juega fundamentalmente dos cosas. Primero, la posibilidad de que mediante un proceso progresivo que durará varios años se revierta al menos parcialmente la migración venezolana. Segundo, la posibilidad de que la crisis venezolana deje de ser un factor de división a nivel de regional y con esto surjan oportunidades para reconstruir un multilateralismo más efectivo», prioriza De Alba.
«La trascendencia de las elecciones rebasa las fronteras no sólo porque el fracaso de la elección implicaría una nueva oleada migratoria enorme para un continente sacudido por las migraciones, afectando la dinámica interna de los países, sino también porque destruiría en buena medida todo el impulso de resistencia que ha tenido la sociedad civil y la oposición venezolana. Por lo tanto, la importancia de esta elección es nacional, regional y global», secunda Chaguaceda.
La crisis migratoria es de tal tamaño que también se ha convertido en un tema importante en la campaña electoral de EEUU. «Un triunfo opositor reivindicaría la ruta electoral, y por ende, la política de negociación con Maduro. Sería un triunfo para la administración de Biden, pero mucho más para la vía pacífica de resolución de conflictos, y sobre todo, para dejar de cifrar la política exterior hacia regímenes autoritarios en un régimen de sanciones, poco efectivo», constata para EL MUNDO María Puerta Riera, profesora de gobierno americano en Florida.
El candidato republicano Donald Trump, por su parte, ha introducido el tema Venezuela en su estrategia de campaña.
«Está usando la tragedia de Venezuela para provocar terror entre su base, que es profundamente anti-inmigración. Esto tiene un efecto muy negativo, porque no solamente sataniza a todos los venezolanos, sino que siembra la violencia hacia inmigrantes. Las consecuencias pueden ser beneficiosas para él, electoralmente, pero tremendas para las comunidades inmigrantes, no solamente la venezolana. Con respecto a Maduro, sus comentarios han sido más positivos. Dudo que veamos a Trump confrontando a Maduro, considerando su cercanía con Putin y su admiración por dictadores», confirma Puerta.
¿Y si el chavismo consolida su fraude electoral en marcha, cuál sería la reacción de la región? «En líneas generales, la región condenaría un acto de fuerza que desconozca el resultado, pero también con algunas diferencias. Algunos gobiernos pondrían el énfasis en la condena diplomática, mientras otros tratarían de preservar un posición más neutral para ver si pueden ayudar a mediar en una situación tan complicada», avizora Mariano de Alba.
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