Miguel, Antonio y Ángel son tres de los 17.339 venezolanos que, según cifras recopiladas por el equipo de corresponsales de El Pitazo, han ingresado al país desde principios de marzo hasta el 30 de abril. Sus historias reflejan las grandes dificultades que enfrentan los que debieron emprender el regreso forzoso desde los países donde se establecieron. Ellos enfrentaron la xenofobia, el desalojo y la deportación.
Un año y tres semanas transcurrieron desde que Miguel Morales se despidió de sus padres e hija de siete años de edad, con quienes habitaba en el sector Las Malvinas, de Puerto La Cruz, en el estado Anzoátegui. La última vez que los abrazó prometió proveerles de una mejor calidad de vida y, realmente, estaba cumpliendo con su palabra, pero la paralización económica generada por la emergencia decretada por el COVID-19 lo obligó a regresar desde Perú.
“Trataba de no mirar atrás. Mi meta era llegar a Venezuela. Pensaba que mientras más me acercara a mi país, más seguro iba a estar”, cuenta Miguel.
Al noveno día sus ánimos se quebraron. Un grupo de vándalos lo despojó de todas sus pertenencias y de lo poco que había logrado guardar para su hija y sus padres, con quienes no pudo comunicarse durante dos días, después de aquel desagradable momento.
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