Ni héroes ni mártires. Con la llegada del COVID-19 a Venezuela trabajadores de la salud sumaron una nueva contingencia al acumulado de emergencias que han tenido que en enfrentar desde hace más de seis años. Las fallas en la dotación de insumos, bajos sueldos y deficiencia de hasta un mes en el suministro de agua ya eran un problema serio para el desempeño de médicos, obreros y enfermeros mucho antes de que se confirmara el primer caso del nuevo coronavirus.
Por Jesús Barreto A | El Pitazo
El desabastecimiento prolongado de material médico de todo tipo ha afectado de forma sostenida el abordaje de otras epidemias. Desde 2014, han reaparecido enfermedades como sarampión, difteria y fiebre amarilla. En más de la mitad de los hospitales del país la escasez de medicinas alcanza hasta 80%, según la Encuesta Nacional de Hospitales. El protocolo diseñado por el Ministerio de Salud, publicado menos de una semana antes de que se conocieran los primeros casos, apenas se cumple.
El personal de limpieza, camilleros, enfermeros y doctores han denunciado estar desprovistos de equipos de bioseguridad en la cantidad y regularidad necesaria. Sin embargo, el miedo a infectarse es la menor de las preocupaciones para el personal de salud en el país. La incertidumbre sobre el potencial real de propagación, el tiempo que tomará el desarrollo de una vacuna o los largos periodos sin ver a sus familiares para evitar contagios, no se comparan con la zozobra de que el dinero no les alcance para comprar alimentos.
El hambre es el verdadero enemigo invisible en las casas de anestesiólogos, bioanalistas y hasta jefes de enfermeros. También ha sido el motivo de protestas del personal de enfermería desde junio de 2018. A este problema latente se agregó a mitad de pandemia, la dificultad para traslados, derivado de la falta de combustible. Sin gasoil ni gasolina gran parte del personal debe realizar extensas caminatas de 3 o 4 kilómetros para acudir a sus puestos de trabajo. Una cruzada por la vida a prueba de todo.
El Pitazo reunió tres historias de personas que están en la primera línea de atención a la COVID-19 en Venezuela. Desde tres posiciones distintas asumen a diario el desafío de prestar un servicio ante un mal del que ni ellos mismos están exentos. El grado de exposición al virus es tal que casi 10% de los infectados por SARS-CoV-2 en Venezuela son integrantes del personal de salud, de acuerdo con las cifras suministradas por funcionarios de gobierno de Nicolás Maduro en sus partes diarios sobre la evolución de la epidemia.
Solidaridad viral
Unos días sin cloro y otros sin guantes para cambiar los usados. El resto, sin agua. A Servio Lugo, de 41 años de edad y con 15 años de servicio en el Hospital Universitario de Caracas (HUC), la pandemia del coronavirus lo tomó inmune al miedo y a la escasez. En el centro de salud para el que trabaja ni los baños funcionan. El agua, un recurso imprescindible para la prevención, apenas llega a 4 de los 11 pisos de la edificación, ubicada dentro del campus de la Universidad Central de Venezuela.
Lugo es operador del área de mantenimiento, un departamento reducido en la última década al manejo de desechos. El déficit presupuestario obligó a redefinir prioridades, por el que el moho en la infraestructura y la inoperatividad de los ascensores le entrecortan la voz al recordar las carencias que impiden una atención de calidad. La designación del HUC como hospital centinela para la atención del coronavirus en la región capital, trajo ligeras mejoras para los trabajadores. Todas resultan insuficientes para el cuidado de los menos de 20 pacientes, entre sospechosos y confirmados de COVID-19, que ahí se han atendido. Para el resto de los internados, la emergencia sigue igual.
Quisiéramos dar más a los pacientes, a los hospitalizados que tienen miedo de que el coronavirus los agarre aquí, porque el riesgo es muy alto, pero también son muchas las ganas de no dejarse vencer
Servio Lugo, obrero del Hospital Universitario de Caracas
“Nos dieron materiales que hacía más de un año estaban escasos. Llegaron unos galones de cloro y desinfectante. Aquí ya se enfermó un médico y lo mandaron a su casa. Nada más eso demuestra cómo está el hospital. No hay forma de aislar, porque los servicios que están abiertos, están muy cerca y no hay aire acondicionado para mantener las puertas cerradas. Los equipos de bioseguridad nos los entregaron una vez y no como corresponde. Se supone que los guantes y mascarillas se deben cambiar cada 24 horas. Nada de eso se cumple”, lamenta.
Lugo destaca la unidad del equipo como un pilar en el trabajo que desempeñan a diario. Pese a todas las carencias, nunca ha faltado el compañero que comparte alimentos o algún insumo. Por la contingencia, los grupos de trabajo se dividieron en cuatro. Esa modalidad incentivó una mayor cohesión en guardias en las que también han disminuido la cantidad de pacientes de otras áreas, debido a las restricciones.
“Nos mantenemos aquí porque son muchos años. Más que nada, porque nos apoyamos unos con otros. Las condiciones no son fáciles para nadie, en ninguna parte. Quizás en esos países donde tienen todos los insumos, abundan los pacientes. Así es como vemos las cosas, para no ponernos más limitaciones de las que hay. Quisiéramos dar más a los pacientes, a los hospitalizados que tienen miedo de que el coronavirus los agarre aquí, porque el riesgo es muy alto, pero también son muchas las ganas de no dejarse vencer”, remata.
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