En la madrugada y con ayuda de grúas fue sustraída de la Universidad Central de Venezuela María Lionza, una mujer de 6,7 metros de alto, que va desnuda sobre una danta con un hueso de pelvis como ofrenda, esculpida en 1951 por el venezolano Alejandro Colina. La obra era parte del inventario de arte de la Ciudad Universitaria, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad.
Por FLORANTONIA SINGER | EL PAÍS
La pieza recorrió en una gandola más de 300 kilómetros para llegar a Quibayo, en la montaña de Sorte, donde cada 12 de octubre el espiritismo le rinde culto, el mismo día en que América y Europa se dividen entre conquistadores e indígenas en resistencia. Por la fuerza, se ha concretado un viejo anhelo del chavismo, que forcejeó por casi 20 años con la autonomía universitaria para hacerse con la venerada pieza.
María Lionza, como casi todo en Venezuela, ha polarizado al país. Durante las primeras horas se hablaba del robo de la enorme escultura. Las autoridades universitarias notificaron el incidente y la policía lo trató como un hurto. Solo hasta que la Federación Venezolana de Espiritismo confirmó en un comunicado que la imagen no había sido robada sino llevada al estado Yaracuy, donde a principio del siglo XX nació el culto marioloncero, una mezcla rituales indígenas, católicos y de la santería, hubo algo de claridad sobre lo que parecía una hazaña de una red de traficantes de arte. Después, el ministro de Cultura, Ernesto Villegas, escribió en Twitter: “María Lionza estuvo “virtualmente secuestrada” por casi 20 años en un lugar inaccesible para el pueblo”. Ahora, según el Gobierno de Nicolás Maduro, ha sido “liberada”.
Con la pieza rota empezó este forcejeo que casi cumple dos décadas. La universidad, con paciencia de restaurador, se ocupó de recuperarla junto a la fundación que administra la obra del escultor Alejandro Colina. El pleito entre la Alcaldía de Caracas y la universidad, que se disputaban el cuidado, llegó al Supremo, que que falló a favor de la UCV. Un año después estuvo restaurada, pero el alcalde de turno —que en ese entonces era Freddy Bernal, el funcionario que selló hace una semana la apertura de la frontera entre Colombia y Venezuela— ya había puesto una réplica de fibra de vidrio y resina plástica en su lugar. La universidad reclamaba su pedestal para colocar la original, pero la llamada “diosa de los ojos de agua”, a la que el salsero panameño Rubén Blades le hizo una canción, tenía una usurpadora. Y otro mito se construía sobre el cotilleo de la política local.
En su guerra de símbolos, el chavismo no solo fue a la ofensiva con la copia sino que hace unos meses levantaron, a unos metros del duplicado de María Lionza, una enorme y criticada escultura de latón dorado que representa al indio Guaicaipuro. La imagen va acompañada de hombres y mujeres diminutos en guayuco y un deforme jaguar de cemento, que sirve para coronar el nuevo nombre de la vía en honor “al jefe de jefes”, el epíteto que la inteligencia artificial de geolocalización de Google ya repite con su tono robot en algunos tramos de la autopista donde se ha actualizado el cambio de nombre.
La Comisión Presidencial de Recuperación de la Ciudad Universitaria intervino hace un año el campus, severamente deteriorado por la falta de mantenimiento a causa de la asfixia presupuestaria a la que el Gobierno ha sometido a las casas de estudios públicas. Lo ocurrido con la escultura ha sido considerado como un nuevo golpe a la autonomía que la Constitución venezolana consagra para estas instituciones.
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