Vaya bajón ha pegado el show del intermedio de la SuperBowl este año. No era nada fácil estar a la altura de la tremenda explosión latina que detonaron Shakira, Jennifer Lopez, J Balvin y Bad Bunny, menos aún en una edición de pandemia que ya iba a estar de por sí bastante deslucida.
Quizá haya sido precisamente esa la intención de la NFL: pasar el trago lo más rápido posible con un artista con una entidad mínima para pasar el corte. The Weeknd está ahí ahí (pregunten en la calle a ver cuánta gente sabe quién es), pero haber firmado la canción más escuchada del año pasado (fenómeno pasmoso, por otro lado) ha sido su pasaporte para actuar en el espectáculo más visto del mundo.
La función empezó sin sorpresas. Decorado espectacular, coro bien nutrido, e instantes de expectación entre luces y teclados épicos. Abel Tesfaye (así se llama el músico protagonista) salió a las tablas sin efectismos, caminando sin más, para empezar a cantar «Starboy» sin coreografía alguna más allá de los aspavientos de los coristas. Y por supuesto, confirmando lo que nadie quería: que no habría invitados. En esta grabación The Weeknd colaboró con Daft Punk, pero el dúo electrónico no apareció por allí. Todo muy lejos del clímax inicial que exige esta cita.
Más de lo mismo al interpretar «The Hills», y más bajada de revoluciones en «Can’t feel my face», cuya espectacularidad se basó en unos pasillos de luces doradas, un mareante movimiento de cámara en primer plano y un grupo de figurantes chocando entre sí. Casi casi, rozando lo ridículo.
El tramo de «I Feel it coming» y «Save your Tears» fue, sencillamente, prescindible. Tesfaye no preparó nada especial para aderezarlas más allá de unos fuegos artificiales, y el espectáculo cayó en el pecado más mortal de una SuperBowl: el aburrimiento.
La cosa se empezó a animar cuando el campo de juego del Raymond James Stadium se llenó de figurantes con los rostros cubiertos de vendas (un mensaje sobre los peligros de la búsqueda de la perfección física impuesta por Hollywood) al empezar a sonar «Earned it», preludio del momento más esperado de la velada, la cacareada «Blinding lights».
The Weeknd la cantó en medio del campo, rodeado de bailarines que hicieron poco más allá de corretear y mover lucecitas sin conseguir generar un efecto visual sugerente. Al terminar el popurrí, la sensación de «¿eso es todo?» fue brutal.
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