Cualquier refugiado venezolano recién llegado a España afronta dificultades para conseguir trabajo. Sin papeles, y en trámites de regularización, no sobran empleos. Pero Lisset Franco, una venezolana que vivió en un refugio de Madrid, cuenta cómo es posible tener tres trabajos diferentes al día para alcanzar un sueño: traer su familia de Venezuela.
Apenas entró en el refugio para solicitantes de asilo, Lisset Franco, una venezolana de 46 años, recibió las instrucciones y normas del centro. Y una de ellas la sorprendió. “Los refugiados no deben trabajar. Tienen que hacer cursos para buscar trabajo cuando salgan del refugio”.
Pero Lisset, una mujer hecha a sí misma, que mantenía su casa y a sus tres hijos en Maracay, Venezuela, no podía aceptar la prohibición de trabajar. Y menos cuando su hija pequeña, de 17 años, se había quedado en Venezuela. Sabía que necesitaba generar dinero desde el primer día. Tenía que ahorrar al menos 3.000 euros para comprar pasaje, trasladar a su hija a Colombia y pagar gastos como ropa y maletas que necesitaba la pequeña.
A pesar de que recibía techo y comida, fue franca con los asistentes sociales. “Yo no puedo hacer cursos. Necesito trabajar ya”. La determinación de Lisset, que colaboraba con el refugio en la organización de actividades culturales, hizo que los trabajadores hicieran la vista gorda.
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