Enero de 2019. Hay apretones de mano, sonrisas y halagos mutuos. La imagen es la de dos mandatarios en una visita oficial –con un alto grado de simbolismo– reforzando los lazos diplomáticos. Uno de ellos es Pedro Sánchez. El otro, Andrés Manuel López Obrador, que lleva un mes al frente de un proyecto autodenominado ‘la Cuarta Transformación’ o ‘4T’. Los gestos de cordialidad no dan lugar a sospechas: Sánchez, agradeciendo la distinción como primer invitado especial del recién estrenado Gobierno mexicano, le entrega como regalo a López Obrador el acta de nacimiento de su abuelo emigrante nacido en Cantabria a finales del siglo XIX. Este idilio, no obstante, durará menos que un romance de verano.
Mauricio Hdez. Cervantes l El Confidencial
Marzo de 2019. México (sobre todo) y España están por comenzar las conmemoraciones de los 80 años desde que el país norteamericano recibió al exilio de la derrotada Segunda República. Aún resuena el eco de las palabras de agradecimiento de Sánchez hacia México por haber abierto los brazos siempre a los españoles a lo largo de la Historia. También el de las palabras de López Obrador con las que aseguraba que las condiciones para estrechar los lazos entre ambos países eran inmejorables. Pero, de pronto, apareció la carta de la discordia. Y, por supuesto, todo cambió. A partir de aquel día, el mandatario mexicano no ha desaprovechado ninguna ocasión para llegar a la confrontación y a la exigencia, y, sobre todo, para usar a España como objeto de sus ímpetus y fervores más nacionalistas.
Es como si de la noche a la mañana para el actual gobierno mexicano, España se hubiese convertido en un saco de boxeo para amortiguar los problemas internos que tienen sumido al país en una de las crisis más graves que se recuerdan. Hablamos de periodistas asesinados, de inseguridad descontrolada, de feminicidios, de crispación social y de ataques directos desde la máxima tribuna del Estado hacia los medios de comunicación que no comulgan con su línea política. Y hablamos de una muy cuestionable gestión de la crisis pandémica.
Pareciera que la 4T está obsesionada con lograr que Felipe VI se disculpe por los abusos cometidos por los españoles durante la Conquista: algo que la mayoría de los académicos no sólo ven improbable, sino que consideran como innecesario, inútil, anacrónico y como una estrategia de política interna. Pareciera, claro, debido a las constantes relecturas públicas de aquella carta (la última de ellas, durante enero de este 2021). Pero más allá de eso, el mandatario parece obstinado con la reivindicación nacionalista y latinoamericanista con la que mantiene viva la llama de su discurso patriótico. Y ejemplos de ello sobran: desde sus críticas al caso de Pablo Hasél hasta la omisión de la representación española durante la conmemoración de los 200 años del documento que dio vida al México independiente, amén de las relecturas de la carta de la discordia. ¿Será que la apuesta del presidente mexicano por la tensión diplomática con España es sólo una estrategia política para mantener a sus bases electorales?
Un cuento de ‘buenos y malos’
Para muchos académicos e investigadores, las constantes exigencias de que España se disculpe no son más que un sinsentido. ¿Por qué? Pues porque un fenómeno histórico tan complejo como fue la Conquista de México no puede reducirse a un cuento de ‘buenos y malos’. Y menos ser utilizado en el presente con fines políticos.
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