Los ojos del mundo observan con asombro el fenómeno político que encabeza María Corina Machado, sólo comparable con el vivido cuando Hugo Chávez enamoró al pueblo venezolano en 1998. Para historiadores y politólogos, la líder opositora (Caracas, 56 años), inhabilitada por Nicolás Maduro para las elecciones del 28 de julio, encabeza hoy un movimiento de liberación nacional como en su día sucedió con Lech Walesa en Polonia o Nelson Mandela en Sudáfrica. Palabras mayores: ella es la esperanza auténtica de que el 28 de julio se produzca el cambio democrático en Venezuela.
Enfrente, la todopoderosa revolución chavista que, tras un cuarto de siglo en el Palacio de Miraflores, cuenta con el respaldo incondicional de los generales revolucionarios, de los temidos servicios de inteligencia, de los colectivos paramilitares y de la guerrilla colombiana, además de sus estrechos aliados de Rusia, China, Irán y Cuba. Hasta el Grupo de Puebla (foro que agrupa a izquierdistas, populistas y revolucionarios) abrió sus puertas al chavismo y a la revolución cubana el día que Pedro Sánchez saludaba a sus integrantes durante la última cumbre.
Pero a la vez, el chavismo vive su peor momento histórico, sin apoyo popular, detestado por su fracaso económico y social y en medio de tensiones internas, con una escandalosa purga en su seno tras el desfalco de 23.000 millones de dólares de la industria petrolera.
La represión se estrecha en torno a Cori, como la llama su equipo más cercano. Tiene a siete dirigentes de Vente Venezuela (VV) encarcelados, incluidos Henry Alviarez, coordinador del partido a nivel nacional, y la ex diputada Dignora Hernández, de gran influencia. También hay que sumar a los seis refugiados en la Embajada de Argentina en Caracas, bajo asedio revolucionario. Se trata de distintos jefes de área y de Magalli Meda, la directora de una campaña tan exitosa.
Desde hace 10 años la propia Machado no es entrevistada en las televisiones nacionales ni puede viajar al extranjero. Desde hace cinco tampoco puede coger un avión. Y si duerme en un hotel, lo cierran. Una represión que se ha convertido en un bumerán para el régimen bolivariano: obligada a viajar por carretera, Machado es agasajada en cada municipio o pequeño núcleo hasta convertir las concentraciones en jornadas multitudinarias en antiguos bastiones de la revolución.
La situación ha cambiado de forma radical a falta de 70 días para las elecciones: la unidad opositora, el liderazgo de María Corina Machado y la empatía sin precedentes del pueblo venezolano, junto a una estrategia política que siempre juega adelantada, se ha concretado con un candidato que, según las encuestas, sigue en la carrera con el 60% de apoyo frente al 20% de Maduro. Se trata de Edmundo González Urrutia, que sustituye a Machado y que ayer celebró con ella el primer acto público juntos. Ni los más optimistas esperaban un escenario así.
Pregunta. María Corina Machado encarna hoy la esperanza de un pueblo golpeado, el mismo que la ha aupado en su liderazgo. ¿Es posible llegar «hasta el final», tal y como dice su lema de campaña?
Respuesta. Es indispensable llegar hasta el final, esto no se trata de una competencia electoral convencional. Para los venezolanos lo que estamos viviendo es algo existencial, incluso espiritual. Es un clamor, un anhelo, así me lo dicen todos. Desde los ancianos, que sólo han visto a sus nietos a través de WhatsApp y me dicen que esta es la oportunidad de conocerlos y abrazarlos, hasta la mamá que me confiesa que se han ido todos sus muchachos y «sólo me queda uno, lo tengo aguantado hasta el 28 de julio».
Incluso una enorme cantidad de niños, que se me acercan corriendo, que me gritan por mi nombre y me dicen: «¡María Corina, tráeme a mi mamá de vuelta!». Es desgarrador, pero al mismo tiempo es algo que ha unificado al país y ha derribado las barreras que el régimen trató de imponer durante 25 años entre negros y blancos, ricos y pobres, izquierda y derecha, la IV República y la V República, los que están adentro y los que están en el exterior… «Hasta el final» es reconstruir un país para nuestros hijos y eso es lo que estamos decididos a hacer.
P. Las imágenes de sus recorridos multitudinarios por la Venezuela profunda han traspasado fronteras, transmiten una emoción desconocida. No pareciera tratarse de protestas, como en otra época, sino la expresión de una esperanza. ¿Por qué se ha producido ahora este cambio?
R. A mí misma me cuesta dimensionar la magnitud del sentimiento, la profundidad de lo que está pasando. Y creo que las imágenes no le hacen justicia, hay que estar allá dentro, sintiéndolo entre la gente. Y me pasa con personas que están en Caracas y van a un recorrido: después me dicen que les cambió la vida. Hay un antes y un después. Y siento que está escalando.
Recuerdo la Venezuela triste de enero del año pasado, sin mayor expectativa, desconectada de cualquier dinámica política y sin ver una luz al final. Siento que en la medida en que avanzamos con las primarias, la gente lo vio como un mecanismo de tomar el control y decidir el futuro, en el que podían ser escuchados. Y por eso [el Gobierno] puso todos los obstáculos: no había plata [dinero], una censura brutal, nos negaron los centros electorales, nos cerraban las carreteras…
El régimen estimaba que iba a ir medio millón de personas a votar, pero la gente se apropió del proceso [2.440.000 votantes, con el 92,3% de los apoyos para Machado entre 10 aspirantes]. La gente lo usó como un escenario de reivindicación de sus sentimientos y de ratificación del fin de un ciclo político, no sólo respecto al chavismo, sino también a una forma de hacer política.
Fue tan poderoso que la gente salió envalentonada. Luego vinieron la represión brutal del régimen contra nuestros equipos, la inhabilitación, el cierre de la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos… Hubo acciones muy duras, hasta cerrar los hoteles y restaurantes por donde paso, meter presas a tres personas por asistir a mis concentraciones. Pero de una semana a otra yo siento la diferencia, esto está escalando…
Y lo empiezas a ver en las bases bajo control social del chavismo, ya sea por el sistema CLAP [Comités Locales de Abastecimiento y Producción] de comida, por los jefes de calle o por las UBCH [Unidades de Batalla Bolívar-Chávez], incluso militares y policías de las alcabalas [puestos de control en carreteras y calles]… Es un cambio dramático. En las concentraciones miles y miles de personas vienen de esa base del chavismo. Nunca habíamos ido a una elección 80% a 20% en el mejor de los casos para ellos [según sus propias estimaciones]. Cada día que pasa, vamos creciendo y ellos cayendo.
P. En Calderas, un pueblito de Barinas, cuna de la revolución, les dijo a los presentes: «Cuando yo entre en Miraflores, cada uno de ustedes estará a mi lado». ¿En qué se va a traducir esa promesa?
R. Primero, yo tengo profunda confianza en los venezolanos, no subestimo al venezolano de bien. La gente ya no se cala más esa terrible práctica de creer que se pueden tomar las decisiones a sus espaldas. Y segundo, donde yo veo la mayor convicción de luchar y más confianza en el futuro es precisamente en los sectores más rurales y más humildes. Es dramático, pero siento que las élites, por llamarlo de alguna forma, porque cada vez tengo más dudas de lo que significa este concepto en Venezuela, han perdido la confianza en el país. No creen que sea posible derrotar a este sistema.
En cambio, en los sectores del país que viven situaciones más extremas no es así. Y es entonces cuando me gritan: «No nos abandones», y es cuando yo digo: «Tampoco me abandonéis a mí», porque toca reconstruir un país hecho añicos. Tenemos más de la mitad del territorio bajo control de grupos armados irregulares, tenemos una Venezuela hipotecada y endeudada, tenemos una crisis humanitaria, una crisis de servicios, una crisis de seguridad. ¡Peor que una guerra! Para lo que a nosotros nos va a tocar reconstruir es necesario que vayamos de la mano.
P. Es algo en lo que insiste en sus diálogos con la gente…
R. Hay algo que me ha conmovido profundamente: en Venezuela hay una dinámica en la cual la gente se acerca al candidato a pedir y la gente te da un papelito para que les ayudes con el techo de la casa o el tanque de agua… Eso es una costumbre… Pero ahora es rarísimo cuando ocurre, porque la gente viene a ofrecer. La gente lo que me viene a decir es que quiere ser parte de esto, que quieren montar su comandito [pequeños grupos organizados de electores]. Es algo realmente inédito.
A nivel de plata estamos haciendo esta campaña con las uñas, no hemos regalado una franela [camiseta], no estamos repartiendo volantes, yo no he gastado un centavo en publicidad, tampoco en las redes sociales, todo es orgánico. Es algo histórico. En el estado de Falcón de repente veo a un señor en su moto que puso una corneta (altavoz) y la amarró atrás para reproducir la música. Eso lo vale todo. Ahora, yo no me chupo el dedo: estamos enfrentando un sistema criminal que se lo está jugando todo. Si aquí se cuentan los votos como es, nosotros vamos a arrasar, no hay manera de que puedan alzarse con una victoria.
P. Pero esta no es una elección ni libre ni justa…
R. No lo es. No es libre porque los venezolanos no van a poder votar por la persona que eligieron en las primarias y no es justa porque hay 10 millones con derecho a votar a los que se niega ese derecho. [Machado aprovecha para echar la cuenta: la aritmética es tan apabullante como la realidad venezolana]. Cuatro millones y medio de inscritos en el registro que están afuera. Otro medio millón de venezolanos que cumplieron 18 años estando en el exterior y a los que no les han permitido registrarse. Como mínimo otros tres millones y medio de venezolanos que están aquí con cédula de mayores de 18 años y a los que tampoco les han permitido inscribirse.
Y al menos dos millones a los que en los últimos años los han cambiado de centro de votación sin su consentimiento y, que cuando vayan a votar, se van a dar cuenta de que les cuesta muchísimo ir a otro sitio. De un registro que debería estar entre los 25 y los 27 millones de personas, hay diez millones que no van a poder votar. Estamos hablando del 40% del país.
P. ¿Hasta qué punto influyeron las palabras de Lula da Silva, la propuesta de Gustavo Petro y las negociaciones con Washington en torno a las sanciones para que el régimen permitiera la postulación final del candidato unitario, Edmundo González Urrutia?
R. Fueron muy importantes, pero no lo único, porque están pasando muchas cosas. Pero lo más importante es la gente: si no hubiera este entusiasmo y esta disposición a luchar de la gente, estos actores internacionales tampoco se verían presionados.
Lo primero es la gente organizándose, incluidos los venezolanos en el exterior, que se están haciendo sentir con un papel importantísimo. Y que hacen que sus respectivos gobiernos [de acogida] en América, EEUU y Europa entiendan que también se trata de un tema de política interior. Y además hay tensiones dentro de la propia estructura del sistema, sectores del aparato chavista que se dan cuenta de que esto es insostenible. El país está arruinado, pensemos en los 23.000 millones de dólares desaparecidos [el año pasado] de PDVSA.
Al haberse quedado sin dinero, estos grupos comienzan a generar tensiones entre ellos. Y hay sectores dentro del chavismo que saben que les conviene una transición y que cuanto antes se negocie, mejor. Hay otro grupo en el chavismo, que representa una posición hiperextrema de no ceder ante nada, al que no le importa el país. Ahora, salirse de la ruta electoral implicaría un aislamiento internacional mucho mayor, por lo menos en América Latina, salvo Cuba y Nicaragua, y una crisis institucional aún más severa. Hay personas que desde una postura más racional están entendiendo que la mejor opción para el régimen es aceptar los términos de una negociación seria con garantías para todas las partes.
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